Ya antes de la pandemia las estadísticas del movimiento natural de la población española hizo sonar la alarma demográfica. Los nacimientos siguen disminuyendo y las muertes creciendo, prolongando así la preocupante tendencia de un crecimiento vegetativo desfavorable.
Estos son los principales datos:
- Los nacimientos caen porque la tasa de fecundidad es tan solo de 1,3 hijos por mujer, un valor cada vez más alejado de esos 2,1 hijos necesarios para el relevo generacional.
- Disminuyen también porque hay menos mujeres en edad de procrear, es decir, madres potenciales que ahora son un millón menos que en 2009.
- Y retroceden porque la edad media de alumbrar el primer hijo sigue subiendo y ya se sitúa por encima de los 32 años, lo cual significa que muchas mujeres no se planteen tener más hijos.
Y la mortalidad se incrementaba porque aumenta el envejecimiento y crecen, por lo tanto, las muertes de los mayores de 70 años. La gente ya (casi) solo se moría de vieja antes de la maldita pandemia.
Y lo malo de esta situación es que ha empeorado con la pandemia y además puede empeorar como no se empiecen a tomar medidas serias para impedirlo. Medidas sobre todo en el ámbito de la natalidad
Algunos desacreditan estas medidas recordando el escaso efecto que tuvo el cheque-bebé de Zapatero. La verdad es que no fue muy eficaz y por ello necesitamos otras estrategias no solo económicas (que también), sino laborales y fiscales, que compongan una verdadera política de ayuda familiar.
Casi tres de cada cuatro mujeres (¡y de hombres!) de entre 18 y 55 años quieren tener, al menos, dos hijos. Si no los han concebido es por motivos laborales, económicos o de conciliación de la vida laboral y familiar.
Más niños son necesarios pues en términos demográficos ayudaría a revertir el crecimiento natural negativo y a suavizar la tasa de envejecimiento. Además desde una perspectiva económica, más niños alimentarían por la base la pirámide laboral del futuro y mitigarían el desequilibrio de las cuentas de la Seguridad Social ocasionada por las pensiones de jubilación, ya que más niños son también más potenciales cotizantes a la seguridad social.
DEMOGRÁFÍA DE LAS VÍCTIMAS DEL CORONAVIRUS
La COVID-19 ha hecho estallar una suerte de tercera guerra mundial, que es la primera en la que las personas no se matan entre sí, sino que luchan juntas contra un enemigo común que ataca con rapidez y de manera silenciosa
Aunque existe (¡y con razón!) cierta polémica sobre los datos oficiales que dan los países sobre los afectados y muertos por la pandemia, los datos a 21 de junio indican que en España había 260.000 casos confirmados(el 10 % de los existentes en Europa y casi el 3 % a nivel mundial) y en cuanto a los fallecimientos en España se han contabilizado más de 28.000 casos (el 6% de los fallecimientos mundiales).
La pandemia se ha cebado especialmente en las personas nacidas en los años previos a la guerra civil, durante ella o en los tiempos de miseria de la postguerra, ciudadanos recios, derrotados ahora en esa batalla contra un enemigo invisible, pero implacable.
Por edades, la mortalidad en España afecta sobre todo a las personas con 70 años y más (casi el 90 % de los fallecidos) y de una manera muy especial a las que tienen más de 80 años (más del 60%). No obstante, no son cifras muy alejadas de los que cada año se mueren con esas edades. En 2018 el 80% de los fallecidos tenían más de 70 años y el 40 % más de 80 años.
No sabemos a qué cifra llegarán los fallecidos reales por la pandemia, pero sí sabemos que en 2018 el conjunto de enfermedades infecciosas y parasitarias produjeron 6.400 muertes (más de 400 fueron por sida). El cáncer de próstata fue la causa de casi 6.000 muerte (entre los hombres mayoritariamente) y el de mama entre las mujeres fueron casi 7.000. La gripe estacional causó unos 6.500 fallecimientos (el 40% de ellos con más de 65 años), pero las neumonías más de 10.000, y la diabetes casi otros 10.000. Los diversos tumores se llevaron a casi 115.000 personas y las enfermedades del aparato circulatorio a 125.000. En cambio, los accidentes de tráfico solo mataron a menos de 2.000 y los suicidios fueron 3.000.
