LOS VERDADEROS PROBLEMAS LABORALES DE ESPAÑA: PRODUCTIVIDAD, COMPETITIVIDAD, TASA DE ACTIVIDAD Y CALIDAD DEL EMPLEO

LA BAJA PRODUCTIVIDAD EN ESPAÑA NO ES “CULPA” DE LOS EMPLEADOS

El crecimiento de la productividad es la variable clave para el crecimiento sostenido a medio y largo plazo y para el bienestar social.

 

La productividad es una medida económica que calcula cuántos bienes y servicios se han producido por cada factor utilizado (trabajador, capital, tiempo, tierra, etc) durante un periodo determinado.

 

Productividad = Producción obtenida / Cantidad de factor utilizado

 

La productividad laboral relaciona la producción obtenida y la cantidad de trabajo empleada. Por ejemplo, para calcular la productividad de un país podemos dividir el PIB entre el número de horas trabajadas. El resultado será cuánto se ha producido en el país, de media, por cada hora trabajada.

 

Desde el punto de vista de la productividad laboral, los sectores mejor posicionados son, por un lado, los servicios de información y comunicación (en particular, programación, consultoría y otras actividades informáticas), los servicios de investigación y desarrollo, las ramas financieras y de seguros, y las otras actividades profesionales, científicas y técnicas. Por el contrario, los sectores que presentan unos peores registros en términos de productividad laboral son, en el bloque de servicios, la hostelería y algunas actividades administrativas y de servicios auxiliares -como los servicios de mantenimiento a edificios y jardinería-, así como las actividades relacionadas con la construcción, por sus desfavorables indicadores de capital humano e innovación.

 

La variación anual de la productividad por trabajador en España acumula un descenso del 7,6% desde en el trienio de 2018 a 2020. Este es uno de los grandes factores negativos del mercado laboral español, pues la media los países de la Unión Europea fue un una bajada del 4,6% en la productividad.

El problema de la productividad en España se explica ante todo por el menor tamaño de las empresas españolas, por el retraso en la generalización de la digitalización en la actividad económica y por nuestra especialización sectorial en sectores de productividad media o baja .

 

La productividad lleva años desplomándose en España y no sabemos cómo arreglarlo. Creemos que nuestro problema es que no nos esforzamos lo suficiente, lo achacamos a nuestra cultura mediterránea, pero lo cierto es que nuestras principales industrias son el turismo o la construcción que son industrias intrínsecamente menos productivas.

 

La productividad está principalmente determinada por el qué se hace y no por el cómo se hace. La productividad no depende de la economía, es justamente al revés. La productividad sube en las crisis porque se pierden los trabajos de las industrias más improductivas, que a su vez son las menos competitivas y las que más caen. Lo contrario pasa en los ciclos económicos expansivos porque las industrias poco productivas encuentran su momento para “florecer”.

Nuestra baja productividad no se explica porque somos desorganizados, perezosos, no trabajamos ni con la suficiente intensidad ni con el suficiente foco, es decir, no depende de “trabajar más y mejor”, la pregunta correcta es ¿quiénes mejor se organizan son los más productivos o precisamente porque ya eran productivos son capaces de organizarse mejor?

 

No podemos ser más productivos, pero si podemos escoger hacer lo más productivo. Priorizar significa que unas cosas se harán antes y otras después, pero todas las tareas de una lista se harán sí o sí. Es irrelevante lo bien que gestionemos o prioricemos una lista si en ella no están las cosas realmente importantes.

 

En sectores de baja productividad, como la restauración, es frecuente encontrar desidia y trabajadores desmotivados. Esto no es algo corregible sino algo intrínseco a los sectores de baja productividad. En esas industrias, una mejora de la eficiencia no cambiará los fundamentos del negocio. La consecuencia es que será imposible alinear una mano de obra poco cualificada, mal pagada y temporal con los objetivos de la empresa.

 

En el otro lado tenemos los sectores ampliamente mecanizados o robotizados donde la productividad es alta. La joya de la corona del rendimiento es la industria del software Una mayor eficiencia genera mayores beneficios y ofrece mejores condiciones laborales que permiten alinear genuinamente a los trabajadores con la empresa, es decir, tener objetivos compartidos.

