Estamos en un agosto políticamente desapacible. La pérdida por parte del PSOE de las elecciones locales y autonómicas el 28 de mayo nos condujo, por conveniencia de la dirección del PSOE, no por intereses generales, a unas elecciones a fines de julio para que a mitades de agosto, en plena canícula vacacional, estemos ocupándonos de estas áridas cuestiones.
Las circunstancias políticas por las que atraviesa España en este mes de agosto son surrealistas: “¿Qué nos pasa? Que no sabemos lo que nos pasa”, decía Ortega. Sin embargo, este no es el caso actual: sabemos perfectamente lo que nos pasa. La política española es un barco a la deriva que va acercándose peligrosamente a una costa rocosa . Hace años que esto sucede y la deriva sigue con un capitán imperturbable al frente.
André Breton, el papa del surrealismo, dijo en su famoso Manifiesto de 1924 que esta corriente artística pretendía «convertir las contradicciones de los sueños y la realidad en una realidad absoluta, una superrealidad». Así de confusa está la política española: entre el sueño y la realidad, el subconsciente y lo irracional. A tientas vamos con ese PSOE, el Partido Surrealista, [más o menos] Obrero y [más o menos] Español.
Pero el nudo del asunto está en que el futuro Gobierno depende de los siete diputados de Junts, un partido de ámbito regional catalán cuyo presidente Puigdemont, que reside en Waterloo, está fugado de la justicia y si pisa tierra española debe ser inmediatamente detenido por un intento de golpe de Estado en otoño de 2017. Lo ridículo de todo este asunto, lo surrealista, es que los demás partidos – unos más que otros, ciertamente – se toman tal situación con normalidad, muy especialmente los del mal llamado bloque de izquierdas (¿son Junts y el PNV de izquierdas?)
No hay que recordar cuando empezó la deriva. Es bien sabido que empezó en 2017, cuando Sánchez accedió de nuevo a la secretaría general del PSOE con su famoso lema «no es no», que es la base de la actual política del PSOE. Allí empezó la política de bloques que ha convertido a un golpista y prófugo de la justicia en la clave de la gobernabilidad de España.
Quizás algunos en el PSOE podrían pensar que es mejor llegar a acuerdos con el PP que con Puigdemont, Bildu, ERC y demás partidos nacionalistas. Pero en el PSOE ello está prohibido por el «no es no»: solo se puede, y se debe, pactar con los partidos del mismo bloque, sean de derechas o de izquierdas, nacionalistas o populistas.
Este es el problema: el PSOE ha dejado de ser un partido socialdemócrata y ha pasado a ser un partido social-identitario, ha mutado de naturaleza, no es la primera vez que le pasa con tantos años de historia a cuestas. Pero así como el congreso de Suresnes en 1974 marcó un paso decisivo del PSOE histórico de Rodolfo Llopis en el exilio y el moderno de González y Guerra en el interior, en 2017 Pedro Sánchez y los suyos, rematando la labor comenzada por Rodríguez Zapatero, hicieron aflorar otro PSOE, el actual que esta dispuesto a acceder a cualquier tipo de humillación.