Pedro el breve’ es el mote despectivo que le puso Susana Díaz en 2014, cuando la presidenta andaluza aún confiaba en tutelar a Pedro Sánchez como hombre de paja hasta su aterrizaje en la política nacional. Han sido para Pedro Sánchez diez años al borde del abismo en que buena parte de los suyos le abandonaron y regresaron con él cuando consiguió revivir.
Pedro Sánchez (Madrid, 1972) tiene en el cuerpo ya varias maratones, muchos saltos de vallas y un extenso medallero: primer secretario general del PSOE elegido por el voto directo de la militancia (tres veces), primer candidato a una investidura fallida (2016), primer líder del partido descabalgado y vuelto a entronizar, primer ganador de una moción de censura (2018), primer presidente de una coalición desde la Segunda República y, ahora también, el primero en configurar una mayoría pese a no ser el partido más votado.
Sánchez recorrió sus primeros kilómetros con perfil bajo como asistente en el Parlamento Europeo en Bruselas. Para entonces ya había desplegado, pese a su juventud, una red de contactos con gente del partido y pronto se unió al club de ‘los chicos de [José] Blanco’, el entonces hombre para todo de José Luis Rodríguez Zapatero. Del trío que conformaba con Óscar López y Antonio Hernando, ha sido él quien ha terminado empleando a los otros dos y hasta ‘matando al padre’, que acabó fuera de la política cuando Sánchez dejó a Blanco fuera de la candidatura a las elecciones europeas en 2019.
Cuando entre 2013 y 2014 decidió coger el coche e iniciar una gira por las agrupaciones de España para competir por el liderazgo del PSOE, apenas tenía experiencia más allá de una legislatura como concejal de la oposición en el Ayuntamiento de Madrid y un escaño de cuarta en el Congreso al que había accedido dos veces de carambola. Primero, por la salida de Cristina Narbona en 2009 y, luego, por la de Pedro Solbes en la siguiente legislatura. Entre medias se quedó sin trabajo y recaló en la Universidad Camilo José Cela, que se convirtió en el cobijo de muchos socialistas cuando el PP ganó por mayoría absoluta.
Sánchez fue el elegido de los barones para suceder a Rubalcaba, pero rápidamente marcó distancias con quienes creyeron que iba a ser un títere a la espera de que la entonces poderosa presidenta andaluza, Susana Díaz, estuviera lista para coger el AVE a Madrid.
Las elecciones de 2015 se le atragantaron por la irrupción de Pablo Iglesias, que soñó con un sorpasso que nunca llegó. Mientras el PSOE se hizo con buena parte del poder territorial en municipios y autonomías gracias a Podemos, fue imposible reeditar el acuerdo a nivel nacional. Los barones, encabezados por Díaz impusieron una línea roja: prohibido pactar con los independentistas y Podemos. Iglesias se negó a regalar sus votos al pacto del abrazo de Sánchez y Albert Rivera. Con la espantada de Mariano Rajoy que decidió no presentarse a la investidura pese a ser el más votado, Sánchez aceptó el encargo del rey para intentar formar gobierno sometiéndose a una primera intento fallido que también inauguraría una era, de los intentos fallidos de conformar gobierno en la España del multipartidismo.
Llegó a las elecciones de junio de 2016 con el partido roto y con una guerra abierta con la entonces presidenta andaluza, que no se había atrevido a presentarse, no obstante, porque prefería llegar a la secretaría general por aclamación. La derrota electoral y su amenaza de convocar un congreso para continuar al frente del partido provocó el mayor cisma en la historia del PSOE, culminado con la dimisión del secretario general tras ser arrinconado en aquel histórico y convulso comité federal del 1 de octubre.
Una vida de traiciones
Sánchez, se fue a las oficinas del INEM a registrarse en el paro tras abandonar el escaño para no abstenerse en la investidura de Mariano Rajoy. Buena parte de sus colaboradores lo traicionaron. Antonio Hernando lo hizo la misma noche de su dimisión. Óscar López le abandonaría poco después alegando que no compartía su estrategia.
