¡¡¡ LA JUBILACIÓN ES COSA DE LOS JÓVENES !!!

Todavía falta para ocuparme de la jubilación”, dicen muchos. Ya es tarde, pero no lo saben.

Probablemente hasta casi inicios del presente siglo podía pensarse que el Estado se iba a hacer cargo de la seguridad económica en la vejez mediante jubilaciones basadas en la transferencia de ingresos de trabajadores activos hacia ex trabajadores con el sistema de reparto de nuestro sistema de pensiones públicas.

Esa fue la experiencia de muchos de los que envejecieron entonces. Fue posible, no sin dificultades y escasez, debido a una gran proporción de población que trabajaba en relación a una acotada población jubilada. Pero ¿es posible y razonable seguir confiando en que “otro” se hará cargo de nuestra pensión? Nuestros hijos y nietos difícilmente puedan ser el sostén principal de esa financiación, pues cada vez son menos y el trabajo “normal” es cada vez un bien más escaso.

El Estado, en cualquier caso, deberá asumir el costo necesario para evitar la pobreza de los mayores. Uno de los objetivos de los sistemas de pensiones es que ninguna persona caiga por debajo de un estándar mínimo de vida cuando ya no está en aptitud de trabajar. La escasa incidencia de la pobreza en la vejez es un gran logro social a mantener. La incidencia de la pobreza en la infancia y juventud es 10 veces superior al de la vejez. Es un fenómeno conocido desde hace más de 40 años: la “infantilización de la pobreza”.

Pero no solo se trata de obtener un ingreso mínimo. Las personas aspiramos mantener cierta relación con lo que fue el estándar de vida previo a la jubilación. Ese es un segundo objetivo de los sistemas de pensiones: permitir a las personas reasignar consumo en el ciclo vital, redistribuyendo ingresos de su juventud y madurez a su vejez. Es razonable aspirar a una adecuada relación entre el ingreso de las pensiones y el salario habitual previo (la tasa de sustitución)

La planificación de la seguridad económica para esa (afortunadamente larga etapa de la vida) debe iniciarse tempranamente. “¿Por qué pensar en eso si acabo de empezar a trabajar?“, piensan los más jóvenes. El ahorro tiene muchos enemigos, empezando por nosotros mismos. “Señor, hazme casto, pero no todavía” dijo san Agustín. Queremos hacer lo que se supone debemos hacer, pero más adelante. Procrastinamos en el ahorro, como san Agustín en la castidad.

Cuando se trata de prever la seguridad económica en la vejez, la conducta de las personas se caracteriza por la miopía. Nos cuesta imaginarnos cuarenta años por delante y pensar que nuestras acciones de la juventud condicionarán la seguridad económica cuando ya no podamos obtener ingresos con el trabajo. Si se trata de ahorrar, la preferencia por el consumo presente nos lleva a que cuando queremos reaccionar, ya no hay tiempo.

Antes de la generalización de los sistemas de pensiones, las familias solían acumular ahorro, previendo las necesidades de cuando ya no fuera posible trabajar. Luego esa práctica decayó fuertemente. Pasó a los ingresos que proveerían los sistemas de pensiones basados en la financiación de los sistemas de reparto intergeneracional: los muchos jóvenes activos financiaban a los pocos viejos. Esa fue la historia casi hasta ahora. Algunos países se fueron apartando de esa estrategia financiera: países como Dinamarca, Países Bajos y más recientemente Alemania, Noruega, Nueva Zelanda, Reino Unido, Suecia e incluso Italia. Todos ellos en diferentes momentos y grado se orientaron hacia sistemas mixtos, parte financiados con transferencias intergeneracionales (cotizaciones) y parte financiados mediante capitalización completa (la magia del interés compuesto).

El interés y preocupación por la seguridad económica en la vejez debe ser cosa de jóvenes. Los que ya no son jóvenes, más que planificar solo pueden sufrir de lo que les deparó el “destino. Es imprescindible mucha información de calidad, fácilmente accesible, a edades tempranas y con opciones fácilmente ejecutables que ayuden a que el ahorro le gane la partida al consumo desaforado. Todo un desafío cultural, con el que nuestros padres y abuelos se encontrarían cómodos.

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