It’s the economy, stupid
Bill Clinton llegó a la presidencia de EE. UU. en 1992 con el eslogan La economía, estúpido. En 2024, el mayor año electoral de nuestra historia según muchos analistas, la (ir)reconciliación entre percepciones e indicadores hará que la economía juegue un papel más complejo en el ciclo electoral, si cabe.
Realidad y percepción son indisociables, pero no siempre se reconcilian entre sí. Tampoco en la economía. Por ejemplo, sabemos que, de manera sistemática, las personas evaluamos más positivamente nuestras perspectivas individuales que las del conjunto de la economía. Así lo ilustra este gráfico.
Este desencuentro de las percepciones ha dado otra vuelta de tuerca en los últimos años. Y es que parece haberse roto la fuerte relación histórica entre el sentimiento económico de los consumidores y las principales variables que describen el estado de la economía, una ruptura que se ha documentado especialmente en EE. UU.
Desde el estallido de la pandemia de la COVID-19, los hogares se muestran mucho más pesimistas de lo que cabría esperar dado el estado de la economía, un pesimismo estadísticamente excesivo incluso a ojos de la inflación (uno de los indicadores utilizados para predecir el sentimiento). Esta discrepancia entre economía y sentimiento parece ser una secuela persistente de la pandemia, muy llamativa incluso cuando la economía ya hace tiempo que se ha normalizado.
Una posibilidad es que haya cambiado la sensibilidad de los hogares a los indicadores económicos. Por ejemplo, es posible que, cuando los tipos de interés y la inflación están en cotas elevadas, sean más relevantes para el sentimiento de las familias.
Si estimamos la relación entre sentimiento y economía en los periodos 1980-2019 y 2020-2023 por separado, encontramos indicios de un cambio de sensibilidad por parte de los hogares: tras la pandemia, un buen desempeño del mercado laboral y del mercado bursátil parecen tener un impacto menos positivo sobre el sentimiento de los hogares; también una misma tasa de inflación parece tener un impacto más negativo en 2020-2023
Otra explicación del pesimismo estadísticamente excesivo de los hogares la encontramos en los sesgos cognitivos. Por un lado, las encuestas muestran que los ciudadanos damos respuestas significativamente desviadas cuando se nos pregunta sobre el valor que tomaron indicadores como la tasa de desempleo o la inflación. Por lo tanto, el pesimismo excesivo podría reflejar un deterioro de estos sesgos: pensamos que la inflación o el desempleo son más altos de lo que realmente son, y esto nos lleva a una peor visión de la economía. De forma parecida, están ampliamente documentados los sesgos en el seguimiento mediático de la actualidad, con evidencia de que las noticias negativas no solo reciben más cobertura, sino que también tienen una mayor tasa de consumo.
Finalmente, otra explicación podría ser, sencillamente, que la intensidad de las turbulencias económicas de los últimos años ha sido tal que los hogares necesitan más tiempo de lo habitual para digerirlas y que la normalización de la economía se termine reflejando en una mejora del sentimiento.
En Europa, un pequeño grupo de indicadores económicos, ha sido capaz de reproducir con precisión el pulso de la confianza de los consumidores. Y, como muestra el gráfico, tras la pandemia también se ha abierto una cierta brecha entre economía y sentimiento, aunque la situación es dispar entre países y la brecha es poco significativa en la mayoría de las grandes economías de la eurozona (véase los siguientes gráficos).
El hecho de que la economía europea, con una coyuntura económica más exigente que la de EE. UU., no sufra tan claramente este desajuste de sentimiento sugiere que, quizás, debemos buscar explicaciones en la idiosincrasia estadounidense. Y, en este sentido, es revelador el trabajo que muestra que un 30% de la brecha del sentimiento en EE. UU. refleja un sesgo partidista: republicanos y demócratas valoran mejor (peor) la economía cuando su partido está en el poder (la oposición), y el sesgo no es simétrico, sino que los republicanos penalizan más que los demócratas su percepción de la economía cuando están en la oposición.