ENTREVISTAS CON EXPERTOS. José Ignacio Conde-Ruiz: “Los Gobiernos deberían madurar en cuestiones laborales y de prestaciones”

«En España te dan de alta el lunes para despedirte el viernes y a eso ahora se le llama fijo discontinuo»

 

José Ignacio Conde-Ruiz (Madrid, 1969) es catedrático de Fundamentos de Análisis Económico de la Universidad Complutense y subdirector de la Fundación de Estudios de Economía Aplicada (Fedea). Se doctoró por la Carlos III con premio extraordinario y ha dedicado buena parte de su carrera al estudio de las pensiones. De hecho, formó parte del Comité de Expertos encargado de evaluar en 2013 la sostenibilidad del sistema.

 

Antes, sin embargo, de abordar esa espinosa materia, hay que referirse a su último libro, La juventud atracada. Muchos adultos hablan más bien de «la juventud atontada» y se quejan de que está idiotizada con tanta maquinita, no se esfuerza nada, se cree con derecho a todo y, como le pusieran los exámenes que nos ponían a nosotros, veríamos si los aprobaba.

 

Debo decirles que no se trata de un reproche original. En las tablillas cuneiformes de los sumerios ya encontramos referencias a cómo las nuevas generaciones derrochan «el tiempo en placeres» y se han olvidado de cultivar «las verdaderas virtudes». Un padre le recrimina concretamente a su hijo, que está estudiando para escriba: «¿Crees que llegarás al éxito, tú que te arrastras por los jardines públicos? Piensa en las estirpes de antaño».

 

Pregunta.- Llevamos, por lo visto, 3.500 años de declive imparable. ¿Son nuestros jóvenes unos caprichosos y unos consentidos.

Respuesta.- Precisamente, la motivación para escribir este libro proviene de esa debate. Me sentía a caballo de dos mundos. Por un lado, tanto mi generación como las anteriores comparten esa visión negativa de la juventud. Pero, por otro, doy clases en la universidad y, aunque cada año soy más viejo, mis alumnos tienen siempre 20 años y lo que veía es que las cosas las tienen realmente peor.

 

P.- ¿Pero están mejor o peor preparados?

R.- En los años 90 solo el 20% accedía a la universidad y ahora va el 50%, por lo tanto, como colectivo está mejor preparado. Ahora bien, esta mayor afluencia también distorsiona el resultado medio. Mi amigo Alfonso Novales [matemático, economista y miembro de la Real Academia de Ciencias Morales y Políticas] pone el ejemplo de las maratones. Si comparas el tiempo que tardaban en completarla el corredor medio de hace dos décadas y el actual, la conclusión inequívoca es que estamos ante una clara degeneración de la especie, porque el actual es más lento, pero es que cada vez más gente participa y, lógicamente, la media empeora. Lo mismo ocurre con la universidad: el resultado no es el mismo cuando evalúas al 20% de un grupo que al 50%.

 

P.- En líneas generales, han mejorado, entonces…

R.- Sí, pero tampoco basta, porque mi generación únicamente tenía que competir con rivales locales, mientras que la generación actual lo hace con todo el planeta, porque con la globalización los servicios profesionales se prestan desde cualquier rincón. Y todo ello mientras hace frente al reto digital, es decir, mientras se especializa en algo que las máquinas no hagan. Los desafíos de hoy día requieren una formación muy exigente y lo que observamos en España es que no solo no tenemos el nivel que debiéramos, sino que la inversión en educación no aumenta. Al revés, ha decrecido.

 

P.- En Francia, para zanjar esta polémica, cogieron los exámenes que se hacían a principios del siglo XX y se los pasaron a los alumnos presentes y resultó que estos sabían más.

R.- El acceso al conocimiento se ha facilitado mucho. Recuerdo que, en mi época de estudiante, un profesor nos pidió que averiguáramos no sé qué cosa antes de una evaluación y me tiré 12 horas en la biblioteca. Hoy habría tardado segundos en localizar esa información con mi móvil. Por eso los alumnos se pueden permitir el lujo de no memorizar tanto, porque lo tienen todo a un clic de distancia. A cambio interrelacionan mejor, dominan más idiomas, viajan más…

 

P.- ¿Y no te parece que son un poco quejicas? La vida siempre ha sido dura para los que empiezan. Cuando yo me incorporé al mercado laboral, en la década de 1980, el paro juvenil era más alto.

