En España ya se han realizado anteriormente ocho elecciones para cubrir los escaños que nos corresponden en el Parlamento Europeo (las del próximo domingo serán las novenas), y en cuatro ocasiones esas elecciones se hicieron coincidir con otras de ámbito doméstico. Cuando las elecciones europeas se celebran solas, la participación se desploma: en 2004 (45% de participación), en 2009 (44%) y en 2014 (43%). Sin embargo, en 2019 coincidieron con las municipales y autonómicas y la participación rebasó el 60%.
Si se mantiene la pauta de baja participación, en estas elecciones europeas votarán aproximadamente 5 millones de personas, es decir, 7 millones de electores que sí participaron en las generales de 2023 se quedarán en casa el próximo domingo. Puesto que no hay un umbral mínimo para obtener escaños y el sistema es proporcional, podrán conseguir escaños algunas fuerzas políticas que en unas generales no tendrían ninguna probabilidad. Así, no puede sacarse ninguna conclusión de carácter general de una votación en la que más de la mitad del censo se abstendrá por puro desinterés.
Según la mayoría de las encuestas publicadas la derecha superará a la izquierda en unos diez puntos (en 2019 la izquierda superó a la derecha: en un 2,7%), aunque según Tezanos el PSOE le sacará 13 puntos al PP. Sea como sea, seguirá sin resolverse la formación de un gobierno en Cataluña, y el sanchismo seguirá siendo incapaz de sacar adelante una sola ley, ya que por grande que sea el fracaso de los nacionalistas en las europeas, podrán seguir chantajeando al Gobierno con cualquiera de sus “ocurrencias” por muy inverosímiles que nos parezcan a casi todos. Lo cierto es que aunque creamos que pasan muchas cosas, en realidad, pasan muchas veces las mismas cosas.
Muchos españoles piensan sobre la Unión Europea, emulando a James Joyce, que «No pienso hacer nada por mi patria pero no me importaría que mi patria hiciese algo por mí». Con el mismo cinismo, pero menos ironía es lo que opinan bastantes españoles de su aportación a la Unión Europea, por cierto, en esa postura desdeñosa coinciden los radicales de izquierdas y derechas. Pero los problemas europeos son muchos y acuciantes y se precisa el esfuerzo de todos os miembros del club.
España puede colaborar con los países europeos más responsables en no permitir que se abandone a Ucrania a su triste suerte, sino que se la mantenga en el centro de la agenda de la Unión porque es la UE la amenazada y no solo Ucrania.
España puede (y debe, dada su experiencia en el tema) ayudar a afrontar el gran problema de la inmigración desordenada e ilegal. Los países europeos deben ser hospitalarios dentro de lo sensato pero no suicidas: en beneficio de los propios inmigrantes es imprescindible que haya normas claras y rigurosas tanto de acogida como de rechazo. Hay que proteger nuestras leyes y pautas sociales porque eso es precisamente lo que hace deseables nuestros países a quienes se refugian en ellos: si aquí todo fuese explotación, crueldad e intransigencia, la gente emigraría a Arabia Saudí.
España puede ayudar a Europa aportando sensatez y no balando consignas del catecismo progre que con tanta asiduidad como candidez nos repiten muchos (demasiados) autodenominados “progresistas”. La justicia social es una garantía de seguridad pública de raigambre inequívocamente europea y donde la justicia social es vista con recelo, como en EEUU, más vale llevar revólver. Defendamos nuestros principios y no renunciemos ni al individualismo ni a la solidaridad.
España puede dar una lección útil para europeos desoyendo en las urnas el próximo domingo a los que fomentan entre nosotros la desigualdad amnistiando a unos cuantos delincuentes para asegurar en el poder a otros. Los que no defienden la unidad democrática de su país tampoco defenderán la europea. Los españoles tenemos amplia experiencia del matonismo en política: ayer algunos gritaban «¡Franco, Franco, Franco!» y hoy «¡fango, fango, fango!» pero son los mismos abusones. Aunque al menos Franco no pedía que le votasen…