LAS CLASES SOCIALES EN TIEMPOS DE PANDEMIA
Rousseau decía que el hombre nació libre, y en todas partes se le encuentra encadenado Si la igualdad entre los seres humanos es, desde el siglo XVII, un valor capital de la cultura occidental moderna, hoy se puede decir que la desigualdad sigue constituyendo un rasgo característico de toda sociedad compleja. Además, la pandemia de la COVID-19 está siendo un fenómeno social que con las medidas del confinamiento, el teletrabajo, la educación digital, el acceso a la salud, la carga desigual de riesgos sanitarios y sociales son factores que han creado nuevos estratos sociales que deben ser analizados.
Es necesario actualizar el análisis de la desigualdad y la estratificación social más allá del empleo y la educación pues probablemente estamos ante un deterioro de la centralidad del trabajo como estructurador de las posiciones sociales, con un creciente deterioro de los salarios que lleva al trabajador “del asalariado al precariado” y que frena en buena medida la movilidad social. Esto implica plantear unos nuevos “mapas de clase” contemporáneos en función de la desigualdad actual, según la cual los dos extremos entre la clase alta y la infraclase perfilan con bastante claridad sus líneas divisorias mientras que se desdibuja una clase obrera para mezclarse con unas clases medias que ya no son tan medias, pues tienden a decrecer en torno a sus ingresos medios y a acercarse a los límites de los ingresos bajos.
Las definiciones de la política son muy diversas pero la podemos considerar como “una práctica o actividad colectiva, que los miembros de una comunidad llevan a cabo, con la finalidad de regular conflictos entre grupos, en sociedades divididas por creencias e intereses. La política es ante todo constructora de sociedad”. Dicho de otra manera: la política constituye la argamasa que cohesiona a los grupos, más allá de sus relaciones y diferencias familiares, afectivas, económicas, simbólicas, vecinales, etc.”
Una pandemia es precisamente una de las situaciones donde las diferencias de creencias, intereses y recursos entre grupos sociales se ponen más de manifiesto e incluso se intensifican, donde hay claros ganadores y perdedores, más allá de la democratización de la amenaza que forma parte de su propia definición de pandemia. En tiempos de contagio somos parte de un único organismo y volvemos a ser una comunidad. Si la política es el instrumento fundamental del que nos hemos dotado como sociedades para dar una respuesta colectiva a los problemas que ponen en riesgo la propia supervivencia del grupo, es evidente que en una pandemia su importancia y su necesidad se multiplican, a la vez que una situación tan grave constituye una verdadera piedra de toque para calibrar el nivel y la calidad de la política en una sociedad.
LOS POLÍTICOS ¿PROBLEMA O SOLUCIÓN?
Para analizar y valorar la respuesta desde la política a la pandemia iniciada en el primer trimestre de 2020, resulta de gran ayuda desglosar el concepto de política en castellano en las tres acepciones y dimensiones que en inglés reciben tres nombres distintos: polity (“la política con mayúsculas”), politics (“el politiqueo”) y policies (“medidas/políticas concretas”).
El ámbito de la polity se ha visto seriamente afectado por la pandemia. En realidad, la polity ( “la política con mayúsculas”) ha quedado ahogada en el ámbito de la politics (“el politiqueo”) el juego político en el que, frente a una visión estratégica de largo alcance y basada en acuerdos de fondo sobre temas básicos, prima la visión táctica, el regate corto, más preocupado por conseguir o por mantener el poder que por dar respuesta a los grandes problemas de la sociedad.
El creciente protagonismo de la política como comunicación, casi como espectáculo, está en la base de esta deriva de la lucha partidaria y partidista como elemento definidor de la vida política de nuestro país también en este tiempo de pandemia. Cabría esperar que ante un suceso tan grave el clima de crispación política instalada en nuestro país al menos desde 2004 dejara paso a la política con mayúsculas y que los partidos y los líderes políticos llegaran a acuerdos básicos para responder a los retos de todo tipo planteados por la pandemia y estos acabaran haciéndose efectivos en la vida de los ciudadanos a través de políticas públicas concretas en los distintos ámbitos de actuación (policies). La realidad desgraciadamente ha sido otra y la politics se ha afianzado como uno de los principales problemas que existen en España a juicio de los españoles, según recogen los barómetros mensuales del CIS.
