NO MIRES A OTRO LADO. EL SANCHISMO ERES TU

Quizás los políticos sean los primeros culpables de la degradación que padecemos, pero la responsabilidad última recae en quienes la consienten: los electores»

 

Del mismo modo que la democracia necesita de contrapoderes porque el sufragio por sí sólo no es suficiente garantía, ningún contrapeso podrá preservarla si los ciudadanos, mediante su voto, no castigan los abusos del poder. Es mediante el voto que las personas corrientes ejercen su soberanía. Lo que el pueblo decide en las urnas es inapelable.

 

Precisamente, para eso mismo  los líderes poco o nada democráticos tratan por todos los medios de vincular su poder  a la ideología, de tal forma que ideología y voto se perciban inseparables. La idea es que si, por ejemplo, el elector es socialista se siente obligado a cederlo de forma permanente a quien dice representar los ideales socialistas. Mediante esta estratagema, los políticos sin escrúpulos, como Pedro Sánchez, pretenden privar a los de su buen juicio para impedir que puedan castigarlos y desalojarlos del gobierno. Un subterfugio tan grosero difícilmente funcionará porque siempre habrá un número suficiente de electores de cualquier preferencia política capaz de separar sus ideales de los hechos objetivos y fácilmente comprobables.

 

Puede que los políticos sean los principales responsables, pero la responsabilidad última recae en quienes la consienten; esto es, los electores pues aun cuando no nos jugamos nada, de forma inmediata y evidente, procuramos mantenernos alejados de los sinvergüenzas y, en general, tratamos de evitar riesgos potenciales de forma evidente guiándonos por criterios racionales.

 

Pero los políticos, mediante la polarización, han mudado las ideologías, que antes eran más o menos argumentativas, al territorio de las emociones y los sentimientos, reduciendo así la racionalidad ideológica a una reacción instintiva, de tal forma que, por ejemplo, ser socialista ya no consiste en oponerse a la distribución desigual de la riqueza, la feroz competitividad en el mercado, o la incapacidad de autorrealización y desarrollo humano, sino en aborrecer y temer a sus adversarios. Así hemos llegado a la situación actual en la que pocos electores emiten su voto por convencimiento: demasiados lo hacen motivados por un antagonismo que no se localiza en la cabeza sino en las tripas.

 

Tampoco parece que demasiados votantes con afinidades socialistas vayan a castigar la alianza del PSOE con la ultraderecha vasca (PNV) y catalana (Junts), que supone la liquidación de la igualdad (ante la ley) y el establecimiento de dos clases radicalmente desiguales de ciudadanos. Como tampoco parece disgustarles que el entorno más cercano del presidente, el familiar y el político, se dedique a mercadear de maneras cuando menos inmorales (y ya veremos si delictivas). Ni siquiera parece que vaya a afectarles que Pedro Sánchez se proponga sustraer a los españoles de las regiones más pobres unos 13.000 millones de euros como mínimos, para dárselos, no ya a los que españoles de una de las más ricas, sino a los acomodados miembros de la oligarquía catalana, para que entre ellos se los repartan discrecionalmente. ¿Qué tienen que ver todas estas decisiones con los supuestos ideales socialistas?

 

A veces, por desgracia, la coyuntura convierte la facultad de votar en una prueba muy dura en la que ya no sólo elegimos entre opciones políticas, sino que nos vemos obligados a escoger entre salvaguardar la democracia o ser cómplices de sinvergüenzas, delincuentes y tiranos.

 

A lo largo de las últimas décadas se ha producido una convergencia entre conservadores y progresistas. Los conservadores han aceptado el Estado del bienestar y los progresistas el mercado, de modo que, para diferenciarse electoralmente, la batalla se ha trasladado al terreno “sentimental” y, por lo tanto, no racional. La consolidación de los derechos laborales y sociales, de las pensiones, de la sanidad y la educación universales eran la bandera de la socialdemocracia y, cuando todo eso se incorpora a la Constitución la izquierda se ha quedado sin discurso. Para reinventase busca nuevas minorías oprimidas, para que siga habiendo víctimas y verdugos, y las víctimas sean naturalmente de izquierdas y los verdugos de derechas. Es una actitud absurda, porque el feminismo no es de izquierdas ni de derechas, como tampoco lo es la defensa del medio ambiente. Pero han articulado ese relato para polarizar, y lo han logrado, porque han provocado la aparición de movimientos de derechas muy duros, que se rebelan contra esta revolución woke. Así quien la ha liderado la crispación, y de manera deliberada y racional, ha sido la izquierda y José Luis Rodríguez Zapatero es un buen ejemplo que se dio cuenta de que era el único modo de que la derecha no gobernara. Y Pedro Sánchez lo ha sabido interpretar muy bien.

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