Cuando se pagan más impuestos que nunca se tienen los peores servicios públicos (energía, comunicaciones, transporte, sanidad,…)
Nos desayunamos con la noticia de que la línea del AVE Madrid-Sevilla durante la tarde de este domingo y hasta la madrugada del lunes y que ha afectado al menos a 30 trenes y más de 10.000 viajeros se debe, se a un posible robo de cable con fines, según el propio Gobierno, posiblemente de un sabotaje político sin ningún interés económico. Hace justo una semana el gran apagón dio lugar a un escenario al que nos hemos trágicamente acostumbrado: de un lado quienes elogian la actuación del Gobierno y aprovechan para culpar a las nucleares y al PP, y del otro los que destacan el deterioro de nuestras infraestructuras desde que gobierna el PSOE y el fanatismo de la izquierda respecto a las energías renovables.
Lo más lamentable de estos episodios de la realidad española es que son fundamentalmente cuestiones técnicas, son asuntos de cables. Todo esto lo manejan unos responsables a los que se supone capacitados para tomar las decisiones correctas y al frente de todos hay cargos políticos que son quienes tienen que asumir la responsabilidad en el que caso de que algo no funcione. El responsable del apagón general es la presidenta de red eléctrica, que debería haber presentado de inmediato una explicación, todo lo abierta en esos momentos dada la complejidad del sistema, y calmar a la ciudadanía anunciando medias rápidas para abordar los cambios que fuesen necesarios para que, en la medida de lo posible, no vuelva a haber otro apagón general. A partir de ahí, se trataría “simplemente” de dejar trabajar a los especialistas sin que los políticos se interpongan para decir cuáles son las soluciones progresistas y cuáles son las reaccionarias. La mayoría de las personas no tiene una preferencia especial por un modelo u otro de sistema eléctrico, siempre que sea eficaz y de garantías.
Sánchez tiene la habilidad de convertir en una guerra civil hasta el más sencillo juego de niños. Su punto de partida es que él nunca se equivoca, ni en sus propias acciones ni en las de aquellos a los que ha nombrado. El paso de prescindir de los responsables políticos inmediato queda, por tanto, descartado. A continuación, el pensamiento natural de qué hacer para corregir lo que está mal, se ve sustituido en la mente de Sánchez por el cálculo sobre cómo sacarle rendimiento político a este asunto y perjudicar al PP.
No parecía fácil en el caso del apagón, pero la fe de Sánchez en sus propios recursos y en la credulidad de sus seguidores es infinita y sólo se trataba de encontrar una rendija por la que colar un relato falso, pero de apariencia progresista. Aparecieron entonces la avaricia de las compañías eléctricas y la perversidad de la energía nuclear, que si no tienen nada que ver con lo ocurrido, sí valen para desviar la atención y convertir de nuevo este problema en una contienda civil: de un lado los buenos, que reconocen el esfuerzo del Gobierno y fustigan al supuesto lobby nuclear y del otro, los malos, que piden injustamente dimisiones.
El resultado, como ocurrió recientemente con la tragedia de Valencia, es que nadie ha resultado ser responsable de estos asuntos ni el país se ha puesto a trabajar seriamente para que no vuelva a ocurrir. El odio y el sectarismo político inoculado a la sociedad por este personaje está destrozando las capacidades de nuestro país y esquilmando nuestro progreso.
Los dos bandos enfrentados parecen hoy dispuestos a sacrificar su propio bienestar siempre que pueda culpar de ello al contrario. La sociedad que queda en medio de esos dos bandos, aún mayoritaria, es cada día más apática y aislacionista. La conciencia cívica de los españoles debe de extenderse hoy a la fiscalización y, si es preciso, la condena de aquellos a los que pone con su dinero en los cargos públicos.
El apagón podría haber sido más duro, pero también podría haber sido mejor.
Estamos a cuatro comidas del caos. Ese límite: 48 horas es el margen que separa la normalidad de la anarquía. Si la emergencia es breve, podemos permitirnos disfrutar del paréntesis forzoso. Pero si la incertidumbre persiste, la transición al caos es rápida. El factor tiempo es la causa más obvia de empeoramiento.
El efecto dominó es tal que ni siquiera se sabe con certeza su alcance. Es un círculo vicioso de interdependencias, con consecuencias en cascada. Cuanto más tiempo esté un servicio sin funcionar, más tardará este en regenerarse
La reflexión final es que no pedimos grandes cosas, solo que todo funcione. Metro, trenes, semáforos, luz, y explicaciones rápidas cuando hay problemas. “España ansía normalidad”. Y ahora sabemos cuánto nos hace falta.