La decisión de Sánchez de convocar elecciones no ha sido una jugada magistral ni maquiavélica, es simplemente una para escapar de la crítica de los suyos. Si hubiera sido una decisión meditada y colegiada del PSOE, o una deliberación del Consejo de Ministros, Sánchez podría haber ocultado su miedo.
UNA CAMPAÑA YA SIN MÁSCARAS
Pero el pánico le impulsó a ejecutar mal su decisión personal. Esa mala ejecución se ha trasladado al tipo de campaña electoral que ha elegido.
La primera fase es remover las vísceras de los propios, recordar a quién odian y por qué. Para esto hay que incidir en el pasado turbio del enemigo: sacar el Prestige, el Yak-42 o los atentados terroristas del 11-M. Los electores andaluces han visto que el PP no es el fascismo, sino un partido gestor y moderado, y el resultado ha sido su crecimiento en Andalucía.
La segunda fase es la degradación personal de los dirigentes de la oposición que son tildados de «derecha extrema» que copia a Trump, Bolsonaro y Orban. No se puede trasladar a Europa que en España va a llegar al poder un partido antisistema. Acusan a Feijóo de no hablar inglés, pero ya dijo Ortega que es posible ser «tonto en cinco idiomas». Felipe González tampoco hablaba inglés, pero era más respetado por los presidentes de EEUU y no tuvo que dar una rueda de prensa en la rampa del parking del patio trasero de la Casa Blanca.
El PSOE afronta las elecciones con ánimo de derrota, pero las expectativas de Moncloa se limitan a confiar en que todavía estén a tiempo de esa derrota sea con dignidad. El 28M enterró el poder territorial de la izquierda, y ya nadie cree en el proyecto de tándem Pedro-Yolanda. En la medida en que Sumar ya no suma como muleta del PSOE ya no les queda más salida que intentar aglutinar el voto en las siglas socialistas: el objetivo es volver al voto útil, para, después poder buscar cobijo en el argumento de que el PSOE «ha aguantado», y que la responsabilidad de que no se reedite la coalición es de Podemos y de Yolanda Díaz, que han arruinado el proyecto «sanchista» por embarcarse en guerras internas que les han desangrado en poder territorial y en capital humano.
A esta cadena de despropósitos, Sánchez suma el victimismo para conseguir que le arropen los mismos socialistas que le culpan de la derrota. El presidente se ha hecho pasar por víctima de una corriente reaccionaria, de un «monstruo de dos cabezas» y de los medios malvados que osan criticar su política. Todo es una conspiración contra él porque el mundo gira a su alrededor. Trump ya no está solo.
LAS “MULETAS” DE LA GESTIÓN ECONÓMICA DE PEDRO SÁNCHEZ
En el contexto del adelanto electoral del próximo 23 de julio, la gestión económica del gobierno de Pedro Sánchez se tabalea, a pesar de su “optimismo suicida”.
La situación recuerda al debate económico de principios de 2008 en el que el entonces ministro Pedro Solbes (PSOE) se defendía una y otra vez de las críticas de su rival del PP, Manuel Pizarro, con toda clase de tarjetas con gráficos y datos oficiales en los que todo parecía ir bien pero no era del todo cierto, como se vio poco después y una generación de españoles aprendió entonces que los gobiernos tienden a magnificar sus logros económicos y maquillar los verdaderos problemas.
Estamos ante un momento en el que los indicadores económicos, en especial los vinculados a las cuentas públicas, se deterioran. Con una deuda sobre el PIB del 113%, el endeudamiento absoluto no para de crecer hasta haber superado los 1,5 billones de euros. El 23 de julio puede ser un punto de inflexión porque pocos días después el Banco Central celebra una reunión clave. La presidente Christine Lagarde recordó que está prohibido por ley que reciba presiones por parte los líderes políticos y también ha avanzado que van a tener que tomar decisiones difíciles. No se trata tanto de subir más los tipos, sino de la retirada de la liquidez o del apoyo a las emisiones de deuda de los estados.
Hace tres años, Pedro Sánchez consiguió 140.000 millones de euros para España en el reparto de los fondos europeos vinculados al rescate económico de los países más afectados por la pandemia del Covid. La mitad a fondo perdido, la mitad a préstamo -finalmente sin reclamar- el uso de ese dinero se ha ligado a la adopción de reformas y la mayoría todavía está pendiente de entrega, pero ahora sabemos que son una suerte de pócima mágica que han dado un estímulo extra a la economía desde 2021. A diferencia del rescate bancario de 2012, cuando hubo condiciones desde la troika FMI-BCE-CE, el increíble cheque que ató Sánchez en Bruselas venía en unas condiciones ventajosas y listo para gastar, eso sí, con sentido común y facturas.
También hace tres años apareció en escena el mayor comprador de deuda pública española: el Banco Central Europeo (BCE). Desde entonces, en cada emisión, en cada refinanciación, la mano visible de la autoridad monetaria ha suscrito una parte ayudando a rebajar a mínimos históricos los costes de financiación pese al aumento récord de 300.000 millones de euros en la deuda total de la administración. Buena parte de esa deuda nueva no hubiera sido posible emitirla sin el BCE. Digamos que durante 36 meses, el Gobierno ha gozado para sus políticas de la mejor y mayor financiación de la historia gracias a Europa, que ha permitido amortiguar el golpe de la pandemia, la crisis de suministros y energética de la guerra rusoucraniana.
Pero las inyecciones de liquidez a la banca a largo plazo (TLTRO) del BCE se han replegado en los últimos meses y las compras de deuda pública se van a reducir a su más mínima expresión a partir de julio. Solo quedarán activas las reinversiones del programa PEPP (vinculado a la pandemia) y poco más. El banco central se dispone además a reducir su balance para vender parte de la deuda adquirida en un futuro próximo. Los costes del servicio de la deuda pública están comenzando a subir de forma tan importante como que van a crecer en 10.000 millones de euros año sobre año que el próximo gobierno, ya sea este o el actual, tendrá que incorporar a los presupuestos.
Los costes más altos de financiación también generan problemas a los estado, no solo a sus ciudadanos. En lo que algunos ven una jugada maestra, otros ojos lo tacha de suicida, pero en realidad es el último cartucho que le quedaba a Sánchez porque a partir de septiembre no iba a poder sacar pecho como ahora de gestor económico.