Tras el cisma que lo echó de la secretaría general, Sánchez convocó una reunión de urgencia con un reducido número de fieles en un hotel junto a la estación madrileña de Chamartín. Y el hoy presidente planteó la posibilidad de volver a presentarse a las primarias después de haber sido desahuciado. Fue en ese momento cuando la mayoría le trasladó que se sumara a la candidatura de Patxi López.
Sánchez supo enganchar con las bases del partido, una militancia a la izquierda de sus dirigentes, hastiada de los recortes de la derecha y de la amenaza por la izquierda de Podemos. Ahí comenzó la leyenda. Pedro Sánchez barrió en las primarias de 2016 a Susana Díaz y a Patxi López y, con ellos, a la vieja guardia del PSOE con todo su aparato mediático. Y se blindó en el liderazgo de un partido que desde entonces gobierna sin apenas oposición interna.
En esa nueva etapa, un Sánchez camaleónico en sus posicionamientos para sobrevivir a todas las circunstancias reforzó su perfil izquierdista tras haberse mostrado previamente con una bandera de España al estilo Kennedy como guiño al centro. No dudó en apoyar a Rajoy en la intervención de Catalunya tras la declaración unilateral de independencia de Carles Puigdemont (quien ahora le ha salvado la investidura a cambio de la amnistía en su última apuesta a todo o nada).
Ya en La Moncloa
Tras su épica victoria en las primarias y la aplicación del 155 a finales de 2017, sobrevivió “a rastras” hasta que la sentencia del caso Gürtel dio a mediados de 2018 un inesperado giro de guion y lo llevó a Moncloa en una inédita moción de censura. El ya presidente mostró entonces una de sus principales cualidades al sorprender a todo el mundo con un gabinete que nadie había podido ni imaginar.
Con el viento a favor del ‘Gobierno bonito’ ganó sus primeras elecciones en 2019; pero se tuvieron que repetir por la imposibilidad de llegar a un acuerdo con Pablo Iglesias para formar gobierno. A pesar de que algunas voces socialistas de renombre le susurraron la conveniencia de un gobierno en coalición él, como tantas veces, se la jugó para intentar gobernar en solitario. No sucedió, el PSOE se dejó apoyos en el segundo intento y Sánchez se vio obligado a pactar el primer gobierno de coalición desde la restauración de la democracia en menos de 24 horas con Podemos. En la campaña había dicho que ni él ni los españoles dormirían tranquilos si ciertos ministerios recayesen en manos de Podemos pero acabó pactando con Iglesias para afrontar una legislatura donde sucedería de todo.
Un momento en el que el Gobierno tuvo que enfrentarse a una pandemia inédita y también a una crisis energética como consecuencia de la guerra en Ucrania. La decisión de cerrar el país a cal y canto con cientos de muertes diarias a causa de un virus desconocido tuvo un gran impacto en su estado anímico y llegó a sufrir durante un tiempo episodios de insomnio, palpitaciones y sudoración nocturna. Ahí empezaron también las manifestaciones contra él y una permanente campaña en algunos medios que le han acusado de todo lo que se puede acusar al presidente.
Con la coalición al borde del colapso en varias ocasiones, Sánchez se mantuvo públicamente impertérrito en las peores situaciones como en el momento en el que llamó a la calma durante los segundos de zozobra en los que no se sabía si la reforma laboral salía o no adelante en una votación que se salvó gracias al error de un diputado del PP. Un voto del que pudo depender la caída del Gobierno después de que dos tránsfugas de UPN engañaran a los socialistas y a su propio partido.
Así había llegado a sus últimas elecciones, que la oposición, las empresas de encuestas y muchos compañeros de partido anticipaban una catástrofe, tras perder casi todo el poder municipal. A la mañana siguiente de uno de los domingos más negros en la historia del PSOE, Sánchez convocó elecciones para el 23 de julio en pleno verano, también por primera vez. Con todo perdido en la última competición, Sánchez arriesgó más que nunca y, aunque no gano, forzó la realidad para salir como vencedor por la campana. El mil veces desahuciado Pedro Sánchez fue investido presidente con más votos que en 2020 y firmó el último capítulo, por ahora, de su manual de (eterna) resistencia.
