En vísperas de la jornada de reflexión tenemos la sensación de haber asistido a un déjà vu, la expresión francesa que significa que una experiencia se siente como si se hubiera vivido previamente. En toda campaña electoral existen dos tipos de partidos, los que ofrecen programas, proyectos y medidas y lo que como no las tienen o quieren ocultarlas por no ser populares se dedican a torpedear y tergiversar con interpretaciones torticeras las propuestas del contrario. Y esta campaña de las europeas del 9-J ha sido todo un paradigma de este proceder además enfangada por acontecimientos de “última hora” poco edificantes aunque puede ser que no sean en puridad propiamente delictivos. Desayuno rodeado de la propaganda electoral buzoneada por los partidos para las elecciones europeas y en la de los autodenominados “progresistas” se menciona la palabra «fascista», palabro que no se les cae de la boca en el día a día, pero por escrito utilizan términos más templaditos, como ultraderecha reaccionaria.
Lo cierto es que los filonazis no se lo trabajan nada: señor Feijóo, señor Abascal, ¿cuántas fotos han visto ustedes de Mussolini o Hitler sonriendo con aire bonachón en actos o fotos de partido? El contenido escrito de ambos folletos tampoco dice nada relacionado con el totalitarismo, pero quizá el problema lo tengo yo, que soy nazi y no me he dado cuenta.
Lo cierto es que sorprende que el neofascismo, incluso en la posmodernidad, resulte decepcionante. En el folleto del PP aparece Feijóo con cara de abuelo ilusionado. El folleto de Vox genera sentimientos parecidos, aunque al menos en lo estético han colocado una bandera de España, y ya sabemos que exhibir una bandera de España es de fachas de toda la vida de Dios. Abascal y Buxadé sonríen como si hubieran conseguido, ¡por fin!, ir a tomar unas cervecitas juntos sin cámaras ni acólitos de por medio.
Veamos muy resumidamente algunos conceptos para desenmarañar algunos tópicos que se utilizan confusamente muy a menudo
DIFERENCIAS ENTRE COMUNISMO Y FASCISMO
Las diferencias son, en principio y fundamentalmente de orden económico, simplificando:
1.-Propiedad de los Medios de Producción:
- En el comunismo la propiedad es pública.
- En el fascismo la propiedad es mixta: Los hay privados y públicos. En muchos medios de propiedad privada hay un control de la gestión por parte del estado.
2.- Condiciones de Trabajo:
- Comunismo: Las impone el estado a través de un sindicato único.
- Fascismo: Similar al comunismo pero menos rígido.
3.- Planificación de la Economía:
- Planificación férrea de la economía, cada empresa tiene unos objetivos de producción que cumplir.
- Fascismo: El estado marca unas líneas de actuación dejando a las empresas que se las apañen para conseguir los objetivos. No interviene a menos que no se logre lo que se busca.
Estas características llevan a que Comunismo y Fascismo sean unos regímenes de «Partido único» fuertemente estructurado (y Sindicato Único, de paso) lo que los convierte en totalitarios. El capitalismo tiende más a la libertad de elección de los particulares lo que hace que favorezca la aparición de partidos discrepantes entre sí que compiten por los distintos gobiernos (la democracia).
DIFERENCIAS ENTRE EL FASCISMO Y EL NAZISMO
- En la Alemania nazi, su nacionalismo se basa en la raza, mientras que el fascismo, el nacionalismo tuvo un sentido más orientado a lo político y cultura. Mientras que Hitler basaba su ideología en la revolución contra el resto de razas, Mussolini formula un fascismo más complejo compuesto por una amalgama de ideas provenientes del socialismo, el liberalismo y el conservadurismo principalmente. Mientras que la Alemania nazi adoraban a un hombre basado en la biología (el hombre “ario”) y en la cultura alemana, la Italia fascista tenía como objetivo crear a ese hombre nuevo mediante la educación y no mediante la eliminación sistemático de todo aquél que no se adaptara. No hace falta mencionar el marcado antisemitismo que caracterizó al régimen nazi. Estas ideas antisemitas podrían incluso catalogarse como una idea intrínseca del nacionalsocialismo. En cambio, el fascismo no era racista, más que el sentido usual que habría en Europa de principio del siglo XX.
