Con lentes valleinclanescas me siento a leer la prensa, y entonces empieza el sainete esperpéntico. Un fulano se ha llevado por delante siete años de su vida por proclamar una república ficticia durante un puñado de segundos. Un idealismo que ya es de por sí español, y que está desde las conquistas de Pizarro a el fusilamiento de Torrijos. Tanto da: en lo admirable y en lo despreciable.
Sin escarmentar, y vaya usted a saber por qué motivos o deudas, el exiliado vuelve a la palestra y proclama que volverá. Uno se imagina una vuelta bajo palio, y un discurso a lo Fray Luis en Salamanca tras pasar un tiempo a la sombra procesado por el Santo Oficio allá por el XVI. Pero simplemente pronuncia un discurso plagado de lugares comunes entre los clásicos del relato indepe desde las leyes de nueva planta hasta los tiempos de Companys.
No puede quedarse fuera de un españolísimo relato los policías y unos picoletos chuscos que no son capaces de desenmarañar el entuerto. Es todo tan español que el asunto finaliza como finalizan siempre las cosas en este país, con el Partido Socialista investido gracias a los votos de formaciones que parecen sacadas de una obra de Jardiel Poncela, y un discurso del nuevo presidente autonómico asegurando que apela a los valores del humanismo cristiano que su partido representa, ¡toma ya, Cataluña la expresión de la España más de pandereta! Todo ello se inscribe ya por derecho propio en las mejores tradiciones literarias valleinclanescas de España: es el espejo cóncavo que nos devuelve la imagen de la política española, la pasada y la actual, plagada de felonías, mediocridades y pequeños enredadores
Los que añoran la monarquía confederal de los Habsburgo
Durante las deliberaciones de las Cortes Constituyentes los que desconfiaban de las «autonomías» era porque ese concepto no garantizaba unos derechos uniformes para todos los pues la igualdad de reglas dentro de la descentralización es más vaporosa, y de hecho desde el principio el País Vasco gozó de su excepción fiscal, primer paso hacia tantas cosas que siguen sucediendo.
De hecho, el ideal de muchos de los separatistas habría sido una monarquía confederal del tipo de los primeros monarcas Habsburgos tanto en España (conocidos como los reyes Austria) como en el Sacro Imperio Románico Germánico, porque las confederaciones lo son entre estados soberanos que se agrupan por intereses comunes, pero pueden separarse cuando lo deseen. El sistema confederal es inestable por su propia naturaleza, y pocos países lo han aguantado: Suiza se sigue llamando Confederación Helvética por tradición, pero hace ya tiempo que cambió su Constitución para adoptar un sistema tan federal como el alemán o el estadounidense, sin provisiones legales para la secesión de algún cantón.
Ahora con Cataluña recibiendo el doble de inversión estatal que Madrid, con Andalucía castigada, nos recuerda aquellas viejas discusiones y nos ratifica que los años de Pedro Sánchez en el poder han destacado más que cualquier otro período desde 1978 por un menosprecio creciente de la igualdad entre ciudadanos y comunidades y una manipulación evidente de leyes y decretos para favorecer a los variopintos aliados que le llevaron al poder y, de paso, agraviar a las comunidades gobernadas por el PP.
Sánchez y su Gobierno han adoptado un sistema de relación bilateral con cada comunidad, evitando los debates parlamentarios y reuniones comunes con todas las autonomías de forma conjunta.
Los gobernantes de ocho comunidades autónomas dirigidas por el PP van a reunirse para intentar formar un frente organizado contra el bilateralismo sanchista, que enriquece a los enemigos de la unidad nacional y hunde a los demás. pero el presidente no renunciará a lo que le ha mantenido en el poder, aunque todo acabe en una ruina del país y en un enconamiento de los desafíos independentistas en el norte.