¿¿¿ LA ESTUPIDEZ BASE DE LA DEMOCRACIA ???

El mundo está lleno de estúpidos.

Se asegura que nunca antes había tantos incultos y estúpidos rondando por el planeta Tierra

 

Si hay algo que caracteriza el mundo actual es la capacidad a la hora de conocer lo que ocurre en lugares remotos. La globalización vino acompañada —irremediablemente— de la hiperconectividad que engloba nuestros días a través de internet. Este hecho, el de la conectividad instantánea con todos los mundos que habitan la Tierra, ha provocado que las estupideces, tanto propias como ajenas, corran a gran velocidad haciéndonos creer que somos más estúpidos que nunca. Lo cierto es, sin embargo, que el ser humano siempre ha contado con esa condición en su seno, solo que ahora se expone con mayor asiduidad ante nuestros ojos.

El gran cambio no ha sido un incremento de estúpidos, sino más bien la llegada del superhombre democrático, una época en la que todas las opiniones valen lo mismo —o eso dicen— y cada cual tiene plena libertad para expresarse. Esto atañe a todos los individuos sin excepción, pero el estúpido en la actualidad no solo siente la necesidad de hablar y expresarse públicamente, sino que, además, las élites gubernamentales le han dicho que lo haga sin pudor. ¡Nadie es menos que nadie! ¡Tienes derecho a expresarte! Esta terrible incitación ha provocado, como es lógico, que el estúpido se lance al mundo a gritar a los cuatro vientos lo estúpido que es. La humanidad siempre ha estado compuesta por una mayoría de estúpidos que realizaban y decían estupideces pero el cambio, no menor, ha sido otorgarle a la masa estúpida el poder de dirigir las naciones, las empresas públicas, las instituciones y las tareas más complejas a las que toda nación debe enfrentarse.

 

Llegó la democracia y la masa pasó de ser despreciada por las élites a convertirse en la masa divina. De hecho, nunca nadie logró explicar por qué sí es justo estar sometido a la masa y no a un monarca. ¿Simplemente porque son más? La corriente igualitaria que lleva siglos transitando por Occidente asume una tesis que, de ser cierta, haría que la humanidad no hubiese progresado jamás: todos somos iguales, igual de estúpidos. Como decía Voltaire: «Dios ha dado el canto a los ruiseñores y el olfato al perro. Y con todo, hay perros que no lo tienen. ¡Qué extravagancia pensar que todo hombre habría podido ser Newton!».

 

Algunos llegan incluso a sostener que si no somos iguales se debe a un constructo social que ha generado una desigualdad entre los hombres, pero que esta desigualdad puede ser vencida si se acaba con aquello que la generó. Lo que vienen a decirnos es que nadie es estúpido per se y que nadie puede poseer de forma innata un talento especial que lo diferencie del resto. Es una opinión enormemente extendida que no se sostiene. Pero con la simple observación se deduce que los seres humanos no somos iguales. Algunos son estúpidos y otros no, del mismo modo que hay altos y bajos, guapas y feas, gordos y delgados, rubios y morenos. Unos son estúpidos por decisión propia, mientras que otros lo son no porque lo hayan decidido o hayan recibido una educación particular, sino por la inapelable, firme, inamovible e incuestionable naturaleza humana.

Nadie se reconoce a sí mismo como estúpido. Nunca nadie creó la asociación de los estúpidos, ni el partido de los estúpidos. A diferencia de lo que ocurre con el resto de ideas o formas de vida, que siempre encuentran una forma de articularse y una serie de valores en los que reconocerse para guiar su existencia, el estúpido no, pero a pesar de ello, la estupidez consigue actuar con una perfecta armonía que ni el libre mercado es capaz de lograr. La estupidez no solo consigue sobrevivir, sino que se perfecciona con el paso del tiempo. Es cierto que en esta era la estupidez se exhibe sin rubor y la hiperconectividad de nuestro tiempo hace que uno se tope con ella casi cada minuto que está despierto. Otro de los rasgos distintivos de la estupidez es el egocentrismo disparatado, creerse el centro del universo. El hombre contemporáneo estúpido cree que el fin de la historia ha llegado con su existencia y que nada es susceptible de mejorar o avanzar si no está él en el mundo.

