La economía española sigue sumando trabajadores pero con una menor intensidad, lo que impide reducir la brecha con Europa
La economía española viene sorprendiendo trimestre tras trimestre por su fortaleza y ha superado hasta las previsiones más optimistas de los organismos internacionales, con un crecimiento del 2,9% interanual hasta julio. Ese desempeño ha llevado al Gobierno a revisar al alza su previsión para 2024 hasta el 2,7%, que puede llegar a quedarse corta y que le sitúa a la cabeza del crecimiento en la zona euro. Pese a ello, la tasa de paro (un 11,27%, según la EPA, el doble que la media europea) sigue mostrando una fuerte resistencia a bajar, lo que obliga a prestar atención al mercado laboral, tradicional talón de Aquiles de la economía española, para analizar esta aparente contradicción.
Una parte de esa frenada es cíclica. El mercado laboral español tiene un elevado componente estacional debido a su dependencia del turismo, aunque las reformas adoptadas han suavizado notablemente los picos de contratación y despidos. Sin embargo, los meses de agosto y septiembre siguen sin ser buenos. La campaña estrictamente de verano de este año ha ido particularmente mal y ha registrado la mayor destrucción de empleo en 12 años entre julio y septiembre, con la pérdida de 194.685 cotizantes.
Con todo, no hay que ser alarmistas y más que de un fuerte frenazo en la creación de empleo los expertos hablan de un aterrizaje suave desde cotas máximas de cotización y ocupación. Íbamos demasiado rápido, y ese aterrizaje suave era lo esperable. La afiliación marcó un máximo absoluto de 21,4 millones de afiliados en junio, que se han ido reduciendo desde entonces hasta los 21,2 millones. En septiembre la economía añadió 8.805 nuevos cotizantes, que pese a ser su nivel más bajo en cinco años revertió las caídas de julio y agosto. El análisis de las contrataciones, sobre todo en el sector de la hostelería, confirma un adelanto del comienzo de la temporada turística a primavera debido a que el buen tiempo se ha adelantado también: la creación de empleo en el segundo trimestre fue superior a la media histórica. Si se eliminan los vaivenes estacionales, el escenario deja todavía cierto espacio al optimismo, con récord de afiliados a la Seguridad Social en septiembre y una reducción del paro registrado en 22.729 personas. El número total de parados se situó en 2,57 millones, la cifra total más baja en un mes de septiembre desde 2007.
La maldición del paro estructural en España
La ‘maldición’ del mercado laboral español va más allá de una tasa de paro situada en un disparatado nivel del 11,27%, la más elevada de la UE y más del doble que la media de los Veintisiete, del 5,9% pese a la mejoría de los últimos años. La paradoja es que, según la teoría macroeconómica, no podría bajar mucho más sin convertirse en una señal de serios problemas. La clave está en el concepto de “paro estructural”, un indicador que apunta en el que la mejoría del empleo no responde a un crecimiento real del PIB, sino que sería síntoma de una burbuja económica que puede pinchar en cualquier momento. Un patrón que ya vimos en la gran crisis de 2008.
A veces, la relación entre macroeconomía y empleo parece desafiar el sentido común y la tasa de paro estructural es uno de los ejemplos más destacado de ello. Porque, ¿cómo puede ser negativo reducir el desempleo? Para entender esta contradicción, hay que profundizar en el significado de este indicador, que muchas veces se confunde con el nivel de ‘paro mínimo’ que no puede reducirse sin reformas estructurales. En realidad, lo que señala es algo muy distinto.
Lo que dicen los economistas es que cuando la tasa de paro cae por debajo del nivel estructural, la economía corre el riesgo de recalentarse, provocando una subida de precios, un aumento de los costes laborales unitarios y, por ende, una pérdida de competitividad relativa en los mercados internacionales. Todo ello, a su vez, suele desembocar en un déficit por cuenta corriente o una reducción del superávit si este existiera previamente’
El desempleo estructural se estima mediante dos tasas muy similares: la NAIRU (por las siglas de non-accelerating inflation rate of unemployment) y la NWRU (de non-accelerating wage rate of unemployment). Es decir, una estima el nivel de paro a partir del cual un descenso del desempleo eleva la inflación y la otra los salarios. En la práctica son sinónimos, aunque la Comisión Europea y el Banco Central Europeo se fijan más en la NAWRU, ya que la relación entre salarios y empleos es más directa. Este tipo de tasas no son estáticas, sino que actualizan continuamente en función de una metodología que recoge diversas variables del ciclo económico, aunque son mucho menos volátiles que la tasa de paro. Pero por ello también recogen el impacto a medio y largo plazo de variables como las reformas estructurales, lo que explica la confusión que la rodea.
Como explican desde Fedea en un documento dedicado a la NAIRU (pero aplicable a la NAWRU), este nivel de desempleo es el compatible con una inflación estable (cercana al objetivo del BCE del 2%) y una balanza por cuenta corriente en equilibrio. Aunque la tasa de paro estructural se suele relacionar a menudo con la inflación, lo cierto es que su impacto sobre la balanza de pagos (la balanza por cuenta corriente que grosso modo la diferencia entre exportaciones e importaciones) es igual de importante o incluso mayor cuando se producen shocks externos que provocan una interrupción abrupta de los flujos de capitales a nivel global.
Algo que supone especialmente un problema en el país que combina la mayor tasa de paro real pero también lidera la estructural. Según AMECO, la base de datos de la Comisión Europea, en los últimos 50 años, es decir, desde los últimos años del franquismo, la correlación entre tasa de paro ‘real’ y ‘estructural’ se ha vuelto más intensa en España: a los periodos en los que el desempleo queda por debajo de la NAWRU se ven sucedidos por el estallido de crisis que se también traducen en fuertes repuntes del paro.
