A pesar de sus tropelías sin número el Gobierno duerme tranquilo pues ni los partidos de la oposición ni los movimientos ciudadanos de cualquier son capaces de despertar a una calle adormilada.
El abuso de poder se produce casi siempre cuando ese poder es capaz de sustraerse de todo control, cualquiera sea. El líder carismático logra hacer creer que su poder proviene de sí mismo, ni siquiera de una autoridad superior a la que se debe reportar. El `poder carismático suele ser más abusivo que las maneras de la autoridad tradicional que se guía por lo que se acostumbra dentro de la ley. El carisma es una forma de exacerbar el poder.
En España actualmente se acumulan ya demasiadas corrientes de fondo de un hartazgo ciudadano basado en un rechazo cada vez más visceral contra este modo de gobernar. El acaparamiento político de las instituciones, la corrupción, la demagogia y la creación de realidades paralelas para disfrazar de formas democráticas decisiones que esconden todo lo contrario. Demasiadas voces coinciden en que esto es demasiado, en que el sanchismo siega la hierba bajo los pies sin misericordia, y en que el Estado -y es lo peligroso- es cada vez más débil en su propia defensa. Pero no pasa nada.
Nunca pasa nada porque se ha consumado ese riesgo de aburrimiento propio de las sociedades del ocio acomodadas en su rutina y capaces de ensimismarse en su aburguesamiento. Y entonces, todo abuso, a base de repetirse, se relativiza y normaliza. Es el ‘síndrome de la nevera llena’ que conduce a la indolencia y a una abulia colectiva. Pedro Sánchez para jugar esta baza cada vez más evidente, cuenta con cuatro perfiles sociales muy asentados:
- Votantes que no creen ya en él, pero que mantienen su fidelidad por odio cerval a la derecha o por una legítima lealtad a su tradición ideológica.
- Votantes que dudan, que no saben si su victimismo es real o impostado, y desconocen si tiene razón o no con su relato. Y ante la duda, mantienen un voto de confianza.
- Votantes que son militantes innegociables de unas siglas, las del socialismo, en cuya mente da exactamente igual quién sea su líder porque, se equivoque o no, nunca le retirarán su voto.
- Votantes fanáticos del sanchismo que le creen, que adoran su carisma, que creen realmente que Sánchez es la víctima encarnada de una democracia podrida que necesita refundarse.
El sanchismo no es sólo una visión determinada del poder o de cómo ejercerlo. Comienza con la intervención de las instituciones y la progresiva injerencia del Estado en la vida de las personas (la pandemia fue la coartada perfecta para ese fin). Con la colonización de las instituciones completada, comenzó una fase de vuelco drástico a nuestra normativa en nombre del ‘progreso’. Creado este caldo de cultivo, llegó la fase más delicada del proceso, la de generar una fractura social (“el muro”) y una división polarizada entre rojos y azules que sirviese como coartada para dar por caducada la Transición, el modelo territorial y la igualdad entre españoles. Consiste en hacer de todo “la primera vez”.
Ahora ya estamos en la última fase: conseguir el adormecimiento social, el aburrimiento frente al cúmulo de abusos, el hastío de tantas “primeras veces”. Quiere una rendición por indolencia y resignación colectiva. La consigna es que cada cual encuentre su hueco en el desmontaje del Estado y que protestar contra el sanchismo sea un derecho y cansarse de esa protesta es una obligación.
Y así avanza esta desoladora percepción de rebaño automatizado, de sociedad post-pandémica atribulada, individualista, líquida y desestructurada. Tan anclada en la corrección política de lo ‘woke’ y tan desganada que ya solo se limita a asumir un doble paradigma: los que se resignan a que el sanchismo es una anomalía pasajera cuyo fin ya llegará, y los que creen que es la pócima mágica que nos curará de la ceguera y que la democracia no es lo que es, sino lo que el sanchismo dice que es. Contra el manoseo de la democracia, somnolencia. ¿Que por qué no ocurre nada? Porque dejamos que no ocurra nada.
Las peores formas de abuso de poder son aquellas que atraen y fascinan a sus víctimas. El poder siempre consiste en capturar la libertad de otro. Por de pronto, el poder es necesario para hacer que otro haga lo que no quiere hacer.
¿Que por qué no ocurre nada? Porque dejamos que no ocurra nada.
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