IZQUIERDAS Y DERECHAS: LA DEGRADACIÓN POLÍTICA Y EL ORDEN SOCIAL

 

Se requiere una mayoría amplia que sume lo mejor de la derecha con lo mejor de la izquierda ¿Seremos capaces?

 

El origen de “la izquierda y la derecha”

En la Asamblea Constituyente de Francia de 1789 se hacía la pregunta más revolucionaria de la época: darle continuidad a la decadente monarquía o ponerle fin. Los franceses se enfrascaron en su Revolución, el proceso que puso fin al poder absoluto de la monarquía y de la Iglesia, cuestionado por los burgueses que emergieron como nueva fuerza política. Y así inició una transformación social y económica que tuvo un profundo impacto en el orden político y cuya influencia llegó hasta hoy en todo el mundo. De ese convulso periodo surgieron los nombres de las dos principales tendencias políticas que han regido el mundo desde entonces: la izquierda y la derecha. Y en esta definición tan dicotómica y contrapuesta desde su propio origen, tuvieron que ver unas sillas.

 

Cuenta la historia que el debate desatado en la asamblea, integrada tanto por seguidores de la Corona como por revolucionarios interesados en tumbarla, era tan acalorado y pasional que los contrincantes se terminaron ubicando estratégicamente en la sala según sus afinidades.

 

De un lado, en las sillas ubicadas a la derecha del presidente del organismo, se sentó el grupo más conservador, eran los leales a la Corona, quienes querían contener la Revolución y que el rey conservara el poder y el derecho al veto absoluto sobre toda ley. Eran partidarios de que en Francia se instalara una monarquía constitucional, es decir, un rey poderoso con un Parlamento que dependiera en gran medida de su figura. Del otro lado, en las sillas de la izquierda, se comenzaron a reunir los revolucionarios que tenían una visión opuesta. Eran los más progresistas de la sala, los que pedían un cambio de orden radical y el fin del poder absoluto del monarca.

 

 

Pero más allá de aquella jornada, los asambleístas siguieron ubicándose en la sala por afinidades. Y la dicotomía no tardó en colarse en el lenguaje político, por su simpleza ya que los términos la derecha y la izquierda son puntos de referencia simples. Durante una buena parte del siglo XIX, los términos izquierda y derecha fueron únicamente usados por políticos. Esta dicotomía, y en el siglo XX se manifestó hacia lo económico, con la derecha a favor de un mercado liberal y la izquierda por uno regulado.

 

La popularización de los términos izquierda y derecha estuvo ligada a la politización progresiva de los individuos y a la elevación del nivel educativo de las sociedades desarrolladas. Y más allá de los nombres de las tendencias, se extendió esa noción de la política como una oposición de fuerzas, en blanco y negro, en lugar de ese espectro diverso que en realidad es. Más de dos siglos después del surgimiento de la izquierda y la derecha, el espectro político lo compone una gama de grises en la que, como suele quedar patente en las encuestas, se sitúa la mayoría de la gente y se observa una especie de pirámide que tiene su cima en la posición central y después desciende hacia los extremos, donde se ubican muchas menos personas.

 

Aunque la pareja de opuestos más universal es la de izquierda vs. derecha, bajo la misma lógica existen también progresista vs. reaccionario, conservador vs. liberal o demócrata vs. republicano.

Ahora, ya en el siglo XXI, la política se está viviendo como una suerte de evento deportivo y la ideología ha quedado a un lado para dar paso a otra categoría, la de los ganadores y perdedores.

 

No se trata de políticas, se trata de ‘vamos a ser los ganadores o vamos a ser los perdedores’. El electorado está mucho más entusiasmado con qué equipo es el que va ganando, como si estuvieran viendo un partido». Esa polarización, aunque ahora se hace más evidente, lleva cuatro décadas gestándose.

 

Así, más de 230 años después, la polarización termina por recordar a ese escenario dicotómico, de polos opuestos en el que estalló la Revolución francesa que puso en tela de juicio la jerarquía social de la época, dividiendo a la sala entre aquellos que decidieron sentarse a la izquierda y los que se inclinaron por las sillas de la derecha.

 

La España de 2024

La Transición democrática, a finales de los setenta del siglo XX, fue una oportunidad de oro para revertir dos siglos de decadencia, pero seguimos anclados en el círculo vicioso del deterioro: los principios y valores de la vigente Constitución van cayendo en picado.

 

España se fue encogiendo para regocijo de sus enemigos internos y externos y pese a tantos esfuerzos no salimos del pozo autodestructivo, sino que seguimos cavando más hondo. Nuestra historia contemporánea nos enseña el dañino efecto de la división, corrupción y falsedad: revoluciones, golpes de Estado, dictaduras, guerras civiles, separatismos, fracasos constitucionales…

 

 

No remontaremos hasta volver a lo básico: verdad, unidad, honestidad, laboriosidad, responsabilidad por los propios actos. Estos valores afectan por igual a los poderes públicos y a los ciudadanos. La salud social tiene que ver con la extensión y grado de estos valores en amplios sectores sociales y políticos. No es otra cosa objetiva que la calidad del capital humano como principal activo social. Nutre los tres engranajes del desarrollo: político, económico y cultural, ahora en situación de grave avería como podemos ver.