R.- Sin duda, te pilló la época de la reconversión industrial y no digo que no fuera una situación agradable, pero uno también conseguía estabilizarse antes. Ahora es mucho más complicado, porque la competencia es más intensa y ni las empresas ni los empleos duran lo mismo. Más del 40% de quienes tenían un contrato temporal a los 20 años continúan con contrato temporal a los 40… Y luego está empíricamente demostrado que cada recesión deja una cicatriz, es decir, que las condiciones laborales previas a las crisis no se recuperan del todo, y tanto los mileniales [nacidos entre 1981 y 1997] como los Z [entre 1997 y 2015] se han puesto a buscar empleo en medio de los dos choques más importantes de la posguerra [el colapso financiero de 2008 y la pandemia de 2020].

 

P.- A mi generación tampoco le regalaban los pisos…

R.- Su precio ha subido muchísimo más que los salarios y el esfuerzo para comprar es el mayor de las últimas dos décadas. En los años 90, la política de vivienda era muy generosa, representaba más del 1,2% del PIB. Ahora apenas llega al 0,5%, y básicamente es para rehabilitación.

 

P.- ¿Y por qué se invertía antes tanto y ahora tan poco?

R.- Los votantes de entre 18 y 34 años apenas representan hoy el 21% del electorado [uno de cada cinco], mientras que en los años 80 y 90 suponíamos el 35% [casi uno de cada tres] y ningún candidato podía aspirar a gobernar si no nos ofrecía algo. Por eso se llevó a cabo una política de vivienda tan generosa, aunque desgraciadamente muy ineficiente. Se construyeron cientos de miles de pisos de protección oficial a los que se accedía por sorteo. Tú te apuntabas y, si te tocaba, pues te ponías supercontento, claro. El problema es que era una casa que te daban en propiedad y, cuando ya no la necesitabas, la vendías en el mercado libre, a menudo con una plusvalía tremenda. Ese fue el error. Si se hubieran destinado al alquiler, no habrían podido traspasarse y ahora dispondríamos de un parque de 1,5 millones de viviendas, suficientes para ayudar a emanciparse a la generación de jóvenes de cada año.

 

P.- Al final, el fundamento del atraco que denuncias es puramente demográfico.

R.- Los partidos son organizaciones que maximizan votos y tienen ante sí a dos colectivos. Por un lado, los jóvenes, que son pocos y tienen una tasa de participación electoral 20 puntos inferior y una agenda heterogénea, porque unos quieren irse de casa, otros salir a estudiar fuera, otros viajar… Y luego hay otro grupo formado por personas mayores, que son más, votan casi siempre y tienen unas prioridades muy claras y que básicamente consisten en «no me toques las pensiones» y «no me subas los impuestos». ¿Qué haces como político? Pues centrarte en los segundos y, si se observa la evolución del gasto público, eso es exactamente lo que ha ocurrido: los programas que más han aumentado son los que benefician a los mayores en detrimento de los jóvenes. En eso consiste el atraco al que me refiero en el título, y que es un atraco doble. Porque si tú estos programas los financiaras con los impuestos de los mayores, tendría un pase todavía. Pero lo que está ocurriendo es que encima los sufragas con deuda pública, es decir, les estás pasando la factura a las generaciones futuras. Es el golpe perfecto.

 

P.- Los mayores no solo se quedan con el trozo más grande, sino que encima la tarta la van a pagar los jóvenes… El caso paradigmático de esta desviación del gasto son las pensiones. En tu libro calificas la revalorización de 2022 de «suicidio».

R.- Que las prestaciones no pierdan poder adquisitivo me parece una buena propiedad de un sistema de pensiones. Ahora bien, para revalorizarlas debes disponer de ingresos suficientes, lo que no vale es actualizarlas con cargo a la deuda pública. Por eso no entiendo la última reforma [de José Luis Escrivá, ministro entonces de la Seguridad Social y hoy de Transformación Digital]. Empiezas actualizando las pensiones con el IPC, que era tu principal baza negociadora, y dejas para después las medidas que garantizan la sostenibilidad, que es la concesión que buscas de tus interlocutores. Es como si quieres que tu hijo saque un aprobado y le ofreces a cambio una moto, pero le compras primero la moto. Es un poco naíf, ¿no? Lo más probable es que no funcione, y eso es lo que ha pasado con la segunda fase de la reforma, que básicamente se reduce a una subida de las cotizaciones. Es verdad que Bruselas le ha dado el visto bueno, pero si el año que viene la AIReF encuentra que el gasto supera un determinado nivel, algo que salta a la vista que va a suceder, seguiremos subiendo los cotizaciones, es decir, pagando pensiones cada vez más generosas a costa de los sueldos de los jóvenes. Y lo más llamativo es que a esto lo han llamado «mecanismo de equidad intergeneracional», cuando es justo lo contrario.