¿Pero qué implica exactamente una “tasa de paro que acelera los salarios”? Sería el nivel a partir del cual un descenso del paro se traduce en un repunte de las nóminas que se acaba trasladando a los precios. ¿Y por qué esto supone un problema? Porque si la mera creación de empleo, sin mejora de la calidad intrínseca de la productividad de los empleos, no justifica una subida de los sueldos, c uando esto se produce y además afecta a la inflación supone que la economía ha entrado en un riesgo de desequilibrio. O, mejor dicho, de burbuja.
Precisamente esto es lo que sucedió en España durante el ciclo 1999-2007, cuando los bajos tipos de interés generaron en España una burbuja de crédito que alimentó la economía y redujo la tasa de paro a mínimos. El crédito barato, impulsado por los bajos tipos del Banco Central Europeo, impulso el crecimiento de la economía española alimentando sectores como la construcción, poco productivos y no transables (no se podían exportar). El crecimiento de la construcción, un sector muy intensivo en mano de obra, generó cientos de miles de puestos de trabajo de baja cualificación, lo que llevó a que la tasa de paro cayese incluso por debajo del 8%, muy por debajo de la NAIRU o NAWRU.
Todos estos nuevos empleados de la construcción junto a otros sectores que también se vieron impulsados, aprovecharon su buen momento laboral para consumir (comprar coches, televisiones…). Este consumo desbocado no se encontraba correspondido por la oferta interna (la economía española producía muchas viviendas, pero pocos bienes duraderos), por lo que buena parte de ese consumo comenzó a generar uno de los mayores déficits por cuenta corriente del mundo (el mayor del mundo en términos de PIB). Es decir, con una tasa de paro tan baja, España se endeudaba con el exterior para construir vivienda y comprar bienes producidos en Alemania, China y otros países que han sido acreedores netos históricamente.
Este fuerte déficit por cuenta corriente, producto de la burbuja y de una tasa de paro artificialmente baja (varios puntos porcentuales por debajo de la NAIRU) disparó la deuda externa neta de España. Cuando la crisis financiera mundial estalló y los flujos de capitales se detuvieron, nuestro país dejó de recibir esos fondos que alimentaban su burbuja y su consumo (España vivió por encima de sus posibilidades). La economía tuvo que realizar un ajuste brusco y doloroso, con una destrucción de empleo masivo y una devaluación interna que ayudase a equilibrar la balanza por cuenta corriente.
El futuro en el “filo de la navaja”
La situación actual en España es diferente a la de entonces, con un descenso del paro que parece acompasado con el de la NAWRU. Esto implica que la reducción del paro es más sólida que en otros momentos, aunque hay que tener en cuenta el efecto de las reformas económicas desarrolladas por España en la última década (empezando por las reformas laborales de 2012 y 2021) pero también el impacto de las políticas para responder al impacto de la pandemia desde 2020. Y, cómo no, a la subida de tipos por parte del BCE para contener la inflación.
Así, el incremento del PIB y la moderación de la inflación son datos que parecen despejar las sombras, pero con el precedente de los años previos a la crisis financiera, que la tasa de paro real y la estructural estén tan cerca no deja de ser preocupante. Se puede decir que el semáforo aún no está en rojo, pero empieza a parpadear en ámbar.
De hecho, las cifras de desempleo ya empiezan a quedar por debajo de la NAWRU en 2023: 12,35 frente a un 12,2% en 2023. Una brecha de una décima que, según las estimaciones de Bruselas, se irá ampliando en 2024 a tres décimas (11,9% vs 11,6%) y a medio punto en 2025 (11,6% de paro estructural frente al 11,1% de paro). Aunque aquí hay que recalcar que el desempleo estructural es una estimación en la que Bruselas y el Gobierno español no coinciden.
En la última actualización del Programa de Estabilidad 2023-2026, el Ejecutivo estima que la NAIWU pasará el 10,8% de la población activa (dos puntos por debajo de lo estimado por AMECO) a un 9% en 2026, en línea con la evolución prevista de la tasa de paro. Pero, aunque este pronóstico se cumpla sigue sin resolver el problema de fondo: la correlación entre ambas tasas es demasiado estrecha para sacar a España del ‘filo de la navaja’: o se mantiene una tasa de paro de dos dígitos (muy lejos del 8% previo a la Gran Recesión) o la economía corre un riesgo de desequilibrarse de nuevo.
¿Cómo se sale de esta disyuntiva? Una economía con una tasa de paro del 11,2% y aspira a seguir reduciéndolo, necesita recortar mucho más rápido su tasa de paro estructural, lo que es sinónimo de reformas más ambiciosas. Tanto en el terreno económico y del modelo productivo, como en el propiamente laboral.
En este último año, diversas voces, desde Caixabank Research al Banco de España, han puesto el foco en esa cuestión, con propuestas para avanzar que van desde mejorar la formación de los trabajadores, reformar las políticas activas de empleo o cambiar las condiciones de las prestaciones por desempleo para incentivar la ‘reactivación’ de los parados. Una idea esta última que el Gobierno hizo suya en su reciente y polémica reforma de los subsidios.
Otras propuestas, como eliminar ‘rigideces’ del mercado laboral clarificando la causalidad de los despidos (lo que implica facilitar hacer despidos a 20 días, como planteó la reforma laboral del PP) parecen fuera de la agenda del Gobierno.