LA POLÍTICA: LOS PROBLEMAS SON OBVIOS. LAS SOLUCIONES NO.
El covid-19 llegó a España en un momento de fragilidad política, menos de dos meses después de que un Gobierno de coalición en minoría tomara el poder tras dos elecciones en 2019 que no resultaron en una mayoría parlamentaria. Pero el bloque político sigue: el actual Gobierno tiene autoridad ejecutiva, pero depende de acuerdos (a menudo obscuros entre bambalinas) de partidos fuera del gabinetepara aprobar leyes.
Después de Italia, España fue el segundo gran país europeo en ordenar un confinamiento draconiano contra el coronavirus en marzo. Pero en cuanto la curva de infecciones y defunciones se aplanó, el Gobierno apostó por reabrir, más rápido que Italia, a tiempo para la temporada turística de verano y el primer ministro delegó la gestión en las CCAA. A primeros de julio Pedro Sánchez dio por “vencida” a la pandemia y alentó a los ciudadanos, pese a los rebrotes que empezaban a salpicar la geografía del país, a “no tener miedo y salir a la calle para reactivar la economía“. Una respuesta mal coordinadafracasó en su objetivo de prevenir una segunda ola del coronavirus, llevando a otros países europeos a recomendar a sus ciudadanos que se alejaran de España.
Ahora el fantasma de una España fallida recorre Europa. Intelectuales y medios de comunicación de diferentes países alertan desde hace semanas de cómo la demolición del edificio institucional español, auspiciada por quienes están obligados a defenderlo, amenaza con colapsar un Estado cuyos gobernantes son incapaces de frenar la pandemia y de combatir la profunda crisis económica. Si España ha sido señalada como el país más contagiado y el más hundido económicamente, no es a causa de una maldición bíblica: los culpables tienen nombres y apellidos. Desde su formación hace nueve meses, el Gobierno ha gestado un país enfermo, empobrecido, dividido y crispado, devuelto al cainismo. Vuelve España al túnel, pero ahora sin esperanza.
Es comprensible que Europa esté alarmada ante el esperpento de un Gobierno cuyo vicepresidente es señalado judicialmente por tres delitos y aún no ha dimitido ni ha sido destituido. El clímax se alcanza con los ataques de ese mismo vicepresidente y de varios ministros al Jefe del Estado. Les resulta incomprensible el obsceno acoso al Poder Judicial con amenazas directas a jueces concretos y a la propia institución, sobre la que pende una decisión que dinamita la separación de poderes consustancial al Estado de Derecho. El cambio en el sistema de elección del Poder Judicial supone el mayor ataque a la independencia judicial desde la restauración de la democracia y violenta la doctrina constitucional, que más allá de la letra pequeña obliga a grandes consensos parlamentarios para garantizar la separación de poderes.
Al invadir el terreno judicial, Moncloa carga de razón a los gobiernos comunitarios que advierten de que España no es de fiar. Para aprobar los presupuestos, se ha ofrecido indultar a los líderes independentistas actualmente encarcelados por intentar romper unilateralmente con España a finales de 2017. No es de extrañar que los socios europeos duden de si este Gobierno está capacitado para gestionar eficazmente los 140.000 millones en subvenciones y créditos prometidos por Bruselas.
La oposición conservadora está fragmentada. El Partido Popular espera debilita al Gobierno lo suficiente para ganar las próximas elecciones en 2023 y mientras tanto, la formación de extrema derecha Vox sigue subiendo en las encuestas con su retórica populista contra el también populista Podemos, ahora en descomposición, pero cuyo líder carismático ahora está investido por el púrpura del poder.
Mientras los líderes políticos españoles discuten entre sí, la economía está siendo duramente golpeada. Se espera que el PIB se contraiga por encima del 12% este año, la peor caída dentro de la Unión Europea, con el turismo y la restauración (que juntos representan un cuarto de la economía) como los sectores más afectados. Los inmensos y necesarios gastos que se están haciendo en el denominado “escudo social” (ERTEs, prestaciones excepcionales de desempleo, IMV,…) no están llagado a muchos ciudadanos por la inoperancia de las administraciones que las gestionan (SEPE, INSS,…) dejando a los más débiles desasistidos en los momentos de mayor necesidad. España se enfrenta a paro antológico y una oleada de bancarrotas cuando el Gobierno se quede sin dinero para apoyar a empresas y trabajadores. El Gobierno ha puesto las esperanzas de la supervivencia económica en los 140 millones de euros que España recibirá del paquete de rescate de la UE por el coronavirus. Sin embargo, la mayor parte de ese dinero no llegará al menos hasta el año que viene, y está condicionado a reformas estructurales sobre el mercado laboral y pensiones que el actual Gobierno, en su debilidad, parece reticente a aprobar.
LA ECONOMÍA: ¿ DÓNDE ESTÁ EL DINERO PARA FINANCIAR LOS GASTOS EXTRAORDINARIOS?
Sería interesante comprobar hasta qué punto se conoce el funcionamiento de la economía y si existe la conciencia de que, además de las encuestas de opinión, que por naturaleza van detrás de los acontecimientos, son muchas las personas que van por delante de estos para poner precio a los riesgos derivados de las decisiones políticas. Los mercados a largo plazo se comportan como una máquina de votar y califican a diario la acción de los gobiernos, y cuanto menos transparente sea estos, mayor es la desconfianza de los mercados.
El misterio no les gusta nada, por lo que el hecho de que no se conozca con claridad hacia donde se dirige un gobierno de coalición, con ministros que se contradicen y ocultan información, bajo expresiones un tanto déspotas como «la decisión la ha tomado quien la tenía que tomar», no resulta lo más apropiado para un país que tiene que financiar este año en los mercados 300.000 millones de euros, es decir, una carga compartida de más de 2.300 euros al año por cada uno de los hogares del país. Un volumen que obliga a financiarse fuera de España porque el ahorro interno no da para tanto. Ya se han financiado ya casi 200.000 millones y aún queda una cantidad apreciable hasta esos casi 300.000 millones, por lo que el país no está como para desplantes, o pactos que juegan a ver hasta dónde aguanta la Constitución.
Es costumbre en política ocultar la incertidumbre para proteger a los ciudadanos como si fueran menores de edad, pero la gente capta el juego y se vuelve incrédula.
Quiera el gobierno o no, los tres grandes gestores de fondos indexados, BlackRock, Vanguard y State Street Global Advisors, que suman un patrimonio de más de 10 billones de dólares, poseen una proporción significativa de las acciones de empresas estadounidenses y están muy presentes en España, mueven los mercados. A su vez, participan en el accionariado de las tres agencias de rating (calificación de riesgo), que califican la capacidad de reembolso de la deuda de empresas y gobiernos. Durante la última década, más del 80% de todos los activos que fluyen hacia los fondos de inversión se han destinado a estos tres fondos. Si la tendencia se mantiene, en la próxima década la proporción de votos que los «Tres Grandes» emitirían en las empresas del S&P 500 representarían el 34% del total y el 41% de los votos en dos décadas. Podrán dominar las votaciones en aquellas empresas estadounidenses en las que no hubiera un accionista de control, y lo mismo puede suceder en España, donde poseen algo más del 6% del Ibex. El dinero de clientes en sus manos equivale aproximadamente a la mitad del mercado de valores de EE. UU., o a todo el mercado europeo.
Las políticas de misterio y certeza ilusoria dañan la confianza pública en las instituciones, y además no engañan a nadie. Cuando un gestor se sienta ante un inversor hay una pregunta que debe saber responder: ¿cómo se van a generar los ingresos para devolver el préstamo que pide?. Si esta parece una cuestión demasiado directa existe otra, ¿por qué merece la pena que invierta en tu país o en tu negocio?. La próxima será: ¿Podría decirnos quién conduce este vehículo y compartir con todos nosotros su idea de a dónde vamos?
LA CIUDADANÍA: DECEPCIÓN Y DESCONFIANZA, Y UN CONSEJO FINAL
Una enfermedad, no transmitida directamente por un virus, más silenciosa se ha instalado en España a lo largo del último mes. Una mezcla de fatiga, hartazgo, furia y decepción que se traduce, entre otras cosas, en frustración, individualismo, malestar y desconfianza. No se trata únicamente del creciente impacto directo del virus (pérdidas humanas, crisis económica), sino también de “una gran decepción por las expectativas, porque aunque racionalmente uno podría pensar que las cosas no se solucionarían, teníamos la expectativa de que volveríamos del verano un poco más aliviados. Las directrices confusas y contradictorias provocan no solo tristeza, sino también rabia y fatiga.
La proporción de quienes tienen poca o ninguna confianza en el actual Gobierno ha ido creciendo con el paso de los meses, el 39 % no tiene ningún tipo de confianza en su presidente (11 puntos más que en abril) y el 29 % tiene poca. Entre ambas suman el 68%.
