Una “verdad incuestionables” es la superioridad moral de la izquierda, pero si uno mira a su alrededor, no se tiene en pie
Yo de mayor me pido ser de Podemos. De Podemos o de cualquiera de los partidos satélites que han salido de ahí. Quiero ser de Podemos & co porque es como nacer con patente de corso moral en el bolsillo. Yo quiero ir por la vida sabiendo que nunca me equivoco, que estoy en el lado bueno de la historia, que se me juzgará por mis voluntades y no por las consecuencias de mis actos. Y si me pillan en un renuncio diré que yo no soy como ellos, que yo reconozco mis errores y siento empatía por los demás.
Yo quiero saber que no soy responsable de que aquello que me sale mal por falta de esfuerzo, de atención, de dedicación, de mérito, de constancia, o por mala suerte, y que en realidad se debe a que hay un culpable: llámalo heteropatriarcado, llámalo neoliberalismo. Quiero que alguien tenga la culpa y no ser yo.
Yo quiero ser uno de ellos porque debe ser enorgullecedor estar convencido de que hasta que tú llegaste nadie había detectado ni un solo problema ni había tratado de darles solución. Que contigo empiezan todas las cosas buenas y por fin la sociedad es justa y evoluciona. Y punto.
Hay cuestiones que cuando uno va teniendo cierta edad no acaba de entender. Ya de joven, con temor de que me llamasen de todo, empecé a preguntarme si podía ser verdad que el bando franquista en la Guerra Civil cometiese toda clase de tropelías sistemáticas, mientras que en el republicano fuesen unas poquitas aisladas y siempre obra de elementos incontrolados. Actualmente hay un jeroglífico que también tiene miga, y no poseo las luces para desentrañarlo: ¿por qué Vox es un partido fascista y Podemos y la CUP son plenamente democráticos? No logro verlo.
Mucha izquierda está imbuida de la convicción, casi religiosa, de que la base ética de su actuación es la más elevada, de que su constante superioridad moral no admite discusión. Cuando la izquierda hace algo censurable o parece serlo la reacción inmediata es que:
- a) tal cosa no se ha producido;
- b) si se ha producido, está totalmente exagerada por la derecha;
- c) la situación no tiene equivalencia con un hecho similar de la derecha,
- d) la situación fue producto de una emergencia y hay que desentrañar las razones por las que se produjo
La lacra de la corrupción ha salpicado a muchas formaciones políticas. Sin entrar en casos “viejunos” puede ser interesante detenerse en los casos más sonados de los últimos años que afectan a los dos grandes partidos: la trama Gürtel, de un lado, y los ERE andaluces (más los cursos de formación), de otro. Uno de ellos es un entramado en el que empresarios, a través de la adjudicación de servicios, nutren la caja de un partido o los bolsillos de miembros de la agrupación. El segundo es simplemente detraer dinero destinado en principio a los parados con destinatarios parecidos al anterior pero se argumenta que simplemente dos o tres desalmados se aprovecharon de la ingenuidad de los altos cargos, lo que no es fácil de aceptar pues había una docena de avisos claros de la intervención del Estado. La superioridad moral de la izquierda, una vez más, es una farsa, una jaculatoria para militantes obcecados y abducidos.
Los catalanes tenían la comisión de las empresas del 3 %, que fue pronto silenciada pasmosamente, el escándalo del Liceo, Banca Catalana, el señor Pujol con abundante dinero no declarado en el extranjero,…
Los de Podemos tienen asimismo sus pecadillos y deslices menores: cobros de estudios, becas y trabajos poco justificables, subvenciones, escamoteo de pagos a la Seguridad Social… A ello se suman las continuas “purgas”: Bescansa, Errejón, Kichi, Teresa Rodriguez, Albano Dante,…, para “tomar el cielo por asalto” o simplemente tomar un “casoplón” familiar.
En economía, todo el mundo dice que los países con muchos recursos naturales tienen una maldición, ya que esa riqueza, paradójicamente, limita esfuerzos para su desarrollo. Algo similar sucede con la superioridad moral de la izquierda que hace que desatienda el mundo presente para centrarse en imaginar un mundo mejor que está por llegar. Invierte energía en pensar lo que vendrá en vez de en mejorar lo que tenemos y por eso no son los mejores gestores ni del presente ni del corto plazo para TODOS, que usualmente no aspiramos a un futuro cielo sino simplemente a una presente tierra algo mejor.