En todos los barómetros mensuales del CIS desde febrero de 2020 comprobamos que entre los diez problemas más señalados por los entrevistados cinco corresponden a lo que podemos denominar la politics: “El mal comportamiento de los políticos”; “Los problemas políticos en general; Lo que hacen los partidos políticos”; “La falta de acuerdos, unidad y capacidad de colaboración. Situación e inestabilidad política”; y “El Gobierno y los partidos políticos concretos”. Si se sumasen y englobasen en un único epígrafe, constituirían de manera destacada el principal problema percibido por los ciudadanos españoles.
Otro dato interesante es lo que podemos denominar la “fatiga política” que constituye otro elemento más de la tan citada fatiga pandémica que sufrimos progresivamente desde el inicio de la COVID-19 en marzo de 2020. Tras los picos de las dos primeras oleadas de la pandemia era cuando la preocupación por la política como uno de los principales problemas de nuestro país registraba incrementos importantes y cuando la apelación al acuerdo, la unidad y la colaboración entre políticos y partidos se intensificaba; después de la tercera y la cuarta olas se observa una clara atenuación de los indicadores. Es evidente el impacto que en ello ha tenido y tiene el desarrollo del proceso de vacunación, que explica en gran medida que el coronavirus pasara de ser considerado uno de los tres problemas principales por el 51% de los españoles en enero de 2021 (ocupando la primera posición) al 35% en julio de este mismo año (pasando a la tercera posición, tras la crisis económica y el paro). Pero parece claro también que el nulo caso (más allá de la retórica comunicativa, en contraste con la actuación real) que los políticos y los partidos han hecho al 91% de los españoles que en el barómetro de abril 2020 reclamaban a los partidos políticos llegar a grandes acuerdos tras la crisis de la COVID-19 ha ido minando la esperanza en la política.
Los llamamientos grandilocuentes para hacer frente a un reto común y afirmaciones como que “nada volverá a ser igual tras la pandemia” se han revelado vanas y han acabado sepultadas bajo el tsunami lento e inexorable del deseo de “vuelta a la normalidad”. La confrontación insuperable, la crispación y la descalificación personal y partidista parecen haberse convertido en el medio natural de la “vida política” en nuestro país, retrotrayéndonos a tiempos y retóricas que creíamos definitivamente superados y que la inmensa mayoría de los españoles ni siquiera habían vivido.
LOS CIUDADANOS: CIVISMO Y CULTURA POLÍTICA
La “cultura política” de la ciudadanía es el conjunto de valores sociales que hacen posible o facilitan el desarrollo de comportamientos y actitudes básicas congruentes con un determinado modelo o régimen de poder. Los barómetros del CIS desde el inicio de la pandemia nos permiten un primer acercamiento a este tema. Condicionados evidentemente por el confinamiento domiciliario y el miedo a un virus mortal y sobre el cual apenas conocíamos nada con seguridad, en abril de 2020 un 94% de los entrevistados creían que la mayoría de los españoles estábamos dando un ejemplo de civismo y solidaridad en la forma de afrontar las medidas contra la COVID-19. En el barómetro de septiembre de 2020, tras la “descompresión” del verano y cuando se inicia el despegue de la segunda ola y las discrepancias entre los políticos y entre el Gobierno central y algunas comunidades autónomas una vez “transferidas” a estas las principales responsabilidades en la gestión de la pandemia se intensifican. El porcentaje de quienes creían que la mayoría de la población estaba dando un ejemplo de civismo y solidaridad se desploma en dicho barómetro hasta el 48% y no alcanzará nunca el 60% en los siguientes barómetros
Estos datos parecen apuntar a una doble explicación: somos solidarios y cívicos en situaciones extremas o cuando estamos obligados a serlo, y la vida política e institucional ha funcionado como contraejemplo que ha acabado afectando a la población.