 

En esas empresas y solo cuando hemos escogido muy bien las tareas más valiosas, las de más impacto, entonces y solo entonces, puede tener sentido usar técnicas de productividad en equipo. También, en estos casos, podemos permitirnos el lujo de ser un poco ineficientes sin que apenas se note en el rendimiento. Es lo que sucede en muchas empresas del norte de Europa donde predomina una actitud relajada en el trabajo que dista mucho de la robótica eficiencia que nos habíamos imaginado.

 

Trabajar más o menos horas es un debate muy interesante. Por un lado están los amantes de la cultura del esfuerzo que creen que “deberíamos trabajar tanto como los chinos” y del otro lado tenemos a los gurús de la productividad y de la eficiencia que afirman que hay que trabajar por objetivos y no contar las horas. Pero definir buenos objetivos es imposible pues nadie se pone objetivos fáciles, la mayoría opta por objetivos más o menos ambiciosos cuya consecuencias acaban siendo, precisamente “trabajar como un chino.

Seamos francos, si trabajamos menos horas bajará la productividad. Da igual lo muy descansados e hiperfocalizados que estemos, si trabajamos menos horas inevitablemente bajará la productividad. Incluso las tareas de más alto nivel intelectual requieren de otras tareas más sencillas cuyo tiempo no es reducible ni optimizable. Revisar y editar un artículo puede llevar tanto tiempo como escribir la primera versión. La eficiencia humana tiene límites claros, no somos robots.

 

Entre los efectos negativos (burnout’ –“quemado laboral”, el “síndrome del impostor” –la poca confianza en uno mismo a la hora de llevar a cabo un trabajo-), que produce una rutina laboral se le ha añadido uno recientemente: el de la ‘dismorfia de productividad’ que sucede cuando un empleado siente que no está siendo lo suficientemente productivo, a pesar de que lo sea, y se extiende a otras esferas de su vida, produciendo sentimientos de ansiedad. El hecho de buscar ser productivos nos impulsa a hacer más pero nos priva de la capacidad para saborear cualquier éxito que podamos encontrar en el camino

 

A nivel individual y personal hay que reconsiderar la idea de productividad. Muchas veces tendemos a pensar que nada es suficiente, pero no hace falta ser los mejores en todo ni tener las exigencias muy altas, lo más importante pasa por estar satisfecho con el trabajo realizado. Y si, como es frecuente, se fracasa en algo, ello no tiene por qué invalidar todo el camino recorrido. Por otro lado, el descanso es necesariamente productivo, pues si no nos despejamos y vivimos obsesionados con la idea de cumplir todo en el menor tiempo posible, correremos el riesgo de hacerlo mal al no obtener una recompensa mental al esfuerzo invertido.

 

No hay trucos que nos permitan cambios radicales en la productividad, ni de las personas, ni de las empresas, ni de los países. Si algún día hay una mejora sustancial en la productividad de un sector como la restauración será porque se habrá sustituido los camareros y cocineros por robots. Todas las revoluciones tecnológicas han venido de incorporar tecnología que sustituye a humanos por maquinaria. El progreso nunca ha venido de pretender que los humanos seamos tan eficientes como robots. Como sociedad podemos decidir si queremos trabajar más o menos horas, pero para tener un debate serio no deberíamos engañarnos acerca de cómo funciona la productividad

 

 

COMPETITIVIDAD NO ES CONGELAR LOS SALARIOS

 

La inflación está disparada y genera un sobrecoste para las empresas superior al del resto de Europa. Sin embargo, la pérdida de poder adquisitivo de los trabajadores contrarresta este efecto

 

Uno de los grandes males que vivió España durante toda la génesis de la burbuja inmobiliaria fue la pérdida de competitividad: mientras los salarios se disparaban y el crédito inflaba la demanda interna, las empresas sufrieron una brusca caída de su competitividad. En esos años, entre 2005 y 2007, los precios subían a tasas anuales que llegaron a superar el 4% mientras que la mayor parte de la eurozona tenía la inflación controlada en el 2%. Esto implicaba una pérdida de competitividad-precio para el país de casi el 2% anual.