- Algunas de las palabras que podrían definir el régimen de Mussolini serían un gobierno semipluralista y un derecho medianamente formal. Estas serían principalmente la causa de que Mussolini no llegará a ostentar el poder de forma tan totalitaria como Hitler, además de permitirle a sus enemigos derrocar al régimen. En el caso de Alemania, de forma simplificada, sería parecido a un régimen basado en la figura de Hitler.
- También, otra diferencia significativa entre ambos sería la importancia que tendría el partido en las decisiones. En el caso alemán, el NSDAP (Partido NacionalSocialista Obrero Alemán) convirtió a Alemania en un estado dirigido por este, al estilo de los países comunistas. A medida que Hitler se había estado sentando en el poder, surgiría en las bases del partido una dualidad en los poderes del partido, y obviamente, del Estado promovido por el propio führer. En el caso italiano, el partido de Mussolini PNF (Partido Nacional Fascista) no contaba con toda facilidad para llevar los hilos del país, y con el paso del tiempo pasaría a ser una burocracia estatal subordinada al Estado. Esto daría como resultado que Italia no fuere un régimen completamente totalitario ni una dictadura totalitaria, a diferencia del caso alemán. Cabe mencionar al Gran Consejo Fascista (principal órgano político) que progresivamente tuvo más autonomía de la influencia de Mussolini pido deponer a il duche.
4.. En el caso de la Alemania Nazi, Hitler fue capaz de superar los objetivos expansionistas e imperialistas tradicionales, al intentar conquistar toda Europa con el objetivo de provocar una revolución racial. En el caso de Mussolini, sus objetivos imperialistas se mantuvieron en la órbita de lo esperado por la Italia fascista y entre sus objetivos estaban la expansión colonial y la explotación de conflictos en la zona del Mediterráneo.
DIFERENCIAS ENTRE FASCISMO Y FRANQUISMO
El fascismo se caracteriza por su adhesión a una filosofía idealista, vitalista y voluntarista, que implica normalmente la intención de crear una cultura moderna, secular y autodeterminada. Frente al mundo tradicional, que ponía a Dios en el centro de todas las cosas, la modernidad reivindica al hombre como motor del mundo. El mundo no está cerrado ni ordenado, sino trágicamente abierto al caos; sólo se ordena con la fuerza de la idea, con la voluntad del hombre que imprime su sello a las cosas; esa voluntad corresponde a líderes superiores o a minorías egregias que encuentran en el ejercicio de su poder, de su voluntad (de su voluntad de poder), la legitimidad de su acción sobre la Historia. El fascismo es un movimiento profundamente moderno, arraigado en una visión del mundo sin causa divina ni orden natural. En el franquismo no hay absolutamente nada de eso. La doctrina que vertebró al franquismo está en los antípodas del modernismo fascista. La visión del mundo franquista es profundamente religiosa, cristiana, tradicional. Si el estilo fascista reivindica la voluntad trágica frente al mundo en caos, el estilo franquista prefiere la imagen del hombre de fe que ordena el mundo en nombre de Dios y de la tradición.
El segundo elemento específico del fascismo, es la creación de un nuevo Estado nacionalista autoritario, ajeno a modelos o principios tradicionales. Esto es transparente en los casos italiano o alemán: son, efectivamente, nacionalistas y autoritarios, y en ambos casos se proclama explícitamente la ruptura con el orden tradicional. La Italia de Mussolini y la Alemania de Hitler son estados laicos, secularizados, integralmente modernos. El franquismo está muy lejos de eso. El Estado del 18 de julio es declaradamente confesional desde el principio, se coloca bajo la advocación de la Iglesia y le entrega parcelas no menores de poder político. El Estado de Franco fue moderno en su centralismo autoritario, pero fue tradicional en la legitimación del poder: el Caudillo lo era “por la gracia de Dios”.