 

P.- La comisión de expertos de la que tú formaste parte diseñó un factor de sostenibilidad. ¿En qué consistía?

R.- Paradójicamente, se llamó originalmente «mecanismo de equidad intergeneracional», pero luego el Gobierno de Mariano Rajoy decidió cambiar el nombre… Era muy sencillo. Imagínate una madre y una hija que entran a trabajar con 30 años de diferencia, pero con la misma edad, y que se jubilan al cabo de los mismo años y después de haber cotizado exactamente lo mismo. Para que se mantenga la equidad intergeneracional deberían percibir lo mismo, ¿no? Pero, claro, la hija goza de mayor esperanza de vida y, al repartir la misma cantidad de dinero a lo largo de un periodo más dilatado, deberá contentarse con una anualidad inferior o retrasar su jubilación. En eso consistía la equidad intergeneracional.

 

P.- ¿Qué habría que hacer para que el sistema fuera sostenible?

R.- Si tuviera que dar consejos a la ministra de Seguridad Social [Elma Saiz], dejaría claro de entrada que a los jubilados no les puedes tocar la prestación, porque no tienen margen para adaptarse. En segundo lugar, en el cálculo de la pensión hay que considerar toda la vida laboral, que es un poco lo que Escrivá había anunciado cuando estaba en la AIReF. Lo que ha hecho, sin embargo, ha sido pasar de los 25 años a 29 años, pero quitando los dos peores, con lo que la sostenibilidad empeora, porque aumenta el gasto. Finalmente, habría que reintroducir un factor de equidad intergeneracional y, si a la ministra no le gusta el del señor Rajoy, existen otras fórmulas. De lo que se trata es de que la pensión se adecúe al aumento de la esperanza de vida.

 

P.- ¿Y qué más habría que hacer?

R.- Con la jubilación actual, pasamos de trabajar 40 horas semanales a que una mañana nos levantamos y no tenemos nada que hacer. Eso no lo quiere nadie. Tienes que ir hacia una salida gradual del mercado y dejar que cada cual elija lo que realmente quiere. Ahora mismo existe la jubilación activa, que te permite seguir trabajando y percibir la mitad de la prestación, pero para acceder a ella tienes que estar un año jubilado del todo. ¿Qué disparate es ese?

 

P.- ¿Y por qué eso es así? Nunca lo he entendido…

R.- Para que no se acoja nadie, porque hay mucho político absurdamente convencido de que si una hora la trabaja un mayor, deja de trabajarla un joven.

«Los jóvenes del ‘baby boom’ no lo tenían fácil, pero acababan estabilizándose. Hoy no es así. Más del 40% de quienes tenían un contrato temporal a los 20 años continúan con contrato temporal a los 40»

 

P.- En los años 70, cuando las crisis del petróleo, se introdujo la jubilación anticipada porque se creía que liberaba empleo para las nuevas generaciones, pero lo que ocurrió fue que, al pasar de activos a pensionistas, los mayores perdieron capacidad adquisitiva, redujeron su consumo y provocaron una caída de la producción, la inversión y el empleo.

R.- También hay quien sostiene que el inmigrante le quita el trabajo al nativo y en Estados Unidos, cuando la mujer empezó a incorporarse al mercado después de la Segunda Guerra Mundial, muchos decían: «Van a despedir a los hombres y se van a dar al alcohol». Son todo falacias… Nosotros en Fedea hemos propuesto un nuevo contrato plenamente compatible con la jubilación y con el que la gente puede trabajar a tiempo completo o parcial, según desee, aunque poniendo a cero la antigüedad, para no distorsionar el coste de despido… La verdad, no entiendo por qué se ponen tantas trabas a este tipo de iniciativas.

