¿QUÉ PASA CON LOS PARTIDOS SOCIALISTAS MEDITERRÁNEOS? ¿ PERO ÁUN EXISTE LA SOCIALDEMOCRACIA EN ESPAÑA ?

Es difícil saber en qué momento se comenzó a hablar en los últimos años sobre la crisis de la socialdemocracia. Lo cierto es que la popularidad de la socialdemocracia europea está al nivel más bajo desde los años 60 y ha caído de forma sistemática desde 2005.

Lo más paradójico es que la agenda socialdemócrata centrada en la lucha por la igualdad política y económica y la estabilidad de los individuos es hoy, tras la pandemia y los efectos de la guerra en Ucrania, más necesaria que nunca. Para hacer frente a la creciente concentración de la riqueza en el 1% más rico de la población, el cambio climático o al aumento de la incertidumbre económica es necesario buscar nuevos equilibrios entre Estado y mercado.

Sin embargