La palabra ‘idiota’ viene del griego ἰδιώτης idiṓtēs y originalmente no era un adjetivo irrespetuoso, despectivo ni insultante. Tampoco tenía ninguna relación con la inteligencia de la persona a la que se refería.
Se usaba para referirse a un ciudadano privado, que se mantiene al margen de la vida pública lo que es un signo de ignorancia, de falta de educación, de desinformación y de abandono del deber. Quien no contribuía en los debates, declaró Pericles, el gran estadista de Atenas, era considerado «no como falto de ambición sino como absolutamente inútil”.
Como los griegos valoraban mucho la participación cívica, reconociendo que sin ella la democracia colapsaba, se esperaba que todos los ciudadanos estuvieran interesados, y versados, en los asuntos públicos. O sea, que no fuera idiotas.
Con el tiempo, idiṓtēs comenzó a adquirir una connotación negativa, y a transformarse en un término de reproche y desdén. Esta palabra que, en un primer momento, no tenía connotaciones negativas, se empezó a utilizar como reproche hacia aquel ciudadano que no sentía ningún interés por los asuntos públicos.
Si la conducta y el discurso de un hombre dejaban de ser políticos, se volvían idiotas: egocéntricos, indiferentes a las necesidades de su prójimo, inconsecuentes en sí mismos. Esa clase de idiotez era quizás más grave que la que resultó de la metamorfosis que había empezado y llevaría a la palabra a convertirse en lo que dice ahora la Real Academia:
- adj. Tonto o corto de entendimiento. U. t. c. s. U. t. c. insulto.
- adj. Engreído sin fundamento para ello. U. t. c. s.
En su novela Dostoievski, El Idiota, expresa que sólo un «idiota» podía ver el mundo de una manera tan ingenua, podía ser tan sencillo en sus palabras, creía en ideas elevadas, y siempre respondía con bondad. Dostoievski recoge la palabra «idiota» para otorgarle un nuevo sentido: el de la sencillez y la ingenuidad.
Sólo un ingenuo puede pensar que la política consiste en gobernar y mejorar la vida de la ciudadanía en lugar de crear estrategias electorales permanentes para ganar votos y desgastar al contrario. La misma inocencia, más allá de las apariencias y el ruido, con la Dostoievski expresaba que «un día la belleza salvará el mundo».
En un momento de máxima tensión política, tanto nacional como internacional, quizás, las vacaciones den la oportunidad a los ciudadanos de ser «idiotas», en su acepción griega, durante unas semanas. Siempre es saludable, desconectar para luego poder ver mejor, con mayor complejidad y profundidad, la vorágine política y social en la que vivimos.
Ahora nos toca a nosotros. Ser «idiotas» e «ingenuos», para recuperar la mirada de la inocencia sobre el arte de vivir juntos.
(PD: en nuestro caso particular seremos “idiotas” en septiembre coincidiendo con nuestras vacaciones tan ansiadas)