 

P.- A lo largo de la última década, el Estado ha transferido en torno a 50.000 millones cada año para cubrir el déficit de la Seguridad Social. Eso es insostenible. ¿No puede suceder que un día lleguen los hombres de negro y rebajen radicalmente las prestaciones, como en Grecia o en Portugal [donde los jubilados sufrieron recortes de hasta el 40%]?

R.- Ahora mismo, nos financiamos con deuda pública y mucha gente dice: «No pasa nada», pero porque no entiende lo que es el coste de oportunidad. Todos esos recursos que destinamos a pagar intereses están dejando de emplearse en las políticas que nos hacen falta para impulsar la productividad, para mejorar la educación o el acceso a la vivienda. Y por supuesto, siempre corres el riesgo de que estalle una crisis fiscal y, ahí sí, tengas que adoptar medidas drásticas y muy injustas.

 

P.- De momento, vamos renovando la deuda sin problemas…

R.- Nuestro déficit estructural no ha hecho más que crecer desde 2015. Somos un país que, tan pronto como creemos que nos va bien, bajamos los impuestos o aumentamos el gasto, y eso se va comiendo el margen de maniobra.

 

P.- España recauda menos que los países de su entorno, pero en tu libro dices que tenemos paradójicamente tipos marginales [máximos] muy altos, tanto en Sociedades como en IRPF. ¿Cuál es el problema? ¿Hay que bajarlos?

R.- Los impuestos tienen en España una característica curiosa: el tipo marginal es alto, pero el tipo efectivo [el porcentaje que se queda Hacienda] es bajo. ¿Por qué? Porque tenemos las bases imponibles agujereadas con deducciones y beneficios fiscales, de modo que acabamos en el peor de los mundos: por un lado, un marginal elevado que distorsiona las decisiones de trabajo e inversión y, por otro, unas deducciones y unos beneficios fiscales que deprimen la recaudación. Habría que tapar esos agujeros. Puesto que somos españoles, en lugar de un queso de gruyere, deberíamos tener un queso manchego, pero la tendencia es la contraria. El otro día leí que el Gobierno quiere bajar el IVA al arte contemporáneo. ¿Qué sentido tiene eso? Nuestro IVA general [del 21%] está en la media europea, pero luego aplicamos el reducido o el superreducido a un montón de artículos y por eso perdemos ingresos. Deberíamos plantearnos si no sería mejor que todo el mundo pagara el 21% o el 18%, y ayudar a los hogares con dificultades.

 

P.- En tu libro te muestras partidario del impuesto de Sucesiones, que es una figura que muchos países han suprimido.

R.- Si lo piensas, no es muy justo que una persona que trabaja día y noche para ganar un millón de euros pague la mitad en impuestos y otra que hereda un millón de euros no pague nada. Yo creo que la recuperación de Sucesiones ayudaría a reducir las desigualdades, pero, fíjate, reflexionando y leyendo sobre el asunto, me di cuenta de que podría graduarse la presión en función de la edad del beneficiario. La gente hereda ahora más tarde y, si tú te encuentras con que te llega un dinero cuanto ya has cumplido 60 y tienes toda la vida hecha, probablemente le des un uso menos productivo. Pero si estás en la treintena, puedes montar un negocio o emanciparte y formar una familia. Así que yo sería partidario de que se eximiera de tributación a quien hereda joven.

 

P.- ¿Y qué más harías para impulsar la recaudación?

R.- No tiene sentido que la universidad esté tan subvencionada. El precio de la matrícula debería cubrir lo que cuesta la plaza y, al que no llegue, se le da una beca. También habría que pagar por el uso de las autovías. En cualquier caso, lo importante es que decidamos qué tipo de sociedad queremos ser. Lo que no puede ser es que tengamos los servicios de un país del norte de Europa y los impuestos de Estados Unidos. Tenemos que madurar.

 

P.- Nos queda el tema del mercado laboral. ¿Qué te parece la reforma de Yolanda Díaz?

R.- De las que yo he tenido ocasión de ver, y van ya unas cuantas, ha sido la mejor, aunque no es tan buena como cabría deducir de la caída de la temporalidad.

 

P.- Este Gobierno alardea mucho de ello.

