Cándido Méndez (Badajoz,1952) reconoce que tuvo una infancia feliz, humilde pero feliz. Creció en la provincia de Jaén, cursó Ingeniería Técnica en Madrid y, en 1970, se afilió al PSOE y a la Unión General de Trabajadores (UGT), de la que entre 1994 y 2016 sería secretario general.
Reconoce y así consta en el prólogo de Por una nueva conciencia social, las memorias que acaba de publicar, que «en los últimos 45 años la vida de los seres humanos ha experimentado un cambio radical en términos claramente positivos, y nuestros índices de desarrollo y bienestar en todas las latitudes han mejorado de manera sustancial».
Si en muchos aspectos Cándido es un heterodoxo, cuando se trata de asuntos laborales, como las pensiones, el salario mínimo o la negociación colectiva, vuelve al catecismo sindical, como puede apreciarse en lo que sigue, que es una versión editada y extractada de la conversación mantenida con él que puede verse en el enlace final.
Pregunta.- Llevamos perdiendo industria prácticamente desde que Franco murió, en gran medida porque los Gobiernos que vinieron después se dieron cuenta de que era una estructura obsoleta, incapaz de competir en el mundo. La reconversión nos ha convertido en un país fuerte en servicios. ¿Estamos condenados a ser la Florida de Europa?
Respuesta.- No son objetivos incompatibles, podemos ser la Florida de Europa y, al mismo tiempo, disponer de una industria fuerte. Respecto de la pérdida de tejido, déjame que matice que una parte no desdeñable de esa pérdida es estadística, porque las empresas auxiliares de las fábricas que computaban antes como industria eran compañías de seguridad, transporte o limpieza que ahora atienden a cadenas hoteleras y se catalogan como de servicios. Dicho esto, es indudable que hay menos industria y que debemos reforzarla, pero la transformación verde y la revolución digital nos brindan una ocasión magnífica. En el libro defiendo lo que denomino un triángulo virtuoso, que consistiría en vincular descarbonización, digitalización y empleo, pero me da la impresión de que ahora mismo la transformación verde va por su lado, la revolución tecnológica va por el suyo y, salvo en la minería y la electricidad, la transición justa prácticamente no se da.
«Se han aprobado unos incentivos para la compra de vivienda que ya se han ensayado en sitios como el Reino Unido y que los expertos dicen que han encarecido los pisos y no han servido para ayudar a los jóvenes y a las familias de menor poder adquisitivo»
P.- ¿A qué te refieres con transición justa?
R.- El progreso hacia la neutralidad climática o la digitalización no puede producirse a costa del empleo y la cohesión territorial. Tenemos que ganar productividad, pero sin abandonar a las personas.
P.- Ahí has puesto el dedo en la llaga. ¿Por qué somos tan poco productivos los españoles?
R.- Es la pregunta del millón… Nuestras grandes compañías son tan eficientes como las alemanas. La diferencia estriba en lo que allí denominan mittelstand, las empresas de tamaño medio. Alemania tiene muchas más empresas de 100 y de 150 trabajadores, que investigan, innovan y pagan más que las pymes españolas. De todos modos, ese no es el único flanco abierto. Me ha llamado la atención una cifra reciente de Eurostat sobre nuestra mano de obra. El 29% de los asalariados españoles tienen un nivel educativo bajo, frente al 16% de los alemanes. Eso no está bien, pero es que los empleadores con baja cualificación suponen el 34% en España y el 11% en Alemania.
«La demanda de pisos está concentrada en 10 ciudades, porque en ellas hay trabajo. ¿Por qué no aprovechamos las herramientas que nos brinda la tecnología digital para incentivar la creación de empresas en otras zonas del país?»
P.- Hace falta una reforma de la educación…
R.- Nos sobran reformas, más bien. Pasa como con la vivienda: cada Gobierno saca su ley educativa y lo que necesitamos es una que genere consenso y sea de largo aliento. Por lo demás, acabo de leer que la nueva prueba de acceso a la universidad va a ser más exigente en ortografía: por lo visto, en algo tan fundamental como escribir bien aún hacemos agua… Todo eso hay que tenerlo en cuenta, pero hay un fenómeno que me parece que interpela al conjunto de la sociedad y, en particular, a los empresarios. ¿Cómo es posible que cientos de miles de jóvenes titulados españoles se vayan cada año al extranjero? ¿No son útiles para las compañías españolas, pero sí para las europeas?
P.- ¿Por qué se da esa fuga? ¿Es un tema de salarios?
R.- No solo. Influyen factores que van desde cómo se reconoce el trabajo a la adecuación entre el puesto y la titulación, pasando por el retraso en la adaptación tecnológica. Todo ello deprime la productividad, de la que a su vez dependen el nivel salarial, la calidad en la contratación e incluso la desigualdad. Para mí, la palabra clave es productividad, pero hay que compatibilizarla con una serie de elementos, incluso con uno tan polémico como la reducción de jornada.
