RAE: Tendencia política que pretende atraerse a las clases populares. U. m. en sent. despect.
POPULISMO COMO RELIGION CÍVICA
Lo religioso, en sentido general, es la clave fundamental para entender las raíces profundas de nuestra cultura. El populismo es una nostalgia, una mutación de una visión religiosa del mundo que es una forma a través de la cual el hombre trata de escapar a su propia caducidad y a los conflictos de la historia donde vivimos.
El populismo imagina una edad de oro originaria, como hacen todas las religiones: en principio existía la pureza, el jardín del Edén sin pecado, el pueblo armónico del comienzo pero después, la historia corrompe. La historia corrompe porque la historia es concebida como degeneración. La gran promesa del populismo, de ahí su impulso religioso, es la salvación. El pobre es, por definición, aquel que conserva la pureza
Con la Ilustración y las ideas liberales, el proceso en el siglo XIX fue hacia un mundo laico que hace que la religión esté en retirada. Al comienzo del siglo XX, hay un redescubrimiento de la fe: la fe en el progreso, en la ciencia, en el progreso social,… Después del trauma de la Primera Guerra Mundial, que coincide con la Revolución Soviética, la fe torna a ocupar un espacio central y las masas ingresan a la arena política por movimientos totalitarios o autoritarios. No a través de la democracia liberal.
Una amenaza totalitaria no parece factible en los países más desarrollados dada su fragmentación ideológica. Vivimos una fragmentación enorme, un micropopulismo extraordinariamente agotador, y se vuelve prácticamente imposible que una identidad populista (como en su momento fue la nación o la clase social) llegue a ser tan dominante como para absorberlo todo y entonces sí, amenazar con una pulsión totalitaria. El peligro fundamental actual es un mundo donde las grandes potencias del futuro no conocen la Ilustración que fue la vacuna contra todas las religiones y contra las dictaduras ideológicas.
POPULISMO: TODO ES GRATIS
Buena parte de la actual perplejidad que inunda nuestra política cotidiana tiene como origen en la sorpresa indignada ante los fallos de la política real. Llegados a ese punto, cuando los fallos de la política se hacen evidentes, los atribuyen a que los políticos al mando son malos, egoístas, iletrados o incluso psicópatas. Todo para proponer acto seguido la falsa solución de reemplazar, o bien a los gobernantes, a los líderes, a los partidos, o a los demás mecanismos de representación.
El problema no es que nuestros políticos no sean ángeles, que ni existen. Tampoco que no sean sabios, máxime cuando los españoles preferimos ser representados por mediocres. El problema principal no es tampoco que nuestros representantes sean desobedientes, pues al contrario, lo son en demasía. Si no pueden darnos lo que queremos es sólo porque nuestros deseos son a menudo contradictorios: lo queremos todo y gratis. Quizás nos olvidemos todos que junto al poder político existe el poder económico (“del mercado”)
En países democráticos, el poder político es temporal y controlable, con todas las imperfecciones que se quiera, por los ciudadanos. En cambio, el poder económico no lo es. Ese poder es inmenso, pero anónimo en muchos casos y, desde luego, exento de control por la ciudadanía. En muchos casos, ese poder económico controla al poder político «por la puerta de atrás» con herramientas que van de la financiación a los partidos a los sobornos directos.
POPULISMO EN ESPAÑA
A pesar de la dictadura de la ideología lo cierto es que de acuerdo con los datos de Hacienda de las estadísticas del IRPF sólo 286.000 españoles (se excluyen vascos y navarros con un sistema fiscal propio) están afiliados a los partidos políticos, pues es el número de contribuyentes que se aplicaron la deducción correspondiente a las cuotas de afiliación y aportaciones privadas. La deducción de estas contribuciones a los partidos se realiza en la cuota del impuesto (antes se hacía sobre la base Imponible que beneficiaba a quienes declaraban más ingresos) y es del 20% con una base máxima de hasta 600 euros anuales. Se trata de una de las cifras más bajas que se conocen de nuestro entorno y ponen en duda la información de los propios partidos de que ahora tienen cerca de 1,3 millones de afiliados. Según los datos del Registro del Ministerio de Interior, a finales del año pasado había censados 6.294 partidos en toda España, 4.500 más que a principios de los años 2.000
El ciclo populista en España comenzó el 12 de octubre de 2003, cuando el entonces jefe de la oposición, José Luis Rodríguez Zapatero, no se levantó ante el paso de la bandera de los EE. UU. durante el desfile militar del Día de la Hispanidad. El PSOE con todo lo que fue, con todo lo que hizo, nunca esquivó las responsabilidades internacionales de España como democracia y, digámoslo, como ejemplo de transición hacia la democracia.
No olvidemos que el gobierno de José María Aznar estaba profundizando el eje atlántico de nuestro país con los EE. UU. en un momento de máxima debilidad de la OTAN por falta de sentido geopolítico. Después de ese lamentable hecho, pasaron muchas cosas, muchas y terribles cosas.
El giro copernicano, de quien no se levantó ante la bandera de los EE. UU., el presidente que lo fue tras los peores atentados de nuestro país se convirtió en el principal valedor para desmontar los lazos de los países que abrazaron las democracias liberales después de la Segunda Guerra Mundial.
Después el gobierno del Partido Popular se ocupó casi únicamente con la salida de la tremenda crisis económica heredada del gobierno Zapatero que asoló nuestro país y, sobre todo, para evitar la intervención de la Unión Europea.
Llegó a la presidencia del gobierno de Pedro Sánchez único presidente que nunca han ganado unas elecciones Generales y con él volvió la retórica polarizadora y el alineamiento con lo «mejorcito» de nuestro planeta.
Quizás la mayor diferencia entre ZP y Sánchez es que este último es el menos ideologizado de los dos, el más listo, pero menos inteligente de los dos. Sánchez es el adalid del cinismo, de hacer pasar por víctima al verdugo y al verdugo por víctima. Su principal fuerza es su debilidad, puede pasar de aparecer delante del decorado de banderas nacionales como en 2016 a abrazarse con los que secuestraban y mataban a los de su propio partido, es capaz de apoyar un 155 a amnistiar a los que lo provocaron. Cuando cambie el paradigma, Sánchez cambiará, y si eso pasa, será cuando a él le interese.
Lo que ahora estamos viendo con las actuaciones del «círculo más íntimo» del presidente se asemeja cada vez más a las de una corte que se cree inmune e impune. Esto es lo que puede hacer caer a Sánchez y, quizás, cerrar este largo ciclo populista. Pero, si ello sucede, ya sea porque el presidente asume responsabilidades y se va o porque la oposición conforma gobierno después de las elecciones, como pueblo, como nación, como sociedad debemos despertar de esta era de la ingenuidad y ver el mundo como lo que es: un juego descarnado de intereses y de poder, el futuro de nuestra democracia depende de ello.