Felipe González en 1982 llegó a la Moncloa afirmando que su objetivo era hacer que España funcionase. Si por algo se ha caracterizado este gobierno es por el hecho de estar incapacitado para la gestión, para gobernar y, por lo tanto, para conseguir que España funcione.
Este gobierno no sirve para moverse en un sistema democrático. Está hecho para la representación, para el relato, para el postureo, pero no para la gestión
Nada de lo que hace este Gobierno es inocuo. Es la raíz para imponer un argumento asambleario que sustituya a la auténtica soberanía nacional por otra soberanía, una soberanía popular de ficción.
La cuestión no es ya de que esté Sánchez o no, es que el Estado ha demostrado una vulnerabilidad extrema a la hora de frenar a un ambicioso narcisista.
El muro de Sánchez sigue creciendo
No podremos decir que no nos lo advirtió. Dijo que era posible gobernar sin el Parlamento y es sencillamente lo que está haciendo
Sánchez se presenta en el Congreso a debatir el aumento de 10.000 millones más en gasto militar, dedica 157 minutos a justificar por qué a España se le han fundido los plomos culpando a cualquiera menos a su Gobierno, y termina hablando del Prestige, el Yak 42, el 11-M y una Dana con la que se ha hecho un Pilatos lavándose las manos de cualquier responsabilidad.
Esta legislatura consiste en insultar la inteligencia del ciudadano sin que lo parezca. A cada desguace, un culpable. A cada tren averiado, un sabotaje.
Lo grave no es que este Gobierno se haya convertido en un fraude de ley, sino que además se jacte de la anomalía democrática de cancelar a todo un Parlamento. Sánchez ha consagrado la España por decreto, y cree que para justificar su desprecio por la legalidad basta y sobra con elogiar la paciencia ejemplar de los españoles ante cada socavón de su gestión.
En España ha dejado de legislarse y el gobierno se maneja a empellones de simulaciones con apariencia de normalidad. El Congreso se ha convertido en un escaparate para exhibicionistas donde los ministros y los diputados autómatas aplauden de forma mecánica, enamorados del amado
Se debatió una propuesta presupuestaria sobre seguridad nacional que debió votarse y no se votó porque ahora en el Parlamento solo se vota si Sánchez va a ganar. Y por el contrario, se ha aprobado sometere a votación, en un simulacro de referéndum popular sin garantías, para opinar sobre una OPA entre dos compañías privadas. Estamos ante la evidencia de que es el Gobierno quien decide qué se vota o qué no, independientemente de lo que establezca la Constitución. Somos más pobres, pagamos más impuestos sin reversión en la mejora de los servicios públicos, pero siempre salimos más fuertes. Es grande la cosa.
Las claves esenciales de este populismo asambleario es la sustitución progresiva del Parlamento por un Tribunal Constitucional que usurpa las funciones jurisdiccionales del Tribunal Supremo, y, en segundo lugar, es la sustitución del principio de legalidad por un simplismo populista alegal.
El populismo, que es antipolítica, ha erosionado las instituciones, debilitado la democracia y deteriorado la convivencia. No hay un populismo bueno y otro malo pues comparten el mismo lema, la misma falsedad: la democracia está por encima de la ley. La democracia deliberativa o asamblearia, que algunos llamaban democracia real, es un espantajo que consiste en eliminar, supeditar o desprestigiar a los órganos intermedios, especializados y de control del Ejecutivo, incluidos el Parlamento y el Poder Judicial.
A mayor gloria de Sánchez
Sánchez proclama que lo importante no es la caída, sino la capacidad para levantarse. Para Sánchez lo relevante no es el apagón, sino la celeridad con la que el Gobierno ha recuperado la normalidad. Lo importante no era que toda la península ibérica se fuese a negro, sino por la diligencia mostrada por el Gobierno a la hora de conseguir reparar el suministro en 24 horas. Es un momento de orgullo, de alegría, de estar felices con nuestro país y con su Gobierno.