LOS ESTRAGOS DEMOGRÁFICOS DE LA COVID-19
Es pronto para hacer un balance cuantitativo ante la carencia de las cifras precisas, pero sí se pueden señalar tendencias orientadoras de los giros detectados. En esto hay guerra de cifras. Entre las que aporta el Ministerio de Sanidad (28.000 muertos) y el exceso de fallecidos sobre los del año anterior, que para el periodo entre el 1 de enero y finales de mayo ofrece el INE (44.000), hay una diferencia cercana a los 16.000 óbitos. No todos esos decesos en exceso han sido provocados por el virus, pero sí muchos, entre otras razones porque esa mayoría de defunciones extra corresponden a personas mayores de 70 años (casi el 86%), las más afectadas por el virus. Así pues, no resulta aventurado afirmar que la COVID-19 deja un panorama de cerca de 40.000 fallecimientos suplementarios.
El propio Gobierno, en un informe interno del Ministerio de Sanidad, contabiliza al menos 20.000 fallecidos por Covid o síntomas compatibles con el virus en residencias de ancianos entre los meses de marzo y mayo. La cifra contrasta con el número de muertos que actualizó el propio Ejecutivo el pasado viernes, 28.313, ya que en estos datos de los geriátricos no están incluidos los registros de territorios que también han sido especialmente golpeados por el virus, como Castilla y León.
Todos recordaremos con espanto la pandemia, pero especialmente la semana trágica del 30 de Marzo al 5 de Abril, que acumuló un 155% más de muertos que el año anterior Han fallecido personas de cualquier edad y condición, pero sobre todo gente por encima de 85 años. En cambio, por debajo de 55 se produjo un bajo número de óbitos y apenas diferencias con los registrados en años anteriores.
Evidentemente estas crueles cifras tendrán el efecto inmediato de aliviar puntualmente la tesorería de la SS ya que la inmensa mayoría de fallecidos eran pensionistas. Pero este es un efecto colateral y un espejismo pues a no ser que los malvados dioses nos castiguen con una pandemia similar cada 3 o 4 años el problema de fondo, ni siquiera con esas plagas bíblicas, estaría en camino de resolverse. Además, es de suponer, que los malvados dioses no están para desfacer los entuertos de los torpes humanos.
La otra variable del crecimiento interno es la natalidad, sobre la que solo caben pronósticos basados en la evolución previa y el sentido común. Algunos han vaticinado apresuradamente la posibilidad de un incremento fruto de una etapa de confinamiento prolongado. Pero es más probable que tengamos una acentuación de la caída derivada de las difíciles condiciones económicas a las que nos abocará la “pandemia laboral y económica” derivada de la pandemia sanitaria.
Ya pasó con la crisis de 2008, que vino acompañada por un descenso del número de nacimientos que se ha prolongado hasta la actualidad. Y esa caída no será buena en un país donde la tasa de fecundidad es ya de 1,23 hijos por mujer.
Solo podría evitar ese probable retroceso una buena política de ayuda familiar pero los problemas económicos y laborales futuros son de tal envergadura que no resulta probable la puesta en marcha de una política de este tipo en el corto plazo.
Las dos evoluciones señaladas, el incremento inicial de los fallecidos y la baja posterior de los nacimientos, acumularán sus efectos sobre el crecimiento vegetativo, condenado a una nueva disminución. En 2019 el saldo negativo fue de 57.000 personas, valor que se acentuará en 2020 por el efecto de la mortalidad y en 2021 por el de la natalidad.
La pandemia afectará también a las migraciones internacionales. Cuando se abran las fronteras a todo el mundo tampoco habrá movimientos muy numerosos por la crisis laboral inminente ya que algunas ocupaciones tradicionalmente desempeñadas por inmigrantes volverán a ser ejercidas por españoles ante la falta de mejores oportunidades, como ya ha sucedido con la recogida de ciertos productos agrarios, a la que se han incorporado personas nativas con buen nivel de cualificación. La caída de la inmigración tendrá además otra consecuencia: la reducción del número de madres de origen extranjero y una acentuación del retroceso de la natalidad a la que contribuyen pues actualmente el 20% de los nacimientos son de inmigrantes.
En resumen, la COVID-19 va a cambiar el panorama demográfico español para mal. La longevidad es un hecho positivo, una conquista social que permite a más gente vivir más años y en condiciones mejores, algo que también ha truncado la COVID-19 al llevarse a tantas personas de 80 años y más.
El Gobierno de España tiene una ardua tarea de reconstrucción por delante y medios escasos para abordarla. Pero no debe olvidar la maltrecha demografía que va a dejar el virus, y ha de aplicar algunas medidas y algunos recursos, si no queremos que los problemas de población se cronifiquen y hagan muy difícil después los intentos de revertirlos.
Una política de ayuda familiar no es de derechas ni de izquierdas. Es una auténtica política de Estado que requiere consenso, medios y continuidad.
Fuente de tablas y gráficos: La Pirenaica digital