UNA JUVENTUD PERDIDA : UN PANORAMA PARA ECHARSE A LLORAR

Encontrar empleo es casi utópico para muchos jóvenes y el Estado no da estabilidad a estos trabajadores que son, además, imprescindibles para nuestro “estado del bienestar”

Somos un país capaz de financiar la educación superior de sus jóvenes, pero es incapaz de integrarlos en el mercado laboral: paro y emigración

La situación social de los españoles menores de treinta años es, en verdad, lamentable. Por ejemplo, en octubre de 2020 la tasa de paro entre los jóvenes menores de 25 años (de ambos sexos) era del 40,4%, la más alta de la zona euro (18,7%) y de la UE a 27 (17,5%) y muchísimo mayor que en Alemania (6,0%) o en Japón (5,0%).

El paro es una lacra que llegó a España con la crisis del petróleo y aquí sigue, golpeando especialmente a los jóvenes. Por otro lado, la tasa de temporalidad (media de todas las edades) era del 26,2%, mientras que en los ocupados más jóvenes (16-19 años) era del 86,7%. En las edades 20-24 años era del 66,6% y en los de 25-29 años del 46,6%. Cifras, como se ve, de un nivel difícilmente soportable. En 1995 la proporción de ocupados 16-39 años era del 56%, en 2020 había bajado al 37%.

Esas diferencias retratan la penosa situación que sufrimos en España respecto a nuestros vecinos. Pero lo peor del caso se da en el propio Estado (incluyendo las Comunidades Autónomas) y lo hemos visto con la pandemia, cuando se ha hecho visible que más de la mitad de los sanitarios en hospitales públicos está trabajando con contratos temporales, con frecuencia de un mes de duración. Contratos que se renuevan sin dar estabilidad a estos trabajadores imprescindibles para nuestra salud.

Metroscopia acaba de realizar una encuesta dirigida a los españoles de 18 a 30 años que no hace sino ratificar esa penosa situación: retraso en salir del nido paterno, inestabilidad laboral, imposibilidad de adquirir o alquilar una vivienda, uniones (matrimoniales o no) cada vez más tardías y los primeros nacimientos a edades cada vez mayores de las madres (y también de los padres).

Esto último explica, en buena parte, la bajísima fecundidad de las españolas, lo que trae consigo inexorablemente un creciente envejecimiento.

LA “RIQUEZA HUMANA”: LAS GENERACIONES “PRECRISIS” Y “POSTCRISIS”

Las recesiones económicas afectan de una forma u otra a casi el total de la población. Sin embargo, el impacto que sufren las rentas salariales suele concentrarse en las personas que se han incorporado recientemente al mercado laboral (sobre todo jóvenes). Esta ‘pérdida’ de ingresos puede afectar, a su vez, a la riqueza futura de esos hogares y dejar cicatrices duraderas. La situación puede ser aún peor si esas cicatrices se abren (con una nueva crisis) cuando parecían estar sanando. A este sufrimiento es al que se enfrenta una generación que se ha topado con dos crisis (o tres si se desglosa la de 2008 y 2011) en los primeros años de su vida laboral, una generación que parece una “generación perdida”.

Como señala el Banco Central Europeo (BCE) en un informe reciente, las crisis afectan de forma distinta a los diferentes grupos de edad. Normalmente, los hogares más jóvenes obtienen una mayor parte de su renta de los ingresos laborales, contando a su favor con lo que el BCE llama ‘riqueza humana’, es decir, la suma esperada de ingresos laborales futuros. Esta riqueza se ve alterada durante las recesiones económicas, que afectan en mayor medida a las personas que han entrado al mercado laboral en los últimos años.

Por el contrario, los hogares de más edad, aprovechando los frutos de años de salarios dignos (ahorros), empiezan a diversificar sus rentas incrementando el peso de los activos financieros y reales (vivienda, por ejemplo), mientras que esa ‘riqueza financiera’ que han adquirido desaparece a medida que se acercan a su jubilación. Las crisis afectan a estas personas, sobre todo, a través del precio y de los rendimientos de sus activos financieros (acciones, planes de pensiones…).

Si una nueva generación vive varias recesiones seguidas se queda sin ‘riqueza humana’ y financiera. La generación España (y otros países del sur de Europa) que nació entre 1985 y 1995 (“la generación postcrisis”) está teniendo el dudoso privilegio de ser la única en las últimas décadas que pasará por dos Grandes Recesiones en su periodo final de formación e incorporación al mercado laboral.

En el sur de Europa, la generación postcrisis recibe menores ingresos y cuenta con menores tasas de empleo que su generación predecesora (los nacidos entre 1975 y 1984, “la generación precrisis”). Los datos también muestran menores tasas de emancipación, vivienda en propiedad, fertilidad o riqueza potencial. Esta brecha afecta de manera especialmente negativa a las personas sin estudios superiores.

Incluso los períodos de desempleo breves pueden ser fatales para los jóvenes, afectando a las perspectivas a largo plazo de una persona, se estima que un mes de desempleo entre personas que están iniciado su carrera laboral causa una pérdida de ingresos del 2% de por vida. Por otro lado, los períodos más largos de desempleo cuando se es joven aumentan la probabilidad de períodos futuros sin trabajo, porque las personas pierden habilidades y la experiencia necesaria para mantenerse en el mercado laboral y ser perfiles atractivos.

Fue en la crisis de 2008 cuando dio comienzo la pesadilla económica de esta generación, que es compartida en varios países del sur de Europa. La debacle macroeconómica que se abrió en 2008 y enlazó con la crisis de deuda soberana en 2009-2011 tuvo un impacto diferencial entre los países deudores dentro de la zona Euro, localizados en el sur de Europa. España, Italia, Grecia y Portugal fueron desde entonces entendidos como un todo de ‘perdedores’ de dicha crisis.