Fue el líder más odiado de una parte de su partido, que no lo veía PSOE de pura cepa, y lo sigue siendo para los conservadores españoles. Los más extremos de Vox le acusan de dar un golpe de estado, pero el PP no se queda corto y Miguel Tellado, la mano derecha de Feijóo, ha pedido que se fuera de España “en un maletero”.
Algo de muerto resucitado tiene este arribista de la política, que resucitó tres veces, y las tres lo hizo para meter a su país en la misma tumba de la que él salió. En psiquiatría se habla de la triada oscura como una mezcla de narcisismo, psicopatía y maquiavelismo, rasgos contenidos todos en esa carcajada fría como el acero, vengativa y cruel, con la que se burló de Alberto Núñez-Feijóo el pasado jueves cuando se disponía a “vender como lentejas” la dignidad del Estado por siete síes.
La indignación de “los de dentro”
La marea cívica, que se ha movilizado estos días “a cara descubierta” en las plazas de toda España defiende la Constitución, critica el burdo cambalache aceptado por Sánchez para mantenerse en La Moncloa y dibuja la línea roja que jamás debiera haberse saltado un aspirante a presidir el Gobierno. Pese a la propaganda que blanquea sus tropelías Pedro Sánchez ha intercambiado su Presidencia por la impunidad de quienes, de manera pública, solo aceptan respaldarle si él se convierte en cómplice de los delitos y de los objetivos que les llevaron a la cárcel o a la huida al extranjero. La España de la convivencia, la de la igualdad, la plural de verdad, la cívica, la constitucional y la que hizo de la reconciliación y la democracia sus principios fundacionales para integrar en un espacio habitable sensibilidades, creencias y opiniones distintas ahora clamar abiertamente, pues de ello depende que el atraco constitucional perpetrado se asiente definitivamente o fracase con el estrépito que merece.
La falacia que presenta los pactos del PSOE con el separatismo como una manera de mejorar la convivencia queda la evidencia de lo contrario: el separatismo se siente más autorizado que nunca para culminar sus planes y la fractura social provocada por todo ello ha logrado trasladar la crispación al conjunto de España. Los ciudadanos se sienten atacados por su Gobierno, que ha olvidado su condición de obstáculo de los planes rupturistas de una minoría radical para transformarse, de manera sonrojante, en su mayor aliado para hacerlos prosperar.
Los acuerdos que secundan esa ley de impunidad terminan de completar la rendición de Sánchez, pues cabe recordar que el PSOE ha asumido por escrito el relato de Puigdemont sobre los orígenes históricos del conflicto; ha aceptado la mutación del Golpe de Estado de 2017 en un episodio de represión española y ha suscrito la necesidad de resolverlo todo con un proceso de verificación internacional rematado con un referéndum de autodeterminación.
Sánchez no es presidente por haber logrado reunir una mayoría parlamentaria en torno a un proyecto común enraizado en la igualdad legal, económica y social entre españoles; sino por aceptar la ruptura de esos principios en favor de una minoría radical, irrelevante en el conjunto de España, que tuvo los escaños justos para decantar la balanza en favor de un reiterado perdedor en las urnas.
La opinión de “los de fuera”
Los pactos de Sánchez con los independentistas catalanes han traspasado fronteras y han calado en los medios internacionales más progresistas, que se han hecho eco del «riesgo exacerbado de división del país, …Buscar la permanencia en el poder sin una mayoría clara siempre tiene un coste político», advierte Le Monde (periódico francés progresista por excelencia. Le Monde critica, además, la «descarada reescritura de la historia» y las numerosas cesiones de Sánchez a los golpistas de 2017 «que difícilmente pueden reconciliar a ambas partes». Sobre la redacción de la norma expresa que «deja pocas dudas de que fueron los partidos independentistas quienes dictaron las líneas maestras, dando al texto un aire de autoamnistía difícilmente compatible con la ‘defensa de la convivencia de los españoles’ que reivindica el líder del PSOE». El diario progresista retrata a Sánchez como un político «que se arriesga a perder la poca credibilidad que le quedaba,…al pactar con un partido que siempre ha abogado por la radicalidad, y que ha sido denunciado por el propio Sánchez como un socio poco fiable».