R.- Una de las cosas buenas del señor Escrivá es que nos ha dado acceso a los investigadores a los datos de la Seguridad Social. En Fedea hemos llevado a cabo un estudio y, cuando observas la tasa de temporalidad, la caída ha sido efectivamente brutal. Un marciano que visitara la Tierra y viera solo ese gráfico diría: «No sé qué ha pasado, pero aquí ha pasado algo». Ahora bien, si a continuación le enseñaras el gráfico de altas y bajas en la Seguridad Social, te diría: «Esto sigue igual que antes, tienen la misma creación y destrucción diaria de contratos». ¿Por qué ha caído entonces la temporalidad? España tiene unos patrones de calendario muy marcados: te dan de alta el lunes para despedirte el viernes, y eso antes se hacía con contratos temporales. La reforma los ha prohibido, pero la práctica se mantiene, solo que ahora se utiliza la figura del fijo discontinuo, que lleva la etiqueta de indefinido.

 

P.- O sea, que el trabajador está igual, lo único que ha cambiado es el nombre.

R.- Ha mejorado un pelín, pero en ningún caso tiene un contrato indefinido de los de antes. La precariedad persiste, y los jóvenes, las mujeres y los inmigrantes son los que más siguen padeciéndola. Es verdad que Díaz ha impulsado la conversión de temporales en indefinidos, tanto en su versión ordinaria como en la de fijo discontinuo, pero la duración de esos contratos es menor y, en cualquier caso, se engaña quien crea que la reforma es tan buena como indica la caída de la temporalidad. La temporalidad, que antes era un buen indicador de la situación laboral, ya no sirve. Es algo que, por desgracia, nos ocurre a menudo a los economistas: basta que midamos una magnitud para que los políticos busquen el modo de manipularla… Lo que tenemos que hacer ahora es encontrar otras formas de medir la precariedad. En Estados Unidos la tasa de temporalidad es cero. Allí todos los contratos son indefinidos y eso no significa que no exista precariedad, porque el empresario interrumpe la relación cuando le conviene.

 

P.- A lo que habría que ir es a la llamada «flexiguridad», un sistema que proporciona al empresario flexibilidad para organizar la plantilla y al asalariado, seguridad ante las contingencias.

R.- En Dinamarca el despido es prácticamente libre. Se protege al trabajador, no el puesto de trabajo. En el mundo que nos ha tocado, se crea y se destruye mucho empleo, porque la mortalidad de las empresas ha aumentado mucho. La solución no consiste en blindar el puesto, sino en dar al parado una buena prestación, para que aguante al mismo tiempo que se le ayuda con una buena política activa a encontrar una nueva colocación. Esa es la gran reforma pendiente. Yo no soy partidario de un coste de despido nulo, porque la experiencia de Estados Unidos revela que se despide más que el óptimo, pero tampoco creo que sea un juez quien deba decidir la indemnización. Eso genera mucha incertidumbre y retrae la inversión.

 

P.- Para ir cerrando, los mayores nos consideramos muy listos, porque, como tenemos más votos, nos estamos quedando con la porción mayor de la tarta. Pero los jóvenes tienen un último recurso: pueden votar con los pies yéndose a otro país donde se les trate mejor, y eso de hecho ya está pasando.

R.- No hemos comprendido lo global y digital que es esta generación… Yo también me fui seis meses fuera, en los años 90, a hacer el doctorado a Estados Unidos. Estaba en una universidad maravillosa, pero no acababa de sentirme cómodo, porque ni la música que escuchaba, ni los bares que frecuentaba, ni las películas que veía se parecían a lo que escuchaba, frecuentaba y veía en España. Luego estuve un año en Italia y los italianos eran majos y tal, pero no como nosotros… Eso ha cambiado. La cultura es hoy global. Los jóvenes escuchan la misma música y ven las mismas series. El choque que comporta mudarse se ha reducido. Además, la tecnología te permite mantenerte cerca de tu familia, puedes hablar con ella a diario. Y el transporte es mucho más barato… Así que si nos empeñamos en ponérselo difícil a los jóvenes, van a marcharse a Alemania o Portugal, que ya se han puesto las pilas. Y eso es lo que, en el fondo, me anima, porque, al final y por puro egoísmo, para que no nos dejen y sigan pagándonos las pensiones, acabaremos haciendo las reformas que necesitamos.

 

 

Fuente: The Objetive «La caída de la temporalidad no supone el fin de la precariedad» (theobjective.com)

 

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