Lejos de acometer un plan riguroso contra la crisis y de modificar las bases de su política económica, Pedro Sánchez añade otro parche y evita cualquier ajuste estructural
Es innegable que la guerra entre Rusia y Ucrania está teniendo efectos económicos perversos pero también es innegable que el parón de nuestra economía responde también a otras causas internas, lo que se confirma al observar que las consecuencias sufridas por los países de nuestro entorno no tienen la dimensión de la debacle española.
El dato de crecimiento del PIB de España en el primer trimestre del año que ha proporcionado el Instituto Nacional de Estadística: un exiguo 0,2% que incluso rebaja el dato avanzado anteriormente por el propio INE. Según los datos de Eurostat, el PIB de la Eurozona ha crecido en el primer trimestre un 0,7%, más que triplicando el crecimiento del español.
El comportamiento de la economía española está siendo peor -notablemente peor- que el de los países comparables, circunstancia recurrente en los últimos años. Algo se está haciendo mal. Es verdad que los términos en los que se formó el Gobierno no auguraban nada bueno: una coalición con un grupo político populista teóricamente de extrema izquierda y con el apoyo parlamentario de independentistas golpistas, herederos del terrorismo (Bildu) y expertos en el alquiler de sus votos (PNV).
Lo cierto es que España está parada, mientras el Gobierno Sánchez se recrea en sus disputas internas y tiene que dedicarse a lamer las pretendidas heridas de sus socios parlamentarios. El Gobierno pretende negar la realidad y para ello laminar a los responsables de los organismos de información teóricamente independientes de él: destitución de su director general del INE y permanentes ataques contra el Banco de España donde, afortunadamente, no pueden destituir al Gobernador.
El espectáculo, un día sí y otro también, de los encontronazos internos del Gobierno son verdaderamente vergonzosos y son un termómetro de la “fiebre” existente entre quienes toman decisiones que afectan, y muy profundamente, a toda la ciudadanía ahora y en el futuro. El Gobierno debería modificar radicalmente el objetivo de sus decisiones económicas pasando a adoptarlas en función de su contribución a los intereses generales y no, como hasta ahora, como propaganda mirando la rentabilidad electoral para los partidos presentes en el Consejo de Ministros.
Solo el tiempo podrá decir si las medidas para contener en 3,5 puntos la subida del IPC es un acierto o un ejercicio de voluntarismo viciado de electoralismo. El Gobierno ha vuelto a anunciar con solemnidad que destinará 15.000 millones hasta el 31 de diciembre a combatir la inflación. De ellos, 9.100 irán destinados a rebajar los precios de la electricidad, el transporte, el gas o los combustibles. Sin embargo, el dato objetivo es que en el último año Sánchez ya ha ido parcheando la crisis con otros 15.000 millones, pues tras los 15.000 millones iniciales, la inflación está en el 8,7 por ciento.
La rebaja del IVA a la factura eléctrica era una reclamación antigua, pero el Gobierno se negaba a reducir impuestos porque el incremento de recaudación extra para salvar las cuentas públicas son una botella de oxígeno para Moncloa. Todo lo que sea mantener dinero en el bolsillo del ciudadano es razonable mientras no se desmande el consumo y prosiga una escalada de precios que agrave la inflación. Mantener la rebaja de 20 céntimos por litro de combustible se está revelando como una medida imperceptible pues en un mes esa rebaja volvió a dejar los precios en el mismo lugar que cuando se instauró. Otras dos medidas también discutibles son el maquillaje de la ayuda universal de 300 euros que Podemos quería imponer a familias desfavorecidas, para convertirla en una de 200 a desempleados sin recursos y a autónomos con carencias
La penalización fiscal a los beneficios extraordinarios de las compañías eléctricas es un brindis al sol pues de entrar en vigor, sería en enero del año que viene. Anunciar un impuesto que no entra en vigor y hacer ver al ciudadano que el Gobierno se sacrifica por él tiene mucho de desesperación política y de trampeo de la realidad. Y todo, sin contar con que Sánchez debe lograr la convalidación del decreto en el Congreso, algo que nunca está asegurado con sus socios.