Algo parece haberse roto entre el confinamiento, con su espíritu colectivo y solidario, y el cinismo individualista de hoy. Tiene que ver con la gestión: nos encierran tres meses en los que todo el mundo toma conciencia de que esto es muy grave, pero no se trabajó la idea de que iba a durar hasta 2021 o 2022, sino que se jugaba mucho con que había que hacer un gran esfuerzo colectivo y que todo iba a pasar.
La llegada de la nueva normalidad no fue un alivio, sino un espejismo. El presidente del Gobierno nos contó que habíamos vencido al virus, que hiciéramos vida normal. Una nefasta gestión de las expectativas: si tú crees que en tres meses va a pasar, haces un ejercicio de supervivencia colectiva. No falló nadie, los ciudadanos estuvieron impecables, los sanitarios lo dieron todo, todo el mundo cumplió. Eso de repente se dilapida en dos meses y la gente empieza a echar de menos no poder volver a hacer una vida medio normal. Y se da cuenta de que hay otros modelos que están gestionando mejor que nosotros y de repente llega de nuevo los confinamientos, que es el fracaso del resto de medidas”.
a). La pérdida de la confianza y del control de nuestra vida
La gestión de la pandemia ha hecho imposible eso de “convivir con el virus” pues ha generado una inestabilidad en la que es imposible hacer planes incluso a cortísimo plazo, ni prepararse mentalmente para los cambios.
Necesitamos saber qué ha pasado, qué está pasando y poder realizar algunas previsiones de futuro, tener la ilusión de que controlamos el tiempo, pero ahora ni en trabajo ni en ocio se puede planificar nada de nada. No sabemos qué movilidad tendremos, si podremos ver a seis personas o a ocho..
Además de generar gran desafección hacia las medidas que hasta ahora se habían cumplido casi a rajatabla. Cuando restringes y acomodas tu vida a cosas que de repente ves que no tienen un sentido sanitario, lo haces con menos ganas. La incertidumbre es lo que más daño hace, porque las sociedades se cimentan en la confianza.
b). El agotamiento. Un gran esfuerzo que no se puede mantener
No se nos preparó mentalmente para la pandemia, se nos preparó para el confinamiento. En otros países ha sido muy distinto, pero aquí pasamos de hacer vida normal a estar encerrados y a pedirnos un compromiso absoluto de un día para otro. En abril, ya había información de que esto iba tal vez para dos años, se nos tenía que preparar para un escenario a largo plazo, de compromiso progresivo, y no una respuesta que nos dejara agotados para la siguiente fase.
En la fase que nos encontramos ahora, con el agravante de que mientras en el confinamiento sí se veía claramente el impacto del sacrificio en la curva, ahora es al revés: los sacrificios aumentan pero la situación empeora. Si vemos que tiene algún efecto, seguiremos haciéndolo, pero si no, pensaremos ‘hemos cambiado nuestras vidas y no ha servido para nada”. En la primera ola, se hizo relativamente bien: estábamos animados, con el discurso de ‘vamos a salir todos juntos de esta’ y cuando mejoraba la tendencia se contaba, lo que incentivaba la moral de las tropas. Ahora ya no”.
Los sacrificios se hacen porque vendrán las recompensas. La religión es la gran experta en el tema, y todas las religiones, de cualquier credo, siempre han prometido que habría recompensas después del sacrificio. Es complicado en una situación actual porque la recompensa está muy lejos, pero es razonable sentir engaño o decepción si se percibe que mientras las medidas se cumplen a nivel individual, los políticos son incapaces de trabajar juntos.
c). Culpabilización de la ciudadanía
Una de las ideas que han ido calando entre la población es que gran parte de la culpa de los rebrotes es del comportamiento de los ciudadanos, una idea que entra en contradicción con los altos niveles de cumplimiento de las medidas. En España el discurso de culpabilización e individualización de los contagios ha contribuido a este desgaste progresivo.