El apagón ha tenido que suceder para que se mostrase el poder del Gobierno de Sánchez. Eso es lo que se deduce de las encuestas del CIS, ya que, en los días posteriores, el PSOE incrementó la diferencia electoral con el PP a siete puntos. Nos tememos la consecuente tentación de provocar otro nuevo descalabro eléctrico para que brille aún más la competencia y la habilidad del Gobierno, y así el PSOE pudiese obtener mayoría absoluta.
Las continuas averías y reveses ferroviarios deben de tener también como finalidad que se manifieste la diligencia de Renfe, del Adif, y del Ministerio de Transportes a la hora de reponer el tráfico. El día 5 por la mañana, en pleno caos en los trayectos entre Madrid y el Sur que habían comenzado el día anterior, los retrasos continuaron muchas horas después. Al día siguiente le tocó el turno entre otras líneas a la de Madrid-Barcelona.
El Gobierno de Sánchez no es operativo, no sirve para moverse en un sistema democrático. Está hecho para la representación, para el relato, para el postureo, pero no para la gestión. Gobernar eficazmente resulta imposible cuando hay que atender a los intereses dispares de grupos tan heterogéneos como los que componen la alianza de la investidura, y que tienen como única argamasa la permanencia en el poder, aunque para ello haya que menoscabar el Estado de derecho.
La gestión resulta inviable cuando se persigue, ante todo, la colonización de las instituciones y cuando en el nombramiento de cargos y puestos públicos, que deberían ser técnicos y neutrales, se prima la fidelidad al líder por encima de la competencia y del conocimiento. Es quimérico que el Gobierno funcione, que la Administración funcione y, en definitiva, que España funcione.
El gobierno compensa su incapacidad para gobernar y para la gestión con la representación y con un relato victimista que tiene como fondo culpar a todo el mundo de los fracasos, y apuntarse, aunque no sea suyo, el tanto de la solución. En los desastres siempre buscan un enemigo exterior al que responsabilizar.
¿Pero hay una alternativa a Sánchez?
La sensación que tenemos del desastre del actual Gobierno es el vacío más desesperanzador. Ya estamos vacunados de tanta manifestación «exigiendo» la dimisión de Sánchez pues él no se va a ir por mucho que le escriba “cartas a la ciudadanía” y no se va a ir por mucha gente que salga a la calle y grite pues él lo considera un antisanchismo de salón. A estas alturas ya sabemos quién es Sánchez y tenemos identificada la política autoritaria que nos aleja de la democracia liberal (¿hay otra?). Conocemos de sobra el chantaje de sus vampiros parlamentarios. Y sufrimos su nefasta gestión de lo público, tanto como la arrogancia de su persona y siervos. Ya basta de páginas y páginas diciendo lo terrible que es el presidente del Gobierno, es inevitable, y está bien, pero hace falta algo más pues de seguir todo así en una generación esto se acabó.
Es preciso a que haya leyes que separen el Estado del Gobierno por dos motivos. El primero es evitar la colonización de la administración y de las empresas públicas por gente del partido gobernante pues con la legislación existente, un presidente sin escrúpulos puede llenar lo público con sus acólitos para poner esos organismos a su servicio (REE, RTVE, Correos, INE, CIS, Renfe, Adif, Tribunal Constitucional, Fiscal General del Estado, …) y así los entes estatales están actualmente dirigidos por personas que quieren agradar a Sánchez, no servir a los españoles, por lo que el servicio se degrada. Actualmente el Gobierno tiene todo un ejército de incondicionales bienpagados: hay 22 ministros, 36 Secretarios de Estado y más de 1.500 altos cargos y asesores El segundo motivo es impedir que un gobernante ponga al Estado a trabajar para respaldar sus maniobras autoritarias o que oculten información o la tergiversen (pandemia de Covid, la DANA de Valencia, el apagón del 28 de abril, el borrado de los ERE y a la amnistía a los golpistas).
Los nacionalistas alimentan a un gobernante autoritario para conseguir la ruptura del Estado, y Sánchez nutre a esos rupturistas con tal de seguir en el cargo. Así, el sistema pierde su sentido porque fortalece a unos independentistas a los que no les importa que España caiga en una tiranía si con ello consiguen la separación. No se puede discutir que hoy Cataluña y País Vasco están más separadas del resto de España que nunca, y que esa distancia es gracias a Sánchez.