A Sánchez le traiciona el subconsciente. Su talante arrogante e inquisidor siempre le juega una mala pasada. Esgrime, sin pudor alguno, que piensa levantar un muro, similar al Pacto del Tinell. Cuando se atreve a proclamar que va a levantar un muro está deslegitimando a toda la oposición que ha sido elegida democráticamente y está levantando un muro contra los once millones de españoles que no han depositado su confianza ni en él ni en sus secuaces.
“Quien tolera lo intolerable acaba viviendo como un miserable” (Fernando Savater). En vez de levantar muros hay que intentar no tolerar lo intolerable, intentar no ser un miserable, intentar defender la igualdad ante la ley, intentar que prevalezca la división de poderes, intentar que aquellos que se atribuyen el progreso y la razón como exclusivas de su credo no nos sigan dando lecciones a los que no piensan como ellos, intentar que quienes excluyen y alzan muros rindan cuentas ante la Historia. Lecciones ninguna de quien se atreve a repartir carnés de demócratas y a tildar de “profetas del odio” a quienes reprueban sus políticas. A su pesar el odio no anida en muchos ¿Ellos pueden decir lo mismo?
En el PSOE empieza a advertirse un sentimiento parecido a «algo hay que hacer», porque hay dirigentes que no pueden salir a la calle porque les llueven los gritos y militantes que están hartos de que los amigos, e incluso familiares, les reprochen el señor, sí señor, a Pedro Sánchez. Pero el auténtico problema está en los socios.
Nadie puede negar que el actual amo del PSOE será siempre el presidente favorito de los independentistas y cualquier exigencia que Sánchez esté dispuesto a aceptar de Junts, provocará una mayor de ERC, y viceversa, y llegará un momento en el que los rivales subirán tanto la apuesta que no será posible aceptarla, y entonces puede llegar el hachazo de los votos independentistas. Situación parecida a la del PNV y Bildu. Y queda Sumar, con una Yolanda Díaz a la que han calado ya la mayoría de los españoles y pierde fuelle, mientras Podemos se desgaja con sus cinco votos y podría dar un disgusto a Sumar en las europeas de junio.
Si todo eso desbarra la consecuencia más inmediata sería que una vez aprobados los presupuestos, que se aprobarán, Sánchez se vería imposibilitado de llevar cualquier iniciativa al Congreso porque no lograría los votos necesarios, y tendría muy difícil gobernar. Si apareciera por algún cargo internacional apetecible, tendría la excusa perfecta para dejar a los españoles en paz. Lo que ocurre es que al descrédito nacional, creciente, se suma el descrédito internacional, que crece también porque conocen bien el debate constitucional que se vive en España, y porque además ahí fuera hay decepción generalizada por el resultado de la presidencia de turno de la UE.
Veremos qué ocurre finalmente, pero se puede avecinar un entierro político. Si fuera así la mayoría de los españoles no derramarían ni una lágrima, nos habríamos deshecho de un gobernante nefasto para España, pero la verdadera pesadilla del sanchismo vendrá el día siguiente a su marcha. La tragedia vendrá después, cuando Sánchez se haya retirado a un opíparo puesto internacional y nos haya dejado aquí la casa hecha una sucia barraca de feria. Todo pasa, y cuando Sánchez se canse de jugar con el muñeco lo tirará a un rincón, pasará al siguiente entretenimiento y dejará agotados a los españoles, tan polarizados como cegados, y nos quedaremos en España con un país dividido, atrincherado, descreído, en crisis económica y sin fe en sí mismo.
Todos sabemos que Sánchez pasará, que llegará un día en que el PSOE deje el poder, aunque sea con una España o en el escombro. Y no se trata tanto de la unidad del país como de la libertad que nos roba al tiempo que nos dice que es por nuestro bien. Cuando no esté tendremos que digerir este sufrimiento innecesario para que un tipo egoísta y tramposo se mantenga en el poder. Luego, si podemos, habrá que reconstruir la comunidad política, sea la que sea, sobre el Estado de derecho, la separación de poderes y la igualdad ante la ley.