P.- El Gobierno amenaza con sacarla adelante sin los empresarios.
R.- Antes he mencionado que fui ponente de la rebaja de la semana laboral a 40 horas y de la ampliación a 30 días de las vacaciones pagadas, y todo ello fue posible gracias a una gran negociación entre sindicatos y patronal que incluía componentes salariales y de productividad. El acuerdo sirvió de pista de aterrizaje para la ley que vino a continuación. Ese es el orden correcto: pacto entre los agentes sociales, primero, y regulación, después.
P.- No eres partidario de que la reducción se imponga por decreto.
R.- Sería un error. Yo soy un firme defensor de una jornada más corta, pero su adopción debe alcanzarse mediante el diálogo y respetando los ritmos de los diferentes sectores.
«Podemos ser la Florida de Europa y, al mismo tiempo, disponer de una industria fuerte. La transformación verde y la revolución digital nos brindan una ocasión magnífica»
P.- Los jóvenes se quejan de lo mal que está todo, y no digo que no tengan problemas, pero peores los tuviste tú, y no digamos tu padre.
R.- La vida es hoy indudablemente mejor que hace 30 o 40 años y por eso me ha intrigado siempre el malestar de los jóvenes, que es muy real, porque ya hemos visto que cientos de miles se marchan todos los años al extranjero. ¿A qué conclusión he llegado? En el libro cuento un par de experiencias. La primera fue una invitación al Círculo Ecuestre de Barcelona, donde recibí una andanada feroz de críticas. Todos mis interlocutores estaban insatisfechos, pero no tanto por el salario como por las condiciones laborales. Posteriormente pasé por la Fundación Padre Llanos, donde unos chicos de Formación Profesional me hicieron unas preguntas muy incisivas y, a raíz de esas dos experiencias, he llegado a la conclusión de que carecen de cauces de representación adecuados y, por ello, sus inquietudes no se ven reflejadas en los programas de los partidos.
«La vida es hoy indudablemente mejor que hace 30 o 40 años y por eso me ha intrigado siempre el malestar de los jóvenes. Mi impresión es que carecen de cauces de representación adecuados»
P.- Tiene cierta lógica. La población mayor es mucho más numerosa y los políticos van a ir al caladero principal de votos. Un reproche, por cierto, que os dirigen también a los sindicatos, que os preocupáis de los trabajadores fijos y os desentendéis de los jóvenes parados. Por ejemplo, las elevadas indemnizaciones de despido protegen a los primeros, pero son barreras de entrada para los segundos.
R.- En mi época, [el presidente de la CEOE] José María Cuevas, el secretario general de Comisiones Obreras Antonio Gutiérrez y yo firmamos un abaratamiento del despido, pero sin alterar el marco legal general, mediante la introducción de un contrato de fomento del empleo que rebajaba en 15 días la indemnización legal. Y no funcionó.
P.- ¿Por qué?
R.- Influyen ahí infinidad de factores que tienen que ver con la estructura laboral, con la falta de adecuación de las calificaciones de los jóvenes a las exigencias del mercado y con un cambio en la cultura de las empresas que a mí me parece erróneo.
P.- ¿En qué consiste ese cambio?
R.- En que se le da poco valor a la experiencia. Las empresas grandes protegen su capital humano y despiden cuando no les queda otro remedio, pero el resto no se preocupa tanto por la formación de sus plantillas, y eso es lo que tiene atenazada a la juventud. Un detalle muy revelador. Si analizas la evolución laboral de los mayores de 55 años, resulta que en 2003 suponían (cito de memoria) el 6% de los parados y en 2023, el 19%. La cifra se ha triplicado y mi pregunta es ¿qué hemos hecho para cualificar a esas personas en los últimos 20 años? Nada. Los estudios señalan que, en el ámbito digital, seis millones de trabajadores necesitan cursos de un año y otros cuatro millones, de seis meses o menos. Y que yo sepa no se está haciendo nada apreciable, salvo, ya digo, en las grandes empresas.
«Las empresas grandes protegen su capital humano y despiden cuando no les queda otro remedio, pero el resto no se preocupa tanto por la formación, y eso es lo que tiene atenazada a la juventud»
P.- En tu libro insistes en que las advertencias sobre el riesgo para el empleo que supone el incremento del salario mínimo interprofesional (SMI) «son más un artefacto ideológico que un planteamiento respaldado por la evidencia empírica».
