La tasa de conversión se desploma del 12% al 5% en tres años
Tres años después de la entrada en vigor de la reforma laboral, la firma de contratos indefinidos se ha multiplicado casi por cinco, mientras la de temporales ha caído a menos de la mitad respecto a la media de los años anteriores a la norma. Pero el éxito de la nueva legislación no parece haberse extendido a uno de los mayores problemas del mercado de trabajo: la conversión de temporales a indefinidos. Los últimos datos del Servicio Público de Empleo Estatal (SEPE) confirman que apenas un 5% de los eventuales ha logrado dar ese paso, pese a que la norma reforzó las condiciones para ello. Sin embargo, las empresas españolas parecen seguir sin darse por aludidas.
¿Se puede hablar de ‘fracaso’ de la ley en este ámbito? En principio los datos parecen contundentes. En los diez primeros meses de 2024 se han firmado 7,4 millones de contratos temporales y 5,13 millones de indefinidos iniciales, pero solo 370.186 conversiones. Son poco más de la mitad de las registradas en el mismo periodo de 2019, último año comparable antes de la pandemia, cuando se anotaron 707.172. Mientras tanto, las prórrogas de temporales alcanzan las 931.621, aunque hace cinco años superaban los 2 millones.
Evidentemente, la clave de esta evolución está en el desplome de los empleos eventuales. Hasta octubre de 2019 se habían registrado 17,2 millones de estos contratos, más del doble que los niveles actuales. Apenas un 9,7% de los contratos (sumando iniciales y conversiones) eran fijos: hoy superan el 42%. Pero esto no significa que la posibilidad de pasar de un empleo temporal a estable haya aumentado sustancialmente. Es decir, el primero sigue muy lejos de ser una puerta hacia el segundo.
El 4,98% de los temporales firmados en 2024 se han convertido en indefinidos, según los datos del Servicio Público de Empleos Estatal (SEPE). En 2019 eran el 4,12%. Teniendo en cuenta el fuerte desplome de los primeros y el espectacular repunte de los segundos que se firman con carácter inicial, la mejoría proporcional se antoja muy escasa. Sobre todo, si tenemos en cuenta que la reforma eliminó los contratos por obra y servicio y endureció los límites de encadenamiento de contratos que obligan a su transformación en indefinido. Si anteriormente se establecía en 24 meses en de un periodo de 30, el cambio legal lo redujo a 18 dentro un margen de 24.
Las conversiones se desploman tras la reforma
Las disposiciones de reforma laboral relativas a la desaparición de los contratos por obra y servicio y otras modificaciones como los límites al encadenamiento no se desplegaron por completo hasta abril de 2022, y en ese momento se detectó un repunte de conversiones histórico en cifras absolutas, al que siguió un desplome en los dos ejercicios siguientes.
Pero, como decimos, esto es coherente con el retroceso de la contratación temporal. Lo que no lo es tanto es que la tasa de conversión de temporales a indefinidos se desplome también y vuelva a niveles muy similares a los de antes de la reforma laboral, tras haber alcanzado un 12,5% en los primeros compases de su entrada en vigor.
Sobre todo, porque en ninguno de los indicadores de contratación tras el cambio legal se ha producido un revés tan abrupto. De hecho, aunque la contratación está descendiendo, esto parece responder a una mayor estabilidad de los empleos, lo que reduce la rotación y la necesidad de nuevas incorporaciones. Sin embargo, cuando las empresas deben hacer contratos fijos recurren a nuevos trabajadores en lugar de los que ya trabajan con ellos, una pauta muy similar a la de antes del cambio legal.
Hay varios factores que explican esta resistencia de las empresas a convertir temporales en fijos. La primera es el carácter estacional de muchas actividades, que lleva a que muchas compañías no puedan adaptarse para hacer contratos más estables.
La opción, los indefinidos fijos discontinuos, resulta compleja para muchas pymes y autónomos, desanimados por el riesgo de que sus empleados rechacen el llamamiento y la propia presión del Ministerio de Trabajo, que presiona para que esta figura se limite a trabajos de periodicidad recurrente que no puedan desempeñar indefinidos ordinarios. Esta ‘pinza’ hace que cada vez más empresas (incluidas las de mayor tamaño) eviten estos contratos y opten por los contratos eventuales por circunstancias de la producción.
La segunda es el coste. Los trabajadores temporales acumulan antigüedad al pasar a indefinido y esto repercute en sus salarios y las eventuales indemnizaciones por despido. Un coste que los empleadores tienen en cuenta no solo a la hora de decidir si se hace la conversión, sino cuántas veces deben prorrogar un mismo empleo temporal.
La gran asignatura pendiente
La norma no solo redujo a 18 meses en los últimos 24 el plazo máximo de mantener un temporal. Estableció además que, si un puesto se ha ocupado durante ese mismo periodo con empleos eventuales, la empresa está obligada a hacer indefinidos al trabajador que lo ocupe en ese momento, aunque no lleve ese tiempo trabajando en la empresa. Es decir, ya no solo se convierte en indefinido al trabajador, sino al propio puesto.
Este endurecimiento de los plazos tenía varios objetivos. El primero, reducir los casos en los que los trabajadores se veían atrapados en un ciclo de entradas y salidas de una misma empresa a lo largo de años. El segundo, reforzar la alternativa de los contratos fijos discontinuos a los contratos eventuales por obra y servicio. Y el tercero, reducir la temporalidad de manera más sostenida a lo largo del tiempo, más allá del efecto inmediato que tuvo a corto plazo la supresión de los contratos por obra y servicio.
El retroceso de la tasa de conversiones revela que, casi tres años después, las empresas han aprendido cómo sortear estos límites. A ello ayuda que la mayoría de las prórrogas se hacían por menos de seis meses y contratos eventuales por circunstancias de la producción (que siguen sumando la mayoría de los temporales) y no desde los extintos modelos por obra y servicio. Además, hay sectores como el público en el que la reforma laboral no se aplica y siguen apostando por la contratación eventual.
El Gobierno asume que hay un porcentaje de temporalidad que una reforma laboral no puede eliminar si no viene acompañada de cambios estructurales del modelo productivo. Pero no es menos cierto que cuatro de cada diez de los contratos que se firman cada mes son indefinidos y la mayoría se hacen de cero. Antes de la reforma, el 38% provenían de un puesto temporal, ahora solo llegan al 6,8%.
Aunque es cierto que los contratos firmados eran muchísimos menos, el dato muestra que el Gobierno no ha logrado dar con la ‘tecla’ para animar a las empresas a convertir a temporales en indefinidos en lugar de hacer nuevos contratos de cero, ni endureciendo la legislación ni con campañas de la inspección de trabajo. En este escenario, nadie parece tener muy claro que pasos dar.
Algunas voces consideran que se debe ‘flexibilizar’ la conversión, es decir, abaratarla, pero Trabajo no quiere ni oír hablar de ello. Lo considera contrario al espíritu de la reforma laboral que logró disparar la contratación indefinida precisamente sin tocar su coste. Eso sí, lo que no ha logrado es transformar el empleo temporal en una puerta hacia el estable. Hoy por hoy, esta sigue siendo la gran asignatura pendiente del mercado laboral español.
Fuente: ¿Un fracaso de la reforma laboral? Las empresas se ‘olvidan’ de hacer fijos a sus temporales