 

El estúpido se hace y, sobre todo, nace, como decía Cipolla, «uno pertenece al grupo de los estúpidos como otro pertenece a un grupo sanguíneo». Igualmente, la estupidez no afecta particularmente más a los hijos de los pobres que a los hijos de los ricos, como tampoco lo hace por cuestiones de sexo, raza o religión. La estupidez es, como dicen ahora genuinamente transversal y ataca indiscriminadamente a todos los grupos humanos.

 

La estupidez no solo ataca de forma directa a los estúpidos, sino que también lo hace de manera indirecta a los que no lo son. Los seres humanos somos gregarios por naturaleza y una de nuestras características fundamentales es la necesidad de socializar con otros individuos. Incluso el hombre más ermitaño tiene que tratar con sus semejantes y aunque sea en menor escala se topará irremediablemente con seres estúpidos. Nadie escapa al fenómeno, simplemente unos se enfrentarán a la estupidez con mayor asiduidad y otros lo harán de forma menos recurrente.

 

Hay quien sostiene que la estupidez es la más peligrosa de las condiciones, peor incluso que la maldad, pues la primera puede ser fácilmente manipulada en favor de la segunda. Y es que el estúpido se hace daño a sí mismo, pero también se lo hace a los demás. Además, la estupidez —a diferencia de la maldad— no puede ser prevista ya que actúa en cualquier momento, situación y condición. El ser humano perverso es aquel que nos perjudica para beneficiarse él durante el proceso; es decir, tú pierdes, pero él gana algo a cambio. En el otro extremo encontramos a las personas inteligentes que nos permiten sacar un beneficio no solo para ellos, sino también para nosotros. ¿Cómo explicar racionalmente el proceder de un estúpido si no obtiene beneficio alguno? Resulta imposible. La única explicación a su comportamiento es que esa persona es profundamente estúpida.

 

Ahora bien, los estúpidos son mucho más peligrosos que los malvados. Un malvado podrá tratar de manipular a las masas, pero sin una masa estúpida que se crea los mensajes que envía su propósito no se cumplirá. De igual forma, un gobernante democrático, para poder cosechar un gran número de votos, necesita recurrir a las pasiones más bajas que movilizan a los estúpidos. Si su mensaje fuera dirigido exclusivamente a una audiencia racional, no obtendría ningún beneficio. A lo largo de la historia son muchos los ejemplos en los que la estupidez de un solo hombre derivó en el desastre más absoluto.

 

A raíz de la democratización, los estúpidos del mundo moderno cuentan, por ser mayoría, con el papel fundamental de escoger a sus gobernantes, o lo que es lo mismo: la estupidez es la que ostenta el poder. La pregunta que los seres dotados de una racionalidad superior al estúpido se plantean continuamente es cómo es posible que las personas estúpidas puedan alcanzar posiciones de poder y autoridad. Donde antaño los puestos de mayor responsabilidad quedaban reservados para la gente más instruida, con la llegada de la democracia estos fueron ocupados por los partidos políticos. No existe ejemplo alguno —ni nunca podrá existir debido a la naturaleza de la democracia— de un sistema democrático que no cuente con partidos políticos que agrupen a un gran número de personas y electores. Las elecciones democráticas brindan una gran oportunidad a la estupidez.

 

Lo cierto es que cualquier líder político, independientemente de su ideología, puede alcanzar el poder “democráticamente” sin más que proponer medidas populistas y apelando a las emociones en vez de a la razón lo que a buen seguro apoyaran las “masas estúpidas”. Lamentablemente los ejemplos de ello abundan últimamente en todos los países “democráticos”.

0 0 votes
Article Rating
Suscribirme
Notificarme de
guest
1 Comment
Recientes
Antiguos Más Votado
Inline Feedbacks
View all comments