Los pensionistas salen a la calle a reivindicar sus pensiones, pero también las jubilaciones de sus hijos y de sus nietos.
Cuando la pirámide de población se invierte, mengua la base de trabajadores y crece la de beneficiarios de pensiones, que cobran de los recursos detraídos a los trabajadores. Rumbo de colisión de manual que ningún político ha querido virar, por lo impopular que resultan las soluciones aplicables.
Las clases medias, que son las que aguantan la mayor carga tributaria, difícilmente van a poder asumir una factura de esta magnitud, que además crecerá con los años. Y acudir a los mercados financieros para endeudarnos, además de no ser una buena idea, ya que al final se devuelve la deuda con intereses, es complicado en un país con un 100% del PIB de deuda pública.
Si los problemas económicos ya de por sí son suficiente motivo de alarma pensionista, la falta de credibilidad de los gestores políticos aumenta la inquietud.
En cuanto a la necesidad de ahorrar para el futuro, es algo a tener siempre en mente. Invertir nuestro dinero para obtener una rentabilidad futura que supere la inflación debería ser una de las actividades habituales del ciudadano medio. Las dificultades para llegar a fin de mes de muchos colectivos son un argumento válido, pero no una excusa para no intentarlo. A la falta de cultura financiera, se le une un personal de banca poco preparado e incentivado para ayudar a sus clientes en esta tarea. Los planes de pensiones, principal vehículo de ahorro a largo plazo, tienen incentivos fiscales perversos, ya que lo que se ahorra durante las aportaciones se paga y con creces al jubilarse.
Las soluciones puestas en la mesa para tapar las fugas de agua pasan por alargar la edad de la jubilación, reducir el importe medio de las pensiones o sufragar las pensiones mediante impuestos. Por otro lado, es necesario crear más empleo y mejor retribuido. Una apertura inteligente (y humana) de las fronteras también añadiría sangre fresca a las venas económicas.
La alarma pensionista está más que justificada. Pero no nos equivoquemos de batalla: antes de pedir aumentos de las pensiones, reclamemos una reforma que haga sostenible el sistema. Las pensiones de los actuales pensionistas están aseguradas, pero sin reformas valientes y sabias, en el futuro serán pensiones de miseria.
No obstante, “Al que más tiene más se le dará, y al que no tiene aun lo que tiene se le quitará” (Marcos 4:25). La expresión, que forma parte de la parábola de las semillas, fue claramente explicada por Jesucristo a sus discípulos. Pretendía explicar que solo florece y se multiplica la semilla sembrada en tierra adecuada, pero parece que está siendo interpretada al pie de la letra por algunos colectivos como los de jubilados o en expectativa de jubilación que exigen que los menos tienen, los trabajadores en activo, les subvencionen cada año más.
La pensión media es del orden de los 20.000 euros anuales, mientras que la mediana de sueldos es de 18.000. El sueldo medio es de 23.500, pero aquí se incluyen los desmesurados ingresos de altos ejecutivos. Pues como al que más tiene hay que darle más, ¡TODO ESTÁ EN ORDEN!