¿Se puede esperar civismo y solidaridad de la ciudadanía cuando los líderes políticos, los partidos y los diferentes Gobiernos e instituciones actúan con frecuencia en sentido contrario y son incapaces de situarse por encima de sus intereses personales, institucionales o de partido?
¿Qué significado queda ya para la expresión “tema de Estado”, de la que tantas veces se abusa?.
LA “COGOBERNANZA UNIVERSAL”: CON LAS CCAA Y CON LA UE
En el ámbito político la cogobernanza se convirtió, principalmente desde el Gobierno central, en uno de los mantras cotidianos, cuya simple enunciación pareciera que iba a tener consecuencias prodigiosas. En realidad, la cogobernanza parecía la respuesta obvia a una situación tan compleja como la planteada por la pandemia. Como vimos la falta de acuerdo, unidad y colaboración en la respuesta política fue el problema que ha registrado un mayor incremento para los españoles durante la pandemia. Tras el fin del confinamiento y del estado de alarma y en torno al 70% de los entrevistados se manifiesta favorable a que sean ambos niveles –el Gobierno central y los de las CCAA– los que en colaboración se hagan cargo de dicha respuesta.
Independientemente de las declaraciones más o menos rimbombantes la pandemia ha puesto aún más de relieve que la cogobernanza (la colaboración entre el Gobierno central y las CCAA) no es una opción, sino parte fundamental del diseño institucional sobre el que descansa el modelo de Estado autonómico recogido en nuestra Constitución. Esta imposición por la vía de los hechos del reconocimiento de lo que significa el Estado autonómico.
La pandemia lo ha puesto de relieve también en relación con el reconocimiento de lo que significa formar parte de la Unión Europea. Con todas las críticas que se le puedan hacer, es evidente el papel fundamental que la UE está desempeñando en la respuesta a la pandemia, sobre todo en el ámbito sanitario (especialmente en el caso de las vacunas, tanto en su desarrollo como en su distribución) y en el económico-financiero (con la aprobación e implementación de los diversos e ingentes fondos de ayuda, tras la adopción de decisiones inéditas y sorprendentes hasta hace poco como la aprobación de instrumentos que se pueden considerar de mutualización de la deuda entre los países de la UE. El contraste con lo ocurrido tras la crisis financiera de 2008 es evidente, lo cual siembra la esperanza de que tal vez en el ámbito de nuestro Estado autonómico también se registren cambios significativos tras la pandemia que acaben dando sentido y coherencia al modelo.
LA “NUEVA” DEMOCRACIA PARA LAS CRISIS PERPÉTUAS
Es evidente que la situación de la pandemia y la respuesta política a la misma influye en la visión tanto del pasado como del futuro en relación con el funcionamiento de la democracia en nuestro país. A este respecto, es interesante observar lo ocurrido tras la crisis de 2008. El porcentaje de los entrevistados que opinan que “La democracia siempre es preferible a cualquier otra forma de gobierno” bajó de un 89% en noviembre de 2008 a un 77% en noviembre de 2012, tras años de dura crisis económica. Desde abril de 2017 hasta diciembre de 2019 recupero prácticamente los porcentajes de antes de la crisis de 2008 y sufre una caída similar a la registrada entonces en el último barómetro en el que se formula esa pregunta, en febrero de 2021, hasta situarse en el 78%.
Uno de los debates más interesantes al comienzo de la pandemia tenía que ver precisamente con la pregunta acerca de si la democracia constituía el mejor modelo político para responder a la pandemia o, por el contrario, era una rémora para dar una respuesta eficaz y eficiente a la misma, contraponiendo la experiencia de países con regímenes autoritarios como China a la de las democracias occidentales. Parece evidente que la pandemia ha contribuido a una erosión de la confianza en la democracia que están aprovechando todo tipo de movimientos, partidos y gobiernos autoritarios o populistas que han aparecido o se han consolidado en prácticamente todos países occidentales.
