Entre los derrumbes que nos rodean, está pasando desapercibido uno cuyas consecuencias aún no adivinamos: el desplome del modelo sindical que ha sido mayoritario durante casi cuatro décadas en España. El crepúsculo de CCOO y UGT parece a estas alturas tan imparable como irremediable faltos de cada vez más apoyo, su futuro no puede ser más negro. Pero no se oyen muchas voces que lo lamenten. ¿NADIE LLORARÁ POR LOS SINDICATOS?
En la antesala de un nuevo Primero de Mayo, habrá que recordar que afortunadamente aún existen los sindicatos, porque la fuerza sindical ha conseguido históricamente avances fundamentales en la defensa del trabajador, en su mejora de condiciones. Hay un derecho a la huelga y hay un derecho a sindicarse. Pero a los sindicatos mayoritarios actuales, UGT y CCOO les ocurre algo parecido al cometa Halley, se dejan ver solo cuando gobierna la derecha en España.
No siempre fue así. La huelga más grande de la democracia en España se le hizo a un gobierno socialista, al gobierno de Felipe González. El 14 de diciembre de 1988, la Unión General de Trabajadores y Comisiones Obreras, comandados por sus respectivos líderes, Nicolás Redondo y Marcelino Camacho, hicieron que el país tuviera que pedir tiempo muerto. Con el corte de emisión de TVE, incluido.
Aquella huelga tuvo su origen en un polémico plan de empleo juvenil que presentó el gobierno de González. Básicamente, ofrecer al mercado, como carne barata y en condiciones míseras, a miles de trabajadores barbilampiños. España, al cierre de 2024, tenía una tasa de paro juvenil del 24,9%. Pero ya no hay huelgas generales ni se le intenta siquiera plantear un pulso al gobierno de Pedro Sánchez. Tenemos unos sindicatos ausentes, ausentes de su función combativa frente al ejecutivo. Sindicatos adiestrados por Sánchez y Díaz para que no se quejen en exceso, y enciendan su megáfono solo contra Trump o Milei, obsesionados con la peligrosa internacional ultra que acecha nuestra existencia.
Sindicatos que han confundido la ideología con el sometimiento. La afinidad gubernamental con el silencio cómplice. Aquí poco importa que Sánchez siga sin presupuestos, sin verdadera agenda social, como no hay excesivo ruido por una ineficaz política de vivienda, alquileres inasumibles, la pérdida constante de poder adquisitivo. Si el papel es criticar constantemente al PP, te llames UGT o CCOO, debe saberse que ya el gobierno de España puede u debe ocuparse de ello. El papel de los sindicatos debería ser otro, y que si se pretende arrogarse la portavocía de la mayoría social del país, hay que demostrarlo.
Sánchez puede presumir de paz social como el que presume de su tranquilo vecino, una vez que le ha comprado el piso, le ha obligado a cumplir sus normas y prometerle sumisión. Con la ininterrumpida pérdida de afiliados, ante la previsible poca repercusión de las manifestaciones del primero de mayo, y con la más que palpable distancia entre los que aspiran a representar, harían bien UGT y CCOO en replantearse qué futuro desean, ya no para la nación, ni siquiera para los currantes, para ellos mismos.
Como se decía al principio, ¿QUIÉN LLORARÁ POR ESTOS SINDICATOS?. Y contesto: YO. Por mucho que me separe de ellos, por mucho que los sepa corresponsables de su propio hundimiento, lamentaré su pérdida. Por motivos históricos, porque ambos tienen detrás una historia de esperanzas colectivas y sacrificios individuales que no merece un final así. Pero sobre todo porque no tenemos un recambio. Todavía no tenemos con qué llenar un hueco tan grande. Y no están los tiempos para abandonar ni una sola trinchera, por vulnerable que nos parezca esta.
NO, YO NO BAILARÉ SOBRE SU TUMBA,
MIENTRAS LOS CUERVOS RÍEN ALREDEDOR