PEDRO SÁNCHEZ: LAS PIEDRAS, SÍSIFO Y LOS DEMÁS

Pedro Sánchez declaró que está dispuesto a buscar votos hasta debajo de las piedras para sacar adelante el decreto ómnibus  que rechazó el Congreso la semana pasada.

 Sísifo fue obligado a empujar una piedra enorme cuesta arriba por una ladera empinada, pero antes de que alcanzase la cima de la colina la piedra siempre rodaba hacia abajo, y Sísifo tenía que empezar de nuevo desde el principio, una y otra vez.

 Se diría que estamos cansados como Sísifo y solo vemos seres absurdos empeñados en subir una piedra por una pendiente que siempre les traiciona.

 

El PSOE ha perdido ayuntamientos, autonomías y su primer puesto en número de diputados y eurodiputados; aunque sobrevive Pedro Sánchez como presidente del Gobierno, pero hubo un tiempo en que los partidos eran algo más que su mandamás. La esperanza glamurosa de Yolanda Díaz, parece amortizada y el PP sigue sin recuperarse de no haber conseguido el gobierno de la nación. Por su parte, esa presunta ultraderecha tampoco camina exultante. En semejante situación caben tres soluciones.

 

La solución de Epicuro: el jardín tranquilo

Epicuro defiende que si estás cansado, abandónalo todo y deja de preocuparte del mundo. El orbe es muy complicado y tú muy pequeño. Busca unos amigos y unas conversaciones agradables; esa es toda la felicidad que cabe, esa es la clave del placer. Pero lo cierto es que la lección es siempre la misma: cuando te proteges tú solo, nunca estarás lo bastante protegido; lo que crees que es hoy tu refugio, mañana puede ser un calabozo.

 

La solución de Camus: el trajín

Albert Camus sostenía que te afanas en vano pues no hay victoria que sea la victoria final. Trabajas en búsqueda de algunas satisfacciones lo que te anima a seguir vivo; sigues vivo para así poder seguir trabajando. La solución de Camus es vivir tal como un actor que se entrega de lleno al papel de su comedia, aun sabiendo que dentro de dos horas la función habrá acabado. La solución de Camus, en cierto modo, es simétrica a la de Epicuro. Donde Epicuro nos recomendaba calma y alejamiento para olvidar el cansancio, Camus nos aconsejó sumergirnos de cabeza en la acción, pero con igual meta: el olvido.

 

La solución de san Bruno: esperar el momento oportuno

Bruno de Colonia, escribió que cuando estás fatigado por los continuos trajines, tu arco, que va siempre armado con su flecha, se queda flojo y la flecha se caerá al suelo. Es menester aprender a guardar las flechas y puede ser que pronto habrá que retomar el arco, y entonces, la cuerda del arco sí que habrá de volver a estirarse y habrá que volver a tensar la flecha: así llegarán más lejos los disparos y así, un día, se acertará en el blanco. Determinar el momento preciso para tensar el arco con su flecha es, por lo tanto, la cuestión básica a dilucidar.

 

Bajo la advertencia de Stefan Zweig de que las «palabras frenéticas» son los heraldos de las «acciones frenéticas», a medida que pasan los días no deja de crecer mi consternación ante el hecho de que la verbalización sanguinaria y cruel pueda formar parte de nuestra vida política cotidiana.

 

Pedro Sánchez es capaz de picar piedra hasta en el mármol más grueso  con tal de seguir donde está. Y lo ha demostrado una y otra vez. Por ejemplo, en esta legislatura de apenas 15 meses: ha sido capaz de encontrar votos debajo de las piedras de un partido de derechas como Junts, liderado por un prófugo de la Justicia que vive en las afueras de Bruselas; con otro, Esquerra, cuyos líderes fueron condenados por un delito de sedición por el golpe en Cataluña de 2017; con un tercero, Bildu, cuya trayectoria pasada es preferible ni mencionar; y con un cuarto, PNV, especializado desde hace cuatro décadas en obtener el máximo de los beneficios a cambio de sus votos en la Carrera de San Jerónimo.

