VOTAR A ALGUIEN DEL QUE DESCONFÍAS PARA PODER ASÍ, POR FIN, PENSAR LAS COSAS REALMENTE IMPORTANTES

Quede claro que entiendo a los ciudadanos que votan con el único criterio que se me ocurre respetable: el de lo menos malo. Porque, es verdad: al final, un ciudadano sensato vota sólo contra lo peor. Es legítima autodefensa. Quien decida votar que no vote a favor de nada. Ni de nadie. Que vote contra quien amenaza destruirlo. Algo es algo. Por eso el domingo votaré al Partido Popular porque es el único en condiciones de sumar la mayoría suficiente para librarnos de Sánchez y acabar con sus políticas fraudulentas, corruptas, ineptas, sectarias y despóticas. Me explico: uno no espera demasiado del PP. Pero en situaciones críticas como la creada por el sanchismo, el voto no busca lo ideal ni lo mejor, sino impedir lo peor, el desastre de otro cuatrienio Sánchez con los neocomunistas cuquis y fashion de Sumar

 

Los partidos de gobierno acaban siendo empresas de colocación al servicio de profesionales del disfrute de cargos, y esa deriva tiene muy poco que ver con las ideas y los objetivos proclamados: lo que mata a los partidos es perder el poder, no la oposición a sus fines. Pero esa realidad tiene una ventaja inestimable: para sobrevivir y mantener el sistema, el PP no va a tener más remedio que acabar con algunas lacras destructivas del propio sistema.

 

Cuando el PSOE apostó por Sánchez, el del inepto pucherazo interno, optó por una política populista que dividiera a la sociedad en dos bloques irreconciliables. La destructiva personalidad narcisista de Sánchez le impide comprender el estado de ánimo de los ofendidos y su voluntad de resistencia por la vía del voto, manifestada en las elecciones de mayo

 

En definitiva, el PP no tiene alternativa al urgente desmantelamiento de la espesa red de telarañas y los montones de basura tóxica del sanchismo. No solo por convicción sino por necesidad. Sus propios intereses de partido del sistema están amenazados, y eso descarta la renovación automática del viejo bipartidismo fallido que sin duda muchos añoran, incluido el propio PP. Por eso les votaré este domingo, para que se vaya Sánchez, deshagan sus peores disparates, tener algo de tranquilidad política -lo óptimo es enemigo de lo bueno- y poder así, por fin, pensar las cosas realmente importantes.

 

Lo cierto es que la economía española se enfrenta a un otoño económico relativamente complicado, con algunas luces pero también bastantes sombras. La parte positiva es que la inflación parece que se está moderando, y todo apunta a una consolidación de esa tendencia. El problema, no obstante, es que la política monetaria europea no viene definida por la baja inflación en países específicos (como el 1% de Luxemburgo o el 1,6% de Bélgica o España), sino por la media de la eurozona, donde, aunque la inflación subyacente sigue elevada, en el 5,5%.

 

No obstante, si los tipos de interés siguen subiendo no hay que descartar que estos terminen afectando a la economía de forma más acelerada de lo que podríamos pensar. Un 29% de los hogares tiene hipoteca a tipo variable, y las familias están asumiendo costes cada vez más elevados que deterioran la renta disponible de los hogares.

 

El nuevo marco de reglas fiscales obligará a todos los países europeos a una fuerte consolidación fiscal. Hoy parece claro que las cifras del 3% de déficit y del 60% de deuda seguirán estando vigentes como referentes. Vienen pues tiempos de mucho mayor control. Conviene tener muy presente que, en cualquier caso la trayectoria de la deuda en los países europeos va a venir determinada por el crecimiento del PIB y los países que consigan mantener altas tasas de crecimiento se mantendrán a salvo de posibles tensiones financieras. Ahora bien, si el crecimiento en toda Europa flaquea, los países más endeudados, como España, serán los que más se resentirán.

 

A todo esto habrá que añadir, por supuesto, otros geopolíticos: aparte de posibles imprevistos con Rusia, a lo largo de 2024 habrá que tener en cuenta dos elecciones clave: en enero, las de Taiwán, que, de proporcionar una victoria clara a los nacionalistas taiwaneses, podrían provocar una reacción de China; y, en noviembre, las de Estados Unidos, que podrían traer a un presidente mucho menos dispuesto a ayudar económica y militarmente a Europa. En este escenario tan volátil, toda precaución es poca.

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