EL SANCHISMO SALE DERROTADO PERO NO DEROGADO PEDRO SÁNCHEZ Y LA ENÉSIMA PÁGINA DE SU MANUAL DE RESISTENCIA, PERO SU FUTURO EN EL PSOE SIGUE ABIERTO

La cainita sucesión de Pedro Sánchez  al frente del PSOE

 

Dentro del PSOE, todos, sanchistas y antisanchistas, intuyen que pase lo que pase la sucesión de Sánchez como secretario general será de todo menos pacífica,. Los antisanchistas suspiraban porque, aún cuando el PP les desalojase del poder, la caída en votos y diputados fuese tal que obligase a la marcha del líder socialista de forma más o menos inmediata.

 

El PSOE contiene la respiración pues los resultados son demasiado abiertos y una segunda debacle en tan solo dos meses, esta vez con el desalojo de La Moncloa en juego, abre inevitablemente el debate sobre la sucesión de Pedro Sánchez al frente del partido; un adiós que promete no ser pacífico a tenor de lo ocurrido el uno de octubre de 2016, cuando el Comité Federal le obligó a dimitir, precisamente, ante un escenario similar al que ahora amenaza con repetirse: la hipótesis de una abstención socialista para facilitar la investidura de Alberto Núñez Feijóo.

 

De todos los barones del PSOE que protagonizaron aquel suceso traumático hace siete años sólo queda en el poder el presidente del Gobierno y el presidente de Castilla-La Mancha, Emiliano García-Page, recién reelegido con el 41% de los votos el 28 de mayo. Una rara avis en medio de la pérdida generalizada de poder municipal y autonómico del PSOE, que ahora solo gobierna esa comunidad, Asturias y Navarra.

 

 

Quienes acompañaron a Page en el motín contra el secretario general por su ya famoso No es no a la investidura de Rajoy y por su propensión a pactar con Podemos, ERC y Bildu -lo cual finalmente llevó a cabo en la posterior moción de censura (2018)- están fuera de la primera línea o a punto de dejarla, aunque todavía conserven el liderazgo orgánico en sus federaciones; es el caso del valenciano Ximo Puig, el aragonés Javier Lambán, o el extremeño Guillermo Fernández Vara.

 

Otros, como la ex presidenta andaluza Susana Díaz o el asturiano Javier Fernández, ex presidente del principado y presidente de la gestora que se formó tras el cese de Pedro Sánchez, llevan años fuera de foco. Y los hay que, como José Luis Rodríguez Zapatero, se reciclaron hasta convertirse en fieles apoyos de Sánchez o pasaron a un más que discreto segundo plano con esporádicas intervenciones casi siempre para mostrar distanciamiento con el hoy secretario general y la deriva “populista” a la que ha llevado al PSOE, caso de Felipe González.

 

Por contra, el equipo del presidente del Gobierno suspiraban por el milagro de “la remontada”, porque la caída no fuese tanta -mantenerse en cien escaños se ha convertido en la barrera sicológica de una derrota dulce-, lo cual permitiría a Sánchez mantenerse en la Secretaría General hasta el próximo 41 Congreso Federal del PSOE y controlar su sucesión; algo similar a lo que hizo Felipe González en 1996 cuando, contra todo pronóstico, perdió por solo quince escaños (141 frente a 156 del PP) y eso le permitió seguir un año más, hasta que cedió el testigo a Joaquín Almunia.

 

Conforme han ido pasando las semanas tras el shock del 28M, y Sánchez ha ido poniéndose en modo épico de la mano de un socio inesperado, José Luis Rodríguez Zapatero, el antisanchismo ha perdido la esperanza de una salida pronta y fácil.

 

Y no solo eso, los críticos al actual ofícialismo empiezan a hacerse a la idea de que el inquilino de La Moncloa va a querer poner ya en marcha los mecanismos de sucesión, pero no la suya… la de los Lambán en Aragón, Puig en la Comunidad Valenciana, Fernández Vara en Extremadura y, sobre todo, Juan Espadas en Andalucía. El objetivo es claro: dejarlo todo bien atado con el fin de que su sucesor en la Secretaría General, sanchista por supuesto, tenga pocos problemas

 

Y puede ser ahí, en la legitimidad orgánica para hacer cambios de un Sánchez derrotado en las urnas, donde se desaten las primeras hostilidades. Si los barones caídos ven a un Sánchez también caído y a los suyos en Ferraz maniobrar, no van a quedarse quietos: forzarán su dimisión, la Constitución de una gestora provisional -presidida por alguien bien visto en ambos bandos como Fernández Vara- que organice un congreso federal extraordinario.

 

Ya se están tanteando con ocasión de una primera y soterrada escaramuza a cuenta de esa hipotética abstención del PSOE en la investidura de Feijoo: fue escribir Felipe González un artículo en Nueva Revista abogando por pactos de “centralidad” y pidiendo que, antes que admitir un bloqueo, se deje gobernar a la lista más votada -todos los sondeos apuntan a que será la de Feijóo- y Zapatero mostró inmediatamente su desacuerdo.

 

Es más, preguntado García Page por la cuestión, respondió tajante “lo que decida la militancia”. Y es que, llegado el caso después de que el PSOE se planteara la hipótesis remota de abstenerse en la investidura de Feijóo, lo decidirían -previsiblemente lo rechazarían- los 140.000 militantes en una consulta, no los barones y ni los 250 miembros del Comité Federal, como ocurrió en 2016. Para eso cambió Sánchez los estatutos en el 39 Congreso (2017), ocho meses después de aquel traumático Comité Federal que le echó.

 

Todos saben, no obstante, que el de la abstención es un debate de salón, y que lo que se dirime de forma implícita es la fuerza de dos posiciones sobre el futuro del partido: una, la de la vieja guardia, agrupada en el colectivo Fernando de los Ríos -muy activo en los últimos meses contra Pedro Sánchez-, los barones críticos y la militancia menos sanchista, que aspira a volver a un PSOE “hegemónico” en la izquierda, con el 35/40% de los votos como el que conserva Page en Castilla-La Mancha.

 

No se conforman con ser el “primer partido de la izquierda”, obligado a pactar ayer con IU y Podemos, hoy con Sumar, siempre con toda clase de independentismos, “hasta haber perdido la esencia”, que creen que ha ocurrido con Sánchez; enfrente, el sanchismo, que rechaza rotundamente volver a ese partido de “mesa camilla” donde todo, incluidos los pactos y votaciones de investidura, se decidían “entre cuatro” y a espaldas de los afiliados.

 

Los que esperan ver pasar el «cadáver» de Pedro Sánchez comparten una visión muy pesimista sobre la travesía en el desierto que tendrá que afrontar el PSOE después de las generales. Si pierde La Moncloa, el partido se encontrará desnudo de poder territorial, ya que en las autonómicas y municipales lo han perdido prácticamente todo. Casi no hay precedente del erial, que solo tendrá como punto de apoyo la fuerza del grupo parlamentario en el Congreso, controlado por el «sanchismo».

 

Lo que sí tienen claro ambas partes es que el fantasma de otro uno de octubre de 2016 en el Comité Federal no debe volver a repetirse. El propio García Page, la bestia negra para el sanchismo durante todos estos años, dejaba caer hace unos meses en una entrevista con el diario El Mundo el siguiente aviso a navegantes: “No me preocupa el debate sucesorio, me abruma el abismo” de un PSOE sin alternativas a Sánchez. Y añadía que el partido en su conjunto no puede cometer los mismos errores de 2016.

 

 

 

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