La percepción que aumenta entre los ciudadanos, una vez que han comprobado que no se han tomado las medidas necesarias (rastreo de casos, refuerzo de la Atención Primaria), es que muchas comunidades han optado por medidas más restrictivas que activas. Han elegido restringir en los espacios donde tenían responsabilidad, es decir, en la calle. El discurso ha ido cambiando de víctima según la evolución de la pandemia: de los contagiosos adolescentes botelloneros pasando por los madrileños estigmatizados. Ha habido una apelación desproporcionada a la responsabilidad individual, pero hasta qué punto puedes pedir a alguien de Vallecas que necesita moverse por la ciudad para ganarse la vida que se quede en casa. Esto ha dado lugar a un fenómeno de polarización grupal, en el que las personas que piensan de la misma manera tienen a radicalizarse: Una sociedad policiaca vigilante donde, además, no se pueden discutir las normas.
d). Las soluciones fáciles: el ocio es sospechoso
El enfoque ‘todo o nada’ de España, donde se han limitado, por ejemplo, actividades que hoy se sabe que apenas son contagiosas y ha provocado que toda actividad de esparcimiento sea vista como sospechosa. ¿Aumentan los casos? ¡Se cierran los parques! ¿Aumentan más? ¡Se cierran los bares! ¿Se desbocan? ¡Limitamos las relaciones sociales!
Hay una tendencia a culpabilizar el disfrute, y a no tener en cuenta la importancia de la salud mental. Siempre se enfoca lo que hay que hacer desde el punto de vista de las restricciones Si optas por todo o nada, caes en la culpabilización.
El mensaje en España se atiene más a la forma que al contenido, quédate en casa sin explicar por qué. Ese es uno de los problemas en este momento: que cada vez más ciudadanos desencantados con el ‘todo’ caigan en los brazos del ‘nada’. Como mostraba el último barómetro del CIS, un 27% de las personas consultadas vive prácticamente en aislamiento, saliendo solo a comprar lo necesario y al médico. ¡ Una cuarta parte del país vive mentalmente confinada!
e). Los medios de comunicación solo cuentan el apocalipsis
Durante mucho tiempo, los telediarios solo hablaban de un único el tema, el virus, pero los medios de comunicación tienen la responsabilidad no solo se tratar adecuadamente la información, sino de proyectar el futuro en cosas que no estén hipotecadas por el covid.
Mientras tanto, las agendas periodísticas siguen marcadas por una búsqueda del próximo apocalipsis, se tiende a dar una visión sesgada y desesperanzadora que tiende a hacer pensar que todo va mal en todas partes, esto proporciona una visión distorsionada de la realidad, porque terminamos pensando que cualquier esfuerzo no sirve para nada. Sólo se ha hablado de Suecia o Nueva York cuando las cosas iban mal, pero que abandonaron la actualidad cuando sus datos mejoraron… y volvieron cuando la situación empeoró.
f). Esperamos a que todo acabe pronto, ¡pero no es así!
Todo esto puede resumirse, tal vez, en la idea de que si nos cuesta convivir con el virus es porque se nos empuja a vivir en un estado de excepción continuo en el que todo ha de postergarse. Si no hay final a la vista, puede parecer absurdo hacer planes, pero aún más dañino es hipotecar por completo años de nuestra vida sin saber cuándo va a terminar todo (si es que lo hace).
Hay que evitar la nostalgia y pensar que podemos volver justo al momento anterior a la explosión y, sobre todo, deshacernos de la inhibición. No podemos pensar ‘ya lo haré cuando acabe’, que entonces pondremos en marcha nuestros proyectos, porque eso nos deja más desamparados. Hay que seguir adelante, hay que hacerlo junto a los demás, porque este asunto nos toca a todos, y esa es única salida que nos queda. Tenemos que seguir adelante con nuestros proyectos, encontrándonos con los demás, disfrutando de todo lo que podamos disfrutar con las precauciones necesarias. Hay que realizar un autocuidado explícito, hay que darse espacio, aprovechar la vida.
CUIDAROS, PERO NO POSTERGUÉIS NADA QUE QUERÁIS HACER,
PORQUE EL INVIERNO VA A SER MUY LARGO”.
Fuentes: Varios artículos de El Confidencial, El Pais y El Economista.
1 comentario en «¿ QUIÉN ESTÁ AL VOLANTE Y A DÓNDE NOS LLEVA?»
A pesar de todo: If Spain’s political leaders can draw the lessons from their sub-optimal response to COVID-19, the country is very well placed to give its population a bright and healthy future. (“Si los líderes políticos sacan enseñanzas de su mejorable respuesta a la COVID-19, el país está muy bien situado para proporcionar a su población un futuro brillante y saludable”). The Lancet. https://www.thelancet.com/journals/lanpub/article/PIIS2468-2667(20)30239-5/fulltext