En España llevamos ya década y media de estancamiento y cada semana aparece una nueva estadística que nos recuerda que algún país del este ya nos ha superado en esto o aquello
Las reformas laboral y la de las pensiones, quizás las más importantes que teníamos por delante, nos han recordado que seguimos atrapados en la misma tela de araña y todo lo apostamos a caer en eufemismos para no afrontar de cara los problemas acuciantes. Para acabar con la temporalidad laboral sacamos del baúl los fijos discontinuos (cuya duración media aún se desconoce pero si se sabe que se han producido más de 2,8 millones de despidos de contratos fijos-discontinuos) y así intentar que las estadísticas sean magníficas aunque sigamos siendo los líderes del paro no ya de Europa sino de toda la OCDE. Aumentamos las cotizaciones para vender que no bajamos las pensiones aun a sabiendas que en tres años las tendremos que volver a subir pues el gasto es insostenible con los sueldos y cotizaciones presentes y futuras a corto plazo. Así salimos del paso incluso aunque sepamos que nos arriesgamos a destrozar la economía productiva, o a ver cómo se marchan los más talentosos de nuestros jóvenes.
A mediados de los 80 y comienzos de los 90, Italia tenía una renta per cápita similar a la de Alemania u Holanda. Hoy es un 30-40% más pobre que los países del centro y norte de Europa. Desde hace cuatro décadas, viven en una suerte de parálisis. Cada vez más lejos de los países ricos, pero sin nada que les empuje al precipicio de una quiebra o una recesión brutal. El objetivo es sobrevivir al día siguiente y no hacer nada que moleste a los que viven (bien o mal) del actual estado de las cosas. Con un poco de las buenas empresas que todavía sobreviven; otro poco de ser parte de la Eurozona, con acceso inmediato a algunos de los mercados más ricos del mundo; y lo que aportan el clima, la historia y ese turismo que nunca fallará. Con eso, van tirando.
En España tenemos zonas que ya anticipan lo que seremos. Un país envejecido; en el que la economía productiva del pasado cada vez es menos capaz de competir en el futuro; en el que va produciéndose un goteo de fábricas o tiendas que van cerrando sin que exista un sucesor, por no hablar de la España vaciada y, además, seca.
La parte buena es que nuestro país seguirá siendo uno de los que tengan más calidad de vida del mundo. Lo que nos gusta de nuestra forma de vida es algo que otros no pueden copiar fácilmente (de nuevo, el factor cultural-social-histórico, que va desde la gastronomía al clima). En Madrid, Barcelona, el País Vasco o las ciudades costeras más dinámicas, la apariencia seguirá siendo europea, un poco como cuando uno visita ahora Milán o Turín (yo, por motivos familiares, voy al menos 6 veces al año y lo conozco de primera mano). Pero en el interior y en las regiones más envejecidas no es tanto y ahí tendremos sobre todo subsidios, funcionarios y una muerte lenta y silenciosa. Es lo que hemos escogido. Y siempre con la espada de Damocles de que algo se descontrole y nos encontremos con una quiebra similar a la de Grecia.
Seguro que dentro de 20-30 años nuestros hijos vivirán mejor que nosotros. Europa será más rica y España también. Más ricos que ahora, pero más lejos de los más ricos. Quizás lo que más nos enfade sea que a nuestros equipos de fútbol (como a los italianos) les costará cada vez un poco más fichar a los mejores.
Hay que ser realista: hemos optado por el camino que creemos que es más sencillo cuando en realidad sólo es más cortoplacista. ¿Va a afrontar esos cambios de los que tanto precisamos un país con una edad media que cada vez estará más cerca de los 50 años?. Hemos escogido conformarnos. Esperemos que al menos eso que queremos conservar… no lo perdamos también en el intento. Porque, además, no somos tan ricos como para pensar que ya estamos en la posición que otros envidian.