Por su parte el Financial Times, tras un editorial en el que avalaba la amnistía de Sánchez pactada con los independentistas, ha publicado un artículo en el que la critica duramente y denuncia la vulneración «de los principios fundamentales del Estado de derecho que deberían defenderse, no socavarse, en una democracia madura, …El acuerdo alcanzado por Sánchez incluye una amenaza explícita al poder judicial en el supuesto de que los jueces puedan socavar el acuerdo: se crearán ‘comisiones de investigación’ parlamentarias para revisar las decisiones judiciales bajo amenaza de cambios legislativos o ‘acciones de responsabilidad’ no especificadas».
Más risas en la política de tierra quemada y el “juego sucio” de Sánchez
Pedro Sánchez acaba de ser investido presidente del Gobierno por tercera vez en cinco años y medio. Lo ha conseguido, como todos saben ya, gracias a los votos a favor de los 7 diputados de Junts per Catalunya a cambio de un polémico pacto con el PSOE por el cual se pone en marcha una ley de amnistía que da la vuelta a la tortilla de la memoria histórica reciente, borrando delitos y procesos judiciales vinculados al ‘procès’ durante los últimos once años. La lista es tan grave como el sentimiento de injusticia que se ha levantado en el conjunto de la sociedad española.
El texto preliminar al anteproyecto de ley de la amnistía incorpora claramente la injerencia política en el poder judicial y esa audacia antidemocrática que amenaza sobre el estado de derecho es lo que ha hecho reaccionar en contra tanto a la oposición como a las asociaciones de jueces, fiscales, notarios, empresarios, sindicatos e ilustres figuras de casi todas las siglas.
Una nueva mayoría social, transversal, coincide en condenar los pactos del PSOE con Junts y la ley de amnistía Sin embargo, los representantes del PSOE elegidos en las elecciones del 23 de julio han decidido por su cuenta y riesgo que van a actuar en contra de su electorado, no confundir con los militantes que han sido obedientes a las directrices de los partidos en las consultas internas que se han llevado a cabo sin luz ni taquígrafos.
Se avecina una legislatura volátil y tendrá que hacer malabares con los siete magníficos del bloque de investidura hasta 2027. La política de tierra quemada del PSOE (121 diputados) parece haber roto todos los puentes con el PP (137 diputados).
Durante los próximos siete meses se celebran nada menos que tres comicios electorales (Galicia, País Vasco y europeas) que juzgarán al bloque de investidura de izquierdas (PSOE, Sumar, ERC, Bildu, BNG) con los anteriormente conocidos como partidos de derechas como PNV y Junts. La prueba de fuego llegará en las urnas. Los socialistas vascos y gallegos tendrán que arrastrar en campaña la marca del descrédito que genera su líder, secretario general y presidente. En Europa, el Grupo Socialista puede sufrir una debacle como en abril salvo sorpresa
Así solo queda parafrasear el leitmotiv futbolístico del “partido a partido” que popularizó Simeone y los estrategas del PSOE se han marcado el objetivo de remontar “elección tras elección” del naufragio de las autonómicas y municipales del 28 de abril. La derrota sin paliativos del PSOE entonces forzó la reacción a la desesperada de Sánchez en la misma noche electoral, convocando elecciones anticipadas que se ha saldado con una derrota (el PP ganó las elecciones con holgura) pero trasmutada en una victoria en los despachos parlamentarios.
Nadie le negará a Pedro Sánchez que tiene la habilidad de encestar el inesperado triple decisivo sobre la bocina, aunque haya ido a remolque todo el partido. El público del pabellón se ha quedado con la sensación de que el presidente del Gobierno ha encestado el balón con el pie después de cometer una falta en ataque. Su última agresión se puede y debe saldarse con una severa suspensión que ponga fin a una trayectoria reincidente de juego sucio con puñetazos, patadas en la entrepierna y otras tropelías. No todo vale con tal de encestar o evitar que otros encesten.