 

Además, Pedro Sánchez ha sido expeditivo en su programa de cesiones masivas a sus socios independentistas. En sus desvelos, el presidente ha dado una amnistía que juró que jamás concedería; ha prometido una financiación singular para Cataluña y otras regalías en detrimento del resto de las regiones de España y ha cedido a todas las pretensiones de los independentistas vascos.

 

El presidente ha entendido cuál es el precio que hay que pagar para seguir en la Moncloa y no le sobra determinación. Da igual que no haya Presupuestos Generales del Estado o que cada ley y cada decreto que lleve al Parlamento le cueste sacarlo sangre, sudor y unas cuantas lágrimas.

 

De lo que se trata es de resistir. Como sea, con quien sea y a cambio de lo que sea. Y, en eso, Pedro Sánchez juega en otra liga. Las cosas como son.

 

Coincido con Feijóo en que el folletín del decreto ómnibus es «miserable», que implica graves «traiciones» y «engaños», pero Sánchez es quien nos servirá para salir esta crisis en la que él mismo nos ha metido.

 

La ambición, la doblez y la imprudencia del presidente son genuinos defectos de la condición humana, aunque a veces vayan mezclados con atributos positivos: Otegi es un hombre de paz, Puigdemont un progresista y los diputados de Podemos la gran esperanza blanca de la derecha.

 

Pedro Sánchez, refiriéndose a su recuperación tras el pinchazo en el debate con Feijóo, dijo: «Mi historia es la del mito de Sísifo». Ay, Sísifo, «el héroe absurdo… el trabajador inútil de los infiernos… cuyo desprecio de los dioses le valieron ese suplicio indecible en el cual todo el ser se dedica a no rematar nada».

 

El presidente se ve a sí mismo ganando de la nada las primarias del 2014; resarciéndose de la destitución como líder, al volver a imponerse en las del 2017; alzándose a la presidencia del Gobierno, mediante la moción de censura, en el 2018; logrando trabajosamente su primera investidura, a través del «pacto del insomnio», en el 2020; resurgiendo de la catástrofe de las municipales y autonómicas, pese a perder también las generales, al intercambiar la amnistía por los votos de Junts, en el 2023. Sánchez ya fantasea públicamente con una nueva candidatura a la Moncloa en el 2027. Se imagina en ese más difícil, que es más difícil que el más difícil todavía. Se imagina recuperándose de la erosión que le están deparando ahora sus infamantes pactos.

 

«Tú ganas dinero, yo gano elecciones», le dijo otro día a un importante empresario. Como Sísifo, es feliz porque cree que cada mañana, o cada mes, o cada temporada comienza un nuevo campeonato nacional de Liga, pero él es un gobernante cuyas decisiones inciden y perduran en la vida de todos los españoles.

 

Pero “no se reina impunemente». En una democracia del siglo XXI eso significa que no se hace de la acuciante necesidad una imaginaria virtud… impunemente.

  • Que no se canjea la desigualdad de los ciudadanos ante la ley, y menos aún la desigualdad de los políticos, por siete votos… impunemente.
  • Que no se consiente e incluso fomenta el señalamiento parlamentario de los jueces cuyas resoluciones no te gustan… impunemente.
  • Que no se pagan vergonzosas letras aplazadas a Bildu… impunemente.
  • Que no se engaña a tantos, tantas veces, con tantos cambios de opinión, durante tanto tiempo… impunemente.

Y así, una tras otra.

 

Por mucho que le guste, la piedra es su problema, porque la piedra que él encuentra al pie de la montaña no es la misma piedra que va a depositar arriba: no lo fue la primera vez, ni la segunda, ni la tercera, la cuarta o la quinta. Él ha elegido por dónde empujarla, en qué charcos bañarla, de qué barro adobarla.

 

El problema de Pedro Sísifo no es hacer subir la piedra—tiene músculo para ello— sino impedir que le aplaste, le triture la próxima vez que baje. Y no es aventurado pensar que eso puede ocurrir en 2025

 

 

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