En lo económico el franquismo fue fascista sólo un poco y sólo al principio; después, a partir de los años 50, en absoluto. El fascismo se caracteriza por crear una nueva estructura económica de ámbito nacional altamente reglamentada, multiclasista e integrada. Es el modelo del corporativismo nacional en Italia y del nacionalsocialismo en Alemania. El modelo teórico del nacionalsindicalismo, aportación de la Falange al régimen de Franco, pretendía seguir similares patrones; a ellos responde el Fuero del Trabajo, que convertía a los sindicatos verticales en pilar económico del Estado. Pero es un hecho que el nacionalsindicalismo sólo funcionó durante un cierto tiempo y, además, de manera incompleta. En 1941 es cesado como jefe de la organización sindical el falangista Gerardo Salvador Merino y su destierro a las Baleares pone punto final a la experiencia. A partir de ese momento, el sindicalismo vertical se transforma en un instrumento de pacificación de las relaciones laborales en beneficio de las empresas y, eso sí, bajo el control del Estado. Es verdad que el Fuero garantizará derechos importantes para los trabajadores, pero éstos quedarán lejos de conformar aquella base popular del régimen con la que soñaban los teóricos del nacionalsindicalismo. De manera que, en lo económico, el franquismo tampoco fue un fascismo. Las medidas de liberalización introducidas a partir de los años cincuenta terminarán de alejarlo del modelo, en provecho de un criterio estrictamente pragmático.
El fascismo se señala también por una evaluación positiva de la violencia y la guerra, que implica la disposición a recurrir efectivamente a ellas. No hay demostración más evidente que la realidad: todos los fascismos murieron en la guerra. El franquismo, aun apoyado explícitamente en su origen por Hitler y Mussolini, funcionó al revés: nació de una guerra (civil) y permaneció alejado de los campos de batalla. La intervención bélica en la segunda guerra mundial, la División Azul, no se enfocó como una guerra de Estado, sino de partido, es decir, de voluntarios. La retórica belicista de la posguerra civil evolucionó rápidamente hacia la imagen de Franco como pacificador y desembocó en la campaña de los “Veinticinco años de paz” en 1964.
En política exterior, donde el fascismo tiende al expansionismo, pero Franco, por el contrario, se limitó a contemporizar de la manera más pragmática posible con unos y con otros, tanto antes como después de la segunda guerra mundial. En materia territorial, el régimen de Franco se plegó a las condiciones generales de la descolonización en Marruecos y en Guinea. Y en materia diplomática, apostó por criterios geopolíticos completamente objetivos: alineamiento con la órbita de poder norteamericana y paciente espera en la puerta de Europa. Pragmatismo, una vez más.
Dentro del estilo filosófico e ideológico sobre el que se asienta el fascismo, juegan un papel muy importante sus negaciones: antiliberalismo, anticomunismo, anticonservadurismo. El franquismo tuvo en común con los fascismos sus enemigos: el comunismo y el liberalismo, sin duda. Pero tanto el fascismo italiano como el nacionalsocialismo alemán declararon igualmente enemigos a los conservadores –de hecho, conservadores serán los que intenten matar varias veces a Hitler-, mientras que Franco siempre tuvo en los sectores conservadores su apoyo principal. Y ello precisamente porque el franquismo no se inspiró en principios fascistas, sino tradicionales.
El franquismo fue, sí, un anticomunismo desde su mismo nacimiento, el 18 de julio de 1936 (cuando aún no había tal franquismo), hasta el testamento político del dictador, y en el comunismo halló el régimen una suerte de enemigo perpetuo. También fue un antiliberal, sin duda, en el aspecto filosófico, moral, pero no tanto por emulación fascista como por inspiración cristiana: los argumentos del régimen contra el liberalismo son los mismos que llevaron a Pío IX a condenarlo en el Syllabus de 1867. El franquismo fue también antiliberal en el aspecto político, pero con matices: siendo radicalmente ajeno a las formas del liberalismo democrático tal y como se impusieron en los regímenes parlamentarios, mantuvo sin embargo una estructura de división de poderes razonablemente moderna, en especial en lo que concierne al poder judicial. El franquismo no fue en nada, ciertamente, un liberalismo, pero se atuvo a determinados usos habituales en el espacio político de occidente, cosa que no ocurrió, por ejemplo, en la Alemania nazi. Y aún más ambiguas son las relaciones del franquismo con el liberalismo en el plano económico: siendo un régimen doctrinalmente a-liberal, partidario de la economía centralizada y dirigida, sin embargo su práctica de gobierno fue más bien la de un “capitalismo de Estado” cada vez más liberalizado a partir de los años cincuenta.