 

Ahora, la escalada de la inflación no se debe al rápido crecimiento de la demanda interna, de hecho, el consumo en España lleva meses bajando, sino que es consecuencia de la escalada de los precios energéticos y supone un encarecimiento de los costes de producción para las empresas.

 

Según los últimos datos de costes laborales de Eurostat en el último año los costes salariales (incluyendo cotizaciones sociales) apenas han subido un 0,9%  Por el contrario, en Alemania o Italia los salarios están subiendo más de un 2% y en Países Bajos, el alza supera el 4%. La revalorización por convenio en 2021 fue inferior al 1,5% y el año 2022 ha comenzado con una subida algo superior, del 2%, pero igualmente lejos del IPC, que ha comenzado el ejercicio con una escalada del 6%. De esta forma, los trabajadores están asumiendo una parte de esta subida de la inflación perdiendo poder adquisitivo, lo que está provocando que una buena parte de los costes los estén asumiendo directamente los trabajadores, contrarrestando así la pérdida de competitividad de las empresas. Lo que está ocurriendo es que las empresas están subiendo los precios de sus productos pero no los salarios. Esto es, están elevando sus márgenes, reequilibrando así la relación entre salarios y beneficios.

Durante los peores meses de la pandemia, los salarios llegaron a tener un peso sobre el PIB superior al 50%, una cifra nunca vista en la historia reciente. Esta proporción se redujo rápidamente en la segunda mitad de 2021 con la contención salarial y la subida de precios, hasta llevar los salarios al 46%, una cifra ya próxima al promedio de las últimas décadas. Por su parte, la recuperación del margen bruto no solo es importante para que las empresas puedan compensar las pérdidas de la pandemia, también para que tengan recursos para invertir en renovación de sus equipos y fundamental para la creación de empleo y la ganancia de competitividad.

LA TASA DE ACTIVIDAD

 

Frente a buenas noticias (incremento de las afiliaciones a la SS y el descenso de trabajadores registrados en el paro), subsisten en nuestro país indicadores alarmantemente bajos, según los estándares europeos, como es el caso de la tasa de actividad que cerró el año pasado por debajo del 60%, 16 puntos por debajo de la media tanto de la eurozona como de la UE-27.

 

La tasa de actividad es el resultado de dividir la población activa de un país, es decir el total de personas que ya trabajan o están actualmente en disposición de hacerlo, entre el conjunto de individuos que cuentan con 16 años o más. Se trata de la medida más fiable sobre la participación de los integrantes de una determinada economía en el mercado laboral y, por ello, se encuentra directamente relacionada con el potencial de avance del PIB en su conjunto.

 

Es una variable muy precisa y muy sensible a todo tipo de cambios en el entorno económico y social, y por ello durante los inicios de la pandemia (2º trimestre de 2020) alcanzó un mínimo histórico del 55,5%. Sin embargo, en el 4º trimestre de 2021 la tasa se situó en el 58,6% de acuerdo con la última EPA, un porcentaje que palidece frente a la tasa de actividad del 80% de Alemania o del 85% de Holanda e incluso por debajo de Grecia que ronda el 70% y de Italia que se encuentra en el 65%.

La comparativa demuestra que el problema de la tasa de actividad española tiene raíces muy profundas cuyo recorrido va mucho más allá de la pandemia del coronavirus. Tras registrar tres décadas consecutivas de crecimiento, gracias a fenómenos como la incorporación plena de las mujeres al mercado laboral, a mediados de 2012 la variable alcanzó un pico del 60,5%. Sin embargo, a partir de ahí, la evolución fue errática y las causas principales deben buscarse en los dos extremos del espectro demográfico español: lo mayores y los jóvenes.

