Coronavirus: los jubilados no sólo mueren, también salvan

«Es mi primer día de jubilación y sigo con la bata puesta»

«Lo único que me faltaba era una epidemia», bromea Antonio Romero, médico de familia de 64 años. Ayer fue su primer día de jubilación, pero no alteró su rutina. Se puso la bata blanca y fue hasta el centro de salud Centro de Motril, en la avenida de Salobreña. El 11 de marzo iba a pasar sus últimas consultas, tras más de 30 años de empleo para el Servicio Andaluz de Salud. La jubilación se hacía «por fin» efectiva ayer. Ya tenía hecha la maleta para irse con su mujer a Argentina, pero la crisis sanitaria y la declaración de estado de alarma trastocó sus planes. El facultativo decidió atrasar el final de su vida laboral y ser uno de los voluntarios que plantan cara el virus.

«Estaba ya un poco quemado. Adoro mi trabajo, pero son muchos años… El 11 de marzo era mi último turno en consulta. Me había pedido varios permisos y días libres que tenía que recuperar y hoy [por ayer] se hacía efectiva mi jubilación. No podía quedarme en casa. Los médicos de verdad somos como los toreros: lo llevamos en la sangre. Tenía que saltar al ruedo porque si no habría estado dándole vueltas», confiesa. «Por eso decidí atrasar mi salida. No es ningún secreto que faltan manos», explica el sanitario.

Romero ha guardado en la maleta, las ganas de recorrer el parque nacional de Iguazú y continuar con sus estudios de francés para dedicar unos meses más a otra de las pasiones de su vida.

Empezó a trabajar en enero de 1982. Ha sido médico en Cádiar y otras zonas de la Alpujarra hasta que consiguió plaza en Motril, su ciudad natal. En sus años de ejercicio, jamás se había enfrentado a unas circunstancias tan excepcionales como un estado de alarma, pero sí a «otras crisis sanitarias», que no desmerecen a la actual.

«Cuando uno es tan viejo ha tenido oportunidad de ver muchas cosas peores. He vivido circunstancias y momentos de tensión en la medicina. La gente se olvida, pero yo me incorporé a trabajar recién salido de la carrera y me encontré con el Sida, una enfermedad que era desconocida, muy contagiosa y que se llevaba a mucha gente por delante», lamenta. «Recuerdo esa sensación y esa preocupación por contagiarse. Los sanitarios lo vivimos muy mal y mi sensación, a toro pasado, es que aquello fue peor», detalla. Romero se encontró con otra epidemia en los 80: el ‘caballo’. «En la misma época fue la fiebre de la heroína. La adicción, la amenaza de los pacientes y los asaltos a los consultorios eran habituales», relata.

Alguno de sus compañeros, con patologías de riesgo, se han dado de baja por temor a pillar el virus. Romero no tiene miedo, o al menos prefiere no pensarlo. «La plantilla del centro de salud está compuesta por 11 médicos de familia. El día que nos juntamos todos es fiesta nacional porque siempre hay alguna baja. Ahora hay varios compañeros apartados por razones de salud. Prefiero no pensar en el coronavirus. Tomamos precauciones y llevamos toda una vida tratando con pacientes infecciosos de todo tipo: tuberculosis, hepatitis A, neumonía… Si tuviera miedo no estaría aquí», advierte.

Sin protección

«Durante todo este tiempo no se ha proporcionado la protección adecuada. Falta material y no se ha realizado, como todos podemos ver en las noticias, pruebas de diagnostico de COVID-19. Nos han enviado al ruedo sin capote. Ahí están los números, son muchos los profesionales de la salud los que están contagiados. Yo no tengo la pretensión de hacer política de esto. Es indudable que hemos estado abandonados», critica.

Confía en que una nueva generación de médicos tome el testigo y que las condiciones laborales mejoren para acabar con la fuga de batas blancas a otras comunidades y al extranjero. «Falta personal. El futuro es malo. Somos muchos los que nos jubilamos este año y el que viene. Se va a producir un desajuste. Necesitamos nuevos médicos», advierte. Desconoce cuándo podrá colgar la bata definitivamente o cuáles serán las consecuencias sanitarias de la pandemia. Lo que está claro es que este médico se irá por la puerta grande y después de haber capeado una crisis médica.

Fuente: Ideal

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