Se apagaron las luces y se acabaron las fotos. La deseada instantánea de Pedro Sánchez con el presidente americano por fin ha llegado y el álbum de fotos de la Moncloa se va a quedar pequeño con tantos retratos que incluir.
Biden se ha ido, pero ha dejado en España dos problemas que no dejan de crecer y que sufre el amigo americano y también se sufren en España: la inflación y el adanismo. Los precios están desbocados en nuestro país y ninguna de las medidas del gobierno son capaces de frenar la escalada. Para colmo la subida de tipos del Banco Central Europeo aprieta más la soga a los españoles por el encarecimiento de las hipotecas. El verano será el más caro de la historia y a nuestra inflación basada en un shock de oferta (los productos se han encarecido porque las materias primas y la energía que utilizan las empresas son más caras por la Guerra y la reseca pandémica) se retroalimentará porque estamos agotados de tantas malas noticias y vamos a gastar en vacaciones como si no hubiese un mañana (shock de demanda).
Sin embargo, la inflación americana que tiene su origen -a diferencia de la europea- en un shock de demanda o lo que es lo mismo un aumento voraz del consumo que las empresas no pueden atender y que lleva a que los compradores paguen más por satisfacer sus necesidades. Pero esa la inflación original ha ido mutando y ahora es tan importante la originada por la demanda como la tiene su origen en la oferta pues básicamente, el alza de los precios de la energía y el trasporte internacional han tensionado los precios provocando un nuevo shock, ahora de oferta.
La división irreconciliable de la sociedad americana no se ha difuminado con la llegada de Biden a la Casa Blanca. Y en Estados Unidos se vive la realidad como si el pueblo estuviese en dos salas de cine diferentes. Unos, que pueden ser votantes demócratas, luchan por la igualdad y defienden todo lo que sea (o se le parezca) a lo “políticamente correcto”. Otros, que apoyan a los republicanos se apalancan en el descontento social para derribar consensos como la libre circulación de personas y mercancías. Cada uno ve, lee y escucha sus noticias y la brecha entre ambos no deja de aumentar.
Adán, dice la Biblia, fue el primer hombre en la faz de la Tierra, y así se sienten algunos en Estados Unidos, pero también en España. Como si fuesen los primeros que defienden la democracia o los pioneros en escuchar a los desfavorecidos. Ese adanismo que divide al pueblo americano ha fructificado en España. Despreciamos las ideas de los demás, se gobierna sin tener en cuenta la experiencia de los que te precedieron, hasta llegamos a pensar que hemos inventado la democracia o pensamos que somos los únicos que pueden gestionar los problemas y, por supuesto, la culpa de todo siempre la tienen los demás. Ese adanismo patrio, alimenta un populismo en sus seguidores y al mismo tiempo el de tus adversarios. Gobernar creyéndose Adán y con la economía en contra, tiene un final conocido que no es otro que ser expulsado del jardín del Edén, como en las sagradas escrituras. Sánchez tiene un año por delante para enmendarlo y si no enfilará la carrera en el extranjero, eso sí con su álbum de fotos bajo el brazo.
Quizá Sánchez recuerde durante mucho tiempo lo bien que se lo pasó en esta gran cita internacional, pero no será con ese álbum de recuerdos fotográficos con el que ganará las próximas elecciones. En el mundo de todos los días, después de las mejores fiestas llega la resaca y cuanto antes salgas de ella, mucho mejor.
Ahora, tras “la fiesta palaciega” Joe Biden ya está de vuelta en su casa que sufre una polarización política jamás conocida; Boris Johnson, aterrizado en Londres, se dedicará a esquivar las balas amigas; Macron, pensativo en El Eliseo sobre la razón por la que un partido de izquierda populista le ha amargado las legislativas; Mario Draghi “escapado” prematuramente para apagar incendios políticos de su país, Stoltenberg desde su despacho de la OTAN, vigilará a los aliados con los que cenó en El Prado para ver que cumplen efectivamente sus compromisos de defensa, …
Pedro Sánchez ahora, después de sus tres días de gloria, de la máxima proyección internacional, de fotografías en todas las portadas, volverá a una realidad incómoda para cualquier gobierno, que es la economía y la sensación de que, pese a las medidas anticrisis, los españoles seguirán teniendo dificultades para llenar la cesta de la compra y el depósito de gasolina. Ahora el anfitrión Pedro Sánchez, que disfruta más haciendo de presidente en el exterior que en casa, volverá a la cruda realidad del país que ha arruinado y que ahora tiene que duplicar su gasto en defensa reclamando a que un partido al que él llama mangante le ayude porque sus socios son unos perroflautas. Un país al que su presidente ha hecho un destrozo institucional inédito en el mundo occidental, lo que se ha traducido en la pérdida de todas las urnas (salvo las catalanas) se han abierto desde que él ocupa la Moncloa.
Un país con los precios disparados por encima de los dos dígitos, justo el mes en que ha entrado en vigor el tope del gas que vendió como el bálsamo de fierabrás para que bajara la luz y no ha servido para nada
Un país con una deuda del 118 % con la amenaza de que pronto tengamos que financiarnos en los mercados sin el aval de la UE; con un crecimiento del 27,8 % del número de personas que se hallan ya en riesgo de pobreza, precisamente cuando mandan los que decían que no dejarían a nadie en el camino.
Un país con un aparato oficial mastodóntico con 1.200 asesores, de los cuales 383 son solo para el Presidente; con un Consejo de Ministros con 22 carteras, la mayor parte dedicadas a gastar caudales públicos en ideología e ingeniería social; con una coalición absolutamente rota que solo se mantiene en pie por el interés electoral de PSOE (de lo que queda de ese partido histórico fagocitado por el sanchismo) y de Podemos (un partido fallido sobredimensionado por sus nóminas y cargos públicos).
Las grandiosas imágenes de la cena del Prado harán que el Presidente se tenga que pellizcar para creerse la dignidad que un día ostentó y que dilapidó en alimentar su vanidad enciclopédica. Imágenes que le servirán a Sánchez para prepararse un porfolio que enseñorear por Europa en busca de un buen puesto internacional.
Pero el cuento de hadas ha dado a su fin y la carroza de la propaganda se ha convertido en una monstruosa calabaza, la misma que los españoles preparan para cuando Pedro Sánchez se mida en las urnas, si es que antes no ha huido a otros lugares para regocijo de los españoles de bien.