 

En España, la degradación política está a la vista de todos: un gobierno corrupto (caso Sánchez-Koldo-Ábalos-Armengol-Aldama-Gómez…con autorías distintas) en minoría sustentado por la suma de los enemigos de la Nación -comunistas y separatistas, como en los funestos años 30 del siglo XX- sin más legalidad que la inicial de la investidura forzada, condicionada hasta lo que dure por el chantaje permanente de minorías extractivas. Así, Sánchez no tiene condiciones de legitimidad para el ejercicio del poder democrático, pues no es suficiente la legitimidad inicial.  Sólo tiene la personal voluntad de poder sin justificación sociopolítica, pues no sirve ni puede servir, aunque quiera, a los intereses generales. El perfil del personaje Sánchez, pese a la imagen atildada y la propaganda, está al descubierto, ya no cuela. The Economist lo define así: “estratega astuto (wily) y despiadado (ruthless) al alto coste para la calidad de la democracia española y sus instituciones”.

 

Seamos conscientes: España está gobernada por un poder ilegítimo. Algunos autores lo denominan pseudo democracia; otros, tiranía. Transmite a la sociedad que la voluntad de poder prevalece sobre la honestidad.

 

Empobrecimiento económico

El deterioro de la economía es incuestionable, pese a la propaganda con el crecimiento del PIB, gracias al turismo y a los recursos europeos. De hecho, somos el último país de la UE en crecimiento de la renta per cápita en el periodo 2017-2021, con un ínfimo crecimiento de 490 €, y entre 2004 y 2023 hemos retrocedido un 25% con relación a Alemania y un 40% con EE. UU.

 

La tasa de productividad laboral por hora trabajada está situada en 16,5 puntos por debajo de la media de la eurozona. Las ratios de déficit público y deuda respecto al PIB de los más altos. España ha perdido, entre 2022 y 2023, 197.000 empresas. Los impuestos altos y la inseguridad jurídica alejan a los inversores…

 

La comprensión global de estos hechos pone en evidencia el empobrecimiento social:  se agudiza la distancia entre el crecimiento de los costes reales de los bienes y la insuficiente renta disponible de la mayoría de los ciudadanos. Esta realidad se traduce en dependencias que obligan a vivir de crédito para llegar a fin de mes, incapacidad para independizarse de los jóvenes, adquirir una vivienda o incluso pagar un alquiler.

 

España acabó el año 2023 con un porcentaje del 20,2% de su población en riesgo de pobreza (9.567.000 personas) con especial impacto entre los jóvenes. Una sociedad dependiente y empobrecida, ese es el modelo socioeconómico del progresismo militante.

 

Empobrecimiento sociocultural

El desgaste de la calidad guarda relación con los valores familiares, las altas expectativas de desarrollo personal para la construcción del proyecto vital a través del esfuerzo, la laboriosidad y competencia económica, la educación excelente, la civilidad responsable, el profesionalismo (mérito y capacidad) en todas las áreas de la actividad ciudadana, la unión nacional, la cultura política anclada en el Estado de derecho, el control institucional del poder, la responsabilidad por acciones y omisiones frente a privilegios e impunidad, la comunicación veraz… Todas estas variables están en jaque continuo en el devenir social; su evolución da cuenta de cómo es el capital humano de una sociedad  y su influencia en la vida personal, social y productiva.

 

Es a la vez una causa y un efecto, es decir, una sociedad con altas expectativas y responsabilidad cívica no permitiría la degradación política y económica a la que estamos sometidos, cuyo efecto negativo va degradando las condiciones de vida de los ciudadanos; nos hace peores. Crece el tejido social de dependencias e identidades sectarias, de liderazgos tóxicos, la impunidad medra, la falsedad es moneda corriente, la criminalidad crece: agresiones sexuales, 11,6%; lesiones y riñas tumultuarias, 9,8%; cibercrímenes, 13,5% (Ministerio del Interior. Evolución primer trimestre 2024 comparado con el de 2023).

 

Lo mejor de la izquierda (“progresistas”) y de la derecha (“conservadores”)

En consecuencia, los engranajes del desarrollo de la sociedad están gripados. La cuestión es si subsiste todavía suficiente músculo sociocultural, esto es, calidad ciudadana para revertir la situación. No se trata sólo de cambiar este Gobierno lo antes posible.

 

Urge un poder político con base social sin tregua para los valores de calidad sociocultural citados y desarrollo socioeconómico (libertad, unidad del sistema económico, seguridad jurídica). Un gobierno realmente democrático que restaure el orden constituido con cambios constitucionales y legales, como por ejemplo: cerrar con sentido el Estado autonómico que da combustible a los separatistas, independencia real de la justicia y la fiscalía, separar los poderes legislativo y ejecutivo, suprimir el politizado Tribunal Constitucional; su función garantista del orden constituido lo debe hacer una sala constitucional del Tribunal Supremo según principios de mérito, profesionalismo e independencia.

 

Estos cambios pueden ser impulsados desde un gobierno de izquierda socialdemócrata o de derecha liberal, pero en cualquier caso se requiere una mayoría amplia que sume lo mejor de la derecha con lo mejor de la izquierda. Otras naciones lo han hecho aunque se requiere un esfuerzo adicional mayor para vencer la inercia en seguir el declive de la degradación al que nos han condenado los últimos gobiernos.

0 0 votes
Article Rating
Suscribirme
Notificarme de
guest
0 Comments
Recientes
Antiguos Más Votado
Inline Feedbacks
View all comments