SENTIDO COMÚN Y QUIZÁS UN POSIBLE FUTURO ESPERANZADOR E IMPREVISTO

UN POCO DE SENTIDO COMÚN.

Dejemos ya de decirnos mentiras. Hay que ponerse a organizar cómo volver al tajo. La normalidad no volverá hasta que más de la mitad de la población mundial haya desarrollado anticuerpos, o se haya vacunado. Con suerte, ambas cosas coincidirán más o menos dentro de año y medio o dos años. Pero hasta entonces no podemos seguir con la “tienda cerrada” pues ya sabemos que la crisis económica va a ser más destructiva que la propia pandemia. También en términos de muertes, si contamos los millones de personas que se enfrentarán al hambre y al abandono tras la mayor recesión de la historia mundial, en todo el planeta, si no se le pone remedio.

El confinamiento salva vidas hoy (básicamente evitando el colapso del sistema sanitario para tratar otras enfermedades), pero nos lleva al colapso del sistema económico y del Estado benefactor. Queremos salvar la vida del mayor número posible de ancianos, pero no sé qué clase de vidas van a tener esos ancianos si luego no podemos pagar sus pensiones. El confinamiento no cura la enfermedad, retrasa su expansión. La enfermedad ya está en todo el planeta: en Iberoamérica y África, donde no hay nada comparable a la sanidad europea, van a infectarse mil millones de personas y morir quizá millones. Por mucho encierro que nos receten, por mucho que esto se frene, la enfermedad volverá, quizá todos los años. Y no podremos encerrarnos permanentemente.

Esta enfermedad a quienes asesina salvaje e industrialmente es a personas mayores. El 95% de los fallecidos tiene más de 70 años. Mantengamos la cuarentena para todos los mayores, pero dejemos que los demás se reincorporen a sus trabajos, con medidas de aislamiento social, higiene, mascarillas, test y controles rigurosos. Empecemos con los menores de 50, y si funciona, si no hay colapso sanitario, luego los de 50 a 60, y si sale bien, luego los de 60 a 70. Protejamos de verdad a los mayores, haciendo que los que no lo son, trabajen y pongan el motor del país en marcha. Invirtamos los recursos extraordinarios que van a llegar en mantener el Estado de bienestar para evitar que quienes no puedan trabajar queden desprotegidos. Sería imposible salvar a los que lo necesiten sin trabajo, sin producción y sin comercio. Quizá podamos hacerlo unos meses con dinero prestado, pero cuando se agote el dinero y el crédito, esto sería un sálvese quien pueda.

QUIZÁS UN POSIBLE FUTURO ESPERANZADOR E IMPREVISTO

Estos días, estamos tan necesitados de esperanza que sienta bien escuchar que, tras esta crisis, vamos a salir mejores: que seremos más respetuosos, menos egoístas, más responsables. Ojalá ocurra así, pero lo que es seguro es que de momento, si vamos a ser más pobres. Si ya la crisis económica de 2008 nos dio una bofetada de realidad, ahora estaríamos pasando la página más dura a nuestro ‘Mundo de ayer’, como le ocurrió a la generación previa a la Primera Guerra Mundial y que tan bien retrató Stefan Zweig.

La ingenua creencia de que uno ha entendido el pasado alimenta la ilusión de que puede predecir y controlar el futuro. Esta ilusión es reconfortante pues reduce la ansiedad que experimentaríamos si reconociéramos francamente las incertidumbres de la existencia. Todos tenemos necesidad del mensaje tranquilizador de que las acciones tienen consecuencias previsibles y de que el éxito recompensará la prudencia y el valor. Es lo que Bertrand RUSSELL denomina el «problema del conocimiento inductivo», y lo planteaba de forma descaradamente británica con esta parábola:

Eres un pavo y tus cuidadores residentes en Estados Unidos te dan de comer cada día. A medida que pasan los días, y en base a tu conocimiento pasado, tu confianza en los humanos se incrementará progresivamente e, incluso, llegarás a creer que la regla general de la vida es que a uno lo alimenten (¡y además bien!), mirando por sus intereses. No obstante, el día antes del Día de Acción de Gracias, al pavo (a tí) le ocurrirá algo inesperado y dejarán de “gluglutear”

Tras esa cura de humildad y a pesar de todo, es inevitable asomarnos al futuro y proyectar posibles escenarios. No obstante, nuestras predicciones se alimentan (inductivamente) con información poco fiable cuando no directamente errónea. No sabemos qué nos deparará el futuro. Si bien es cierto que algunos peligros posibles son demasiado probables como para ignorarlos, también lo es que otros son completamente impredecibles, de la misma forma que desconocemos en qué materias o en qué campos necesitaremos generar conocimiento en el futuro próximo.

También ignoramos aspectos fundamentales que subyacen a algunos de los problemas del presente, como pone de manifiesto la historia del cáncer. Por ello puede que el futuro inmediato no sea tan negativo como podríamos inducir en una situación de espanto generalizado que puede nublar las mentes más claras.

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