R.- Antes de las últimas subidas, se alertó: «¡Ojo, que los jóvenes no van a colocarse!» y cualquiera puede comprobar que no ha sido así. La correlación entre el SMI y el paro juvenil es débil. Alemania tiene un salario mínimo muy superior al nuestro y tiene el menor desempleo juvenil de Europa. Y en sentido contrario, ¿cuáles son los cuatro países donde peor es el problema? España, Grecia, Italia y Suecia. Bueno, pues ni en Italia ni en Suecia hay SMI. No lo quieren, prefieren dejar su fijación en manos de la negociación colectiva.
P.- Pero si no hubiera relación entre empleo y SMI, podríamos ponerlo en 3.000 o en 4.000 euros mensuales, ¿no? Si no se hace es porque tiene un impacto, aunque en un momento de crecimiento como el actual no se note tanto.
R.- La Carta Social Europea establece que el SMI debe alcanzar el 60% del salario medio, que es en lo que en este momento creo que estamos. Además, es un incentivo para mejorar la productividad. ¿Y a quién nos queremos parecer? ¿A nuestros vecinos marroquíes o a nuestros socios alemanes?
«La correlación entre el SMI y el paro juvenil es débil. Alemania tiene un salario mínimo muy superior al nuestro y tiene el menor desempleo juvenil de Europa»
P.- Un informe del Banco de España denuncia que el incremento del SMI de 2020 redujo la creación de empleo y las horas trabajadas.
R.- La caída de las horas trabajadas es un fenómeno que se está registrando en todo el mundo, y no desgraciadamente por avances en la productividad, que podría ser uno de los motivos, sino por el auge de la contratación a tiempo parcial, una modalidad que en la mayoría de las ocasiones es involuntaria y que afecta particularmente a las mujeres. No es un desafío pequeño, pero en España podemos aprovechar los fondos europeos y el objetivo de neutralidad climática para cambiar nuestro modelo de crecimiento.
P.- A propósito de la reforma laboral de Yolanda Díaz, dices que ha reducido la temporalidad, pero no la precariedad.
R.- Al prohibirse el contrato de obra y servicio la tasa de temporalidad ha caído, pero parte de la rotación que sufrían antes los temporales se ha traspasado a los indefinidos.
P.- Y la rotación es muy mala, porque descualifica la mano de obra y reduce la productividad.
R.- Así es.
«Al prohibir el contrato de obra y servicio, la tasa de temporalidad ha caído, pero parte de la rotación que sufrían antes los temporales se ha traspasado a los indefinidos»
P.- Mi última pregunta se refiere a las pensiones. Según los informes de ejecución presupuestaria que publica el propio Gobierno, en los 13 años que van de 2010 a 2022 la diferencia entre los ingresos por cotizaciones y los pagos de la Seguridad Social ascendió nada menos que a 718.000 millones. ¿No significa eso que está quebrada?
R.- Aquí podríamos remontarnos a los orígenes del sistema en el tardofranquismo [1 de enero de 1967], cuando había muchos cotizando y pocos cobrando y la sanidad y las pensiones iban de la mano, lo que permitió levantar toda la infraestructura hospitalaria. Luego, las dos fuentes se separaron, pero los créditos siguieron gravitando sobre las pensiones. Sea como sea, no voy a negar el problema, pero disponemos asimismo de un buen invento, el Pacto de Toledo, que garantiza el sistema de reparto y el mantenimiento del poder adquisitivo, y eso ya no lo toca nadie. El propio Partido Popular lo intentó e incorporó una serie de decisiones [como el factor de sostenibilidad] que luego debió congelar. La Comisión Europea acaba de aceptar la última reforma [del exministro de la Seguridad Social José Luis Escrivá]. Vamos a ver qué ocurre y si no hay que consensuar algún mecanismo adicional que nos permita aguantar el tirón que supone la jubilación de la generación del baby boom. Dicho esto, una de las ideas que planteo en mi libro es que, junto a dos factores de producción tradicionales como la tierra y el capital, ha aparecido uno nuevo, que son los datos. La monetización de la información privada [que las redes sociales o Google venden a los anunciantes] podría aprovecharse para reducir la brecha entre gastos e ingresos de la Seguridad Social.
«Una sociedad no puede desperdiciar el conocimiento de los mayores de 65, pero tampoco le puedes decir a un obrero de la construcción que ahora va a trabajar cinco años más»
P.- ¿Y no habría que pensar también en alargar la carrera profesional?
R.- Yo vivo muy bien jubilado, pero a mi mujer la obligaron a retirarse a los 67 y hubiera preferido seguir hasta los 70. Hay que entrar en un debate en profundidad. Una sociedad no puede desperdiciar el patrimonio formidable que supone el conocimiento de los mayores de 65, pero tampoco le puedes decir a un obrero de la construcción o a un camionero de larga distancia que ahora va a trabajar cinco años más.
P.- Se trata de que siga el que quiera.
R.- Claro, claro, así debería ser.
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El podcast de ‘El Liberal’ con Cándido Méndez (theobjective.com)