“INSIDERS” (TRABAJADORES ESTABLES) Y “OUTSIDERS” (TRABAJADORES PRECARIOS) 

Pero no todos perdieron por igual en el interior de estos países. Es a todos ellos común una estructura de mercado laboral marcada por la profunda segmentación que existe entre insiders o trabajadores estables, que disponen de puestos de trabajo sólidos, estables y relativamente bien protegidos, y aquellos que sin disponer de esos escudos enfrentan las crisis al albur de las inclemencias macroeconómicas. Outsiders, por estar fuera del sistema, o precarios que lo son doblemente: en estos países, la red de seguridad del sistema de bienestar protege mejor a los que ya se han insertado en un puesto de trabajo fijo.

La incorporación al mercado laboral en estos países ha sido históricamente muy difícil para las nuevas generaciones, con plazos anormalmente largos hasta el logro de la estabilidad. El peaje en precariedad es mayor para aquellas personas con menor formación, porque no cuentan con el capital humano, social y relacional adquirido (o heredado) que agiliza y refuerza la pasarela al corazón del mercado laboral, además de actuar como colchón y palanca de recuperación tras las crisis.

Esta puede ser una de las cicatrices que deje esta crisis: los salarios de los trabajadores que están accediendo o llevan pocos años en el mercado laboral estarán lastrados durante mucho tiempo. El mercado laboral juvenil es muy sensible a los ciclos económicos, y los jóvenes tienen más probabilidades de tener un empleo precario que cualquier otro grupo de edad. Después de la Gran Crisis Financiera de 2008, llevó años recuperarse en toda Europa, aún así, los ingresos de los jóvenes nunca volvieron a los niveles anteriores previos a la crisis en España.

Se puede ver analizando los datos de desempleo en la base de datos de Eurostat que los menores de 35 años son los que están sufriendo con mayor violencia la crisis a través del mercado laboral. El desempleo en los menores de 25 años ha pasado del 30 al 40% durante la crisis (10 puntos), para los que tienen entre 25 y 30 ha crecido desde el 20% hasta casi el 25% (cinco puntos), entre 30 y 34 años del 14% al 18% (cuatro puntos), mientras que el desempleo entre los mayores de 40 años ha aumentado solo seis décimas, pasando del 12% hasta el 12,6%.

En el sur de Europa, los pertenecientes a la generación poscrisis han entrado en la vida adulta y el mercado laboral con condiciones menos favorables que sus predecesores (tanto en trabajo, ingresos, como capacidad para acumular riqueza). Así, esta generación acumula varias crisis que han ido dinamitando sus expectativas salariales y lastrando la acumulación de riqueza. Esa generación nacida entre el 85 y el 95 no solo sigue sufriendo un desempleo superior y un mayor riesgo de despido, sino que también tienen una riqueza inferior a la que tenía la generación anterior a su edad. Esto es producto de todo lo anterior: un mercado laboral precario, unos salarios estancados o a la baja y la dificultad para acceder a la vivienda, un activo cuyo precio ha avanzado mucho más rápido que los salarios, lo que impide a muchos jóvenes (menores de 35 años) tener unos ahorros suficientes para afrontar el pago inicial de una vivienda.

La riqueza neta mediana (valor de los activos reales y financieros menos deudas contraídas) de los menores de 35 años se ha reducido entre 2005 y 2017 un 94 % en España, según los datos de la Encuesta Financiera del Banco de España. Cada vez menos jóvenes (menores de 35 años) poseen una vivienda: en 2011 era casi un 70%, y en 2017 un 41%. Las dificultades para acceder a una vivienda y un incremento de la preferencia por el alquiler, están haciendo que la riqueza neta de los jóvenes españoles se contraiga. Según datos del INE, en 2008 más del 55% de los hogares entre 16 y 30 años tenían vivienda en propiedad, mientras que en 2017 este porcentaje ha caído al 26%.

LA GENERACIÓN PERDIDA

Sin casa ni riqueza es más complicado tener hijos y empezar a completar etapas del ciclo vital. El desempleo juvenil causa daños a largo plazo. Los trabajadores que estaban desempleados cuando eran jóvenes tienden a ganar significativamente menos a lo largo de su vida. Los jóvenes desempleados miran el futuro con menos optimismo. También tienden a dejar el hogar paterno más tarde y formar familias más tarde. De media, en el sur de Europa abandonan la casa de sus padres a la edad de unos 30 años, y no es de extrañar que las tasas de fecundidad de Italia y España se encuentren entre las más bajas de Europa.

Es cierto que con la llegada de los 30 años, esta generación  parece empezar a ver la luz (o lo parecía antes del covid-19), logrando la convergencia salarial con generaciones anteriores a esa edad, pero esta convergencia no significa recuperación pues esos 10 años de retraso implican posponer proyectos vitales: caen tasas de fertilidad y emancipación, y la incorporación a la ‘vida adulta’ se retrasa”.

Aunque aún les queda mucho tiempo, la brecha de riqueza puede jugar en contra de esta generación en el futuro. La riqueza acumulada sirve para amortiguar las caídas de ingresos en el futuro, ya sea por desempleo, jubilación, rebajas salariales…

Este cohorte, de todavía jóvenes, se enfrenta a un futuro más incierto que nunca sin red de protección (riqueza). La gran ventaja para muchos de ellos es que sus padres sí la tienen y están dispuestos a compartirla.

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