El fascismo, además de una ideología o una doctrina, es precisamente un estilo, toda una liturgia que es inseparable de una tentativa de movilización de las masas, con la militarización de las relaciones políticas y con el objetivo de crear una milicia de partido. Pero el franquismo, por el contrario, muy rara vez trató de movilizar a nadie, más bien al revés. En vano buscaremos en el franquismo ese aire de movilización permanente en magnas concentraciones uniformadas, al estilo italiano o alemán. Ni siquiera en las liturgias masivas de «coros y danzas». En cuanto a las relaciones políticas, al margen de la retórica falangista (confinada por otra parte a la estructura del Movimiento Nacional), nunca se militarizaron; más bien siguieron un patrón jerárquico de tipo ancien régime, lejos del tono directo de “camaradería vertical” que caracteriza a las formas militares. Y, por supuesto, de milicia del partido, nada de nada: cuando acabó la guerra, la Falange mantuvo milicias, pero bajo el mando de militares. Por otra parte, aquellas milicias, prontamente desaparecidas, nunca tuvieron una función semejante, ni de lejos, a las otorgadas a las SA o a las SS bajo el nacionalsocialismo. Y respecto a la liturgia de Estado, no fue una liturgia de partido, sino, con frecuencia, una liturgia eclesiástica, sobre todo en los años del “nacional-catolicismo”.
Hay un rasgo académico del fascismo donde el parentesco con el franquismo es más claro: la tendencia específica a un tipo de mando autoritario, carismático, personal. El fascismo es inseparable de la figura del líder, Duce, Führer, Caudillo o como se le quiera llamar. También el franquismo es inseparable de la figura de Franco. Ahora bien, los fascismos estaban concebidos de tal modo que el movimiento podría sobrevivir al líder, no se extinguiría con él, mientras que en el caso del Caudillo español, por el contrario, nadie pensó en un “franquismo después de Franco”: desde fecha tan temprana como 1947 el propio dictador arregló las cosas para un cambio de sistema que implicaría la coronación de un Rey.
Y otra cuestión crucial: todos los líderes fascistas son dictadores, pero no todos los dictadores son fascistas ni su estilo de mando se corresponde con las características del fascismo. Franco, que fue evidentemente un dictador, en líneas generales carece de los elementos de carisma personal que caracterizan a los grandes líderes fascistas. En cuanto a su forma de ejercer el poder, resultó formalmente limitada por la progresiva institucionalización de consejos con funciones ejecutivas o consultivas específicas. Franco fue un dictador, sí, pero no un dictador fascista.
El fascismo implica una deificación del Estado, pero Franco nunca quiso hacer del Estado una religión. El fascismo se basa en la existencia de un partido único que actúa como vanguardia política y encarnación del pueblo-nación, pero el Movimiento resultante de la fusión de la Falange y el Requeté jamás gozó, ni siquiera en la primera época, de atribuciones de ese carácter.
El fascismo es un totalitarismo que pretende encauzar por una sola vía todas las manifestaciones de la vida social, pero en la España de Franco siempre existió una pluralidad (ciertamente, controlada) de “vías”, desde las asociaciones católicas hasta el Ejército y el Movimiento, pasando por la burocracia del Estado o por las corporaciones económicas, por no hablar del poder fáctico de la Iglesia. El fascismo, en fin, como movimiento moderno que es, se asienta sobre una cultura de la movilización absoluta y permanente de las masas, pero el Movimiento rara vez buscó “movilizar” a masa alguna e, incluso al contrario, se le ha reprochado apoyarse sobre lo que Dionisio Ridruejo -falangista que acabó en el socialismo cristiano- llamó “el macizo inconmovible de la raza”.
En la retórica de la política cotidiana seguiremos escuchando, sin duda, que Franco fue “un nazi y un fascista”. Pero si hablamos en serio, dando a cada cosa su apropiado concepto, la realidad es la que es. Franco no fue fascista jamás. Y su régimen –dictatorial, autoritario, sí- no fue un régimen fascista. Fue otra cosa. Por eso mismo no es impropio hablar de «franquismo».