La creciente polarización maniquea, que prende en el mundo digital de las redes , acaba estableciendo una dinámica de retroalimentación con el mundo real, y son auténticos cánceres para las democracias liberales, que ven crecer en su interior propuestas populistas, nacionalistas y autoritarias que ponen en riesgo su propia supervivencia. En tiempos de pandemia esta evidente degradación de la política resulta aún más desafiante. “Estamos entrando en un periodo en el que la política es una guerra por otros medios; nosotros no queremos que nos maten, tenemos que sobrevivir… Creo que en la política actual el ganador se lo lleva todo” (Rafael Bardají, ideólogo de Vox)
Las salvaguardas constitucionales y legales no son suficientes por sí solas para proteger una democracia y es preciso destacar la importancia fundamental de las reglas o normas no escritas que sirven como guardarraíles de la democracia e impiden que la pugna política cotidiana desemboque en un conflicto donde todo vale. Entre esas reglas o normas no escritas hay dos fundamentales:
- La tolerancia , que alude a la idea de que, siempre que nuestros adversarios acaten las reglas legales, aceptamos que tienen el mismo derecho a existir, competir por el poder y gobernar que nosotros, aunque creamos que sus ideas son ilusas o erróneas, no los concebimos como una amenaza existencial, ni nos dedicamos a tratarlos como personas traidoras, subversivas o al margen de la sociedad
- La contención institucional para evitar realizar acciones que, si bien respetan la ley escrita, vulneran a todas luces su espíritu. En los lugares en que las normas de contención son sólidas, los políticos no usan sus prerrogativas institucionales hasta la saciedad, puesto que tales acciones podrían poner en peligro el sistema existente
Sin tolerancia mutua y sin contención institucional resulta prácticamente imposible el acuerdo y la cooperación en temas básicos y hasta el respeto a las diferencias, que constituyen un sustrato fundamental de la vida en democracia. Muchos de los políticos y los partidos de nuestro país parece que llevan tiempo afanados en el concienzudo desmontaje de esos guardarraíles que con tanto esfuerzo, aunque de manera imperfecta, se reconstruyeron o se levantaron tras la recuperación de la democracia y contribuyeron a su consolidación en circunstancias no siempre fáciles.
Apenas transcurrida una década desde el inicio de la crisis económica de 2008, inmersos aún en la crisis sanitaria de la pandemia de la COVID-19, la tanto tiempo anunciada y desoída crisis medioambiental y ecológica ha dejado de ser ya una amenaza potencial y se hace presente de forma devastadora con una frecuencia cada vez mayor y en cada vez más lugares. Propiamente hablando, la crisis sanitaria (como anteriormente la económica) no puso al mundo en un estado de excepción, sino que reveló hasta qué punto ese mundo se caracterizaba por un conflicto de lógicas diversas, lenguajes que no se entienden entre sí, por la ingobernabilidad, la impotencia de la política, por el contraste entre eficiencia y legitimidad democrática. Si la verdadera crisis de nuestras sociedades es esta y las catástrofes recurrentes son sus recordatorios, entonces habría que cambiar el eje de la confrontación ideológica, que ya no se juega en más o menos intervención de los Estados (origen de la distinción entre conservadores y socialdemócratas) sino en otro modo de gobernar. Crisis como estas nos obligan a abordar los problemas de otra manera, más anticipatoria, transnacional, colaborativa y horizontal; nos están recordando la necesidad de pensar en una nueva manera de hacer política que sea más receptiva para las formas inéditas que tendrá que adoptar una sociedad que se hace cada vez más imprevisible.
Una recreación de la política que interpela y exige a los tradicionales “actores” de la vida política, pero en no menor medida también a los ciudadanos, que no podemos esperar de la vida pública valores, compromisos y actitudes que no estén ampliamente arraigados y compartidos en nuestra vida personal y social.
ENLACE A LAS MAYORES PREOCUPACIONES DE LOS ESPAÑOLES DESDE FELIPE GONZALEZ (1993: V legislatura) A LA ACTUALIDAD (2020: XIV legislatura)