 

Los jóvenes en España, desde hace décadas, tienen una incorporación inusualmente tardía al mercado de trabajo y el escenario post-Covid en el que la economía española se adentra no permite ser más optimistas, más bien al contrario ya que los datos más recientes reflejan cómo nuestro país dispone ahora de un volumen de trabajadores menores de 30 años equivalente al 50% que se registraba en el año 2007, año en el que los  jóvenes ocupados ascendía entonces a 5 millones, frente a los 2,7 millones de la actualidad.

 

No obstante, más allá de este grupo poblacional, el gran reto que afronta España, desde el punto de vista demográfico y laboral, es el rápido y constante envejecimiento de su fuerza de trabajo, agravado en los últimos años por la frecuente recurso a las prejubilaciones y a las jubilaciones anticipadas.

 

Ambos fenómenos han propiciado un adelgazamiento muy acelerado de la población activa y, con ella, de la tasa de actividad. Todos los expertos coinciden así en que resulta irrenunciable el recurso a políticas que fomenten la prolongación de la vida activa más allá de los 65 años.

LA PÉSIMA CALIDAD DE EMPLEO DE ESPAÑA

Un informe de Funcas que analiza varios indicadores concluye que su nivel está diez puntos por debajo de la media europea y un 20% retrasado respecto a Finlandia, el país más avanzado

Tradicionalmente, se tiende a considerar la temporalidad casi como el único indicador para determinar la baja calidad del empleo. Y aunque es un factor que pesa mucho a la hora de establecerla, no es el único. La Universidad de Salamanca y la Comisión Europea, han aplicado una perspectiva multidimensional para analizar la calidad del empleo en España y su posición en relación con otros países europeos y la conclusión es bastante contundente: sólo Grecia tiene un índice de calidad del empleo peor que el español de los quince países analizados en la muestra.

 

El artículo titulado “Modelo productivo, empleo y calidad del empleo. Claves de un futuro pospandémico”, mide la calidad del empleo a partir de cuatro dimensiones: la calidad intrínseca del trabajo, la calidad del empleo, los riesgos laborales y las características relativas al tiempo de trabajo y su flexibilidad. Estos cuatro factores se complementarían con una quinta dimensión, no incluida en este análisis, que recogería el salario. En todas ellas, según el informe, España se sitúa por debajo de la media de los países analizados, y el Índice de Calidad del Empleo (ICE) de España, es de 91, casi diez puntos inferior a la media de la UE-15 y 17,6 puntos inferior al del país con el indicador más elevado, Finlandia.

 

España tendrá que acometer la necesaria transformación de un modelo productivo que no ha sido capaz de recortar la brecha en productividad existente respecto a los principales de la Unión EuropeaPor ejemplo, en las cuatro últimas décadas España no ha sido capaz de reducir la distancia en productividad que tenía con Francia en 1980, al contrario, ya que la diferencia de alrededor del 30% que se registraba en 1980 se amplió hasta el 50% durante la Gran Recesión, para volver a los niveles de partida en 2020.

España, según el análisis, no ha sabido aprovechar los años de bonanza económica para mejorar en términos de productividad. Los ejercicios en los que mejor se ha comportado el empleo, entre mediados de la década de 1990 y hasta la Gran Recesión, son años en los que la productividad aparente del trabajo prácticamente no varia. Años en los que el empleo crecía al mismo ritmo que la producción, lo que significa que la productividad permanecía congelada.

 

El estancamiento de la productividad en España no implica, según advierten, que durante ese periodo no se produjeran ganancias en este terreno. Lo que ha sucedido es que las ganancias de productividad en algunos sectores se vieron acompañadas de un aumento de la importancia relativa de otros sectores con menor productividad, neutralizando en el cómputo global el crecimiento de esta. Este comportamiento de los diferentes sectores productivos implica según el trabajo que “el cambio en el modelo productivo deberá hacerse compaginando el mantenimiento del peso, al menos en términos de empleo, de aquellos sectores del sector servicios con mayor capacidad de creación de empleo, entre los que estaría el turismo; pero también las actividades de provisión de servicios propias del Estado de bienestar, con el apoyo de aquellos sectores de alta productividad y crecimiento futuro de demanda, muy probablemente mediante la recuperación de medidas de la denostada política industrial”.

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