Yolanda Díaz se ha soltado la coleta como si quisiera emular al tabernero de Lavapiés con una propuesta que supone una rotunda involución de la gobernanza societaria siguiendo el modelo existente hace cuarenta años en las compañías estatales del Instituto Nacional de Industria (INI) y los sindicatos verticales.
Pablo Iglesias y su legado siguen vivos y ‘coleteando’ en la memoria doctrinal con que Yolanda Díaz trata de mantener los últimos adeptos que le van quedando. En su crepúsculo político como primera dama del comunismo anacrónico ha tenido ahora la ocurrencia de plantear ante el Congreso de los Diputados una proposición no de ley (PNL) para que los dirigentes sindicales se incorporen a los consejos de administración de los grandes grupos corporativos del país.
La ministra de Trabajo lo justifica en la necesidad de impulsar la representatividad de las pymes en el marco de la negociación colectiva. Parece haber olvidado el papel institucional de toda la vida que ejerce Cepyme como asociación matriz del amplio segmento industrial que representan las pequeñas y medianas empresas, pues de lo que se trata es de catapultar a los nuevos movimientos empresariales a partir de la flamante Conpymes, patrocinada por la progresía dirigente con la inestimable colaboración de esa gran maestra de ceremonias que ha resultado ser la mujer del presidente, Begoña Gómez.
La dispersión de los agentes sociales en el seno de la Comisión Consultiva Nacional de Convenios Colectivos se inscribe claramente dentro de esa estrategia del ‘divide y vencerás’ que tantos réditos políticos ha propiciado al actual inquilino de La Moncloa. Pedro Sánchez ha concedido una vez más rienda suelta a su aliada comunista para que abandere como a ella le gusta una iniciativa bajo la que subyace un serio desafío a los grandes grupos empresariales del país.
Sin embargo el líder socialista no descarta que su vicepresidenta se pase de frenada, lo que reforzaría también los anhelos que animan a buena parte del PSOE por descabalgar de su montura a tan irritante compañera de viaje. Tras la ruptura cainita con Podemos y con los resultados cosechados por el artificio de Sumar en Galicia (ningún diputado) y en el País Vasco (un diputado), en espera de lo que suceda en Cataluña y en las lecciones europeas, parece que se diluye la tramoya de Sumar levantada en medio de la nada a mayor gloria de Yolanda Díaz.
A Pedro Sánchez le va a faltar tiempo para buscar algún otro consorte encargado de recoger los despojos que se acumulan tras la herencia mancomunada de Unidas Podemos. El ministro de Cultura, Ernest Urtasun parece el mejor colocado para actuar como puntual antagonista de Yolanda Díaz y como segunda opción figura también Mónica García, titular de Sanidad, cuya carrera está abonada por un factor muy valorado por el presidente del Gobierno al tratarse de una de las más beligerantes luchadoras en el combate cuerpo a cuerpo político contra Isabel Díaz Ayuso. Ninguno de los dos está maleado todavía por la refriega que late dentro del Gobierno de coalición, de manera que ambos son perfectamente válidos si se presenta la oportunidad de abrir la jaula de grillos que chicharrea a la izquierda del sanchismo.
Sánchez sabe bien cómo manejarse en estas labores pero conoce igualmente el escaso recorrido que tienen las llamadas PNL en el Parlamento y se ha situado de perfil pues en el juego de la política estas escaramuzas solo sirven para demostrar la debilidad de cada cual.
La fundadora de Sumar trata de meterse hasta la cocina de las grandes empresas y aprovecha antes del cataclismo electoral completo para dar sus últimos coletazos como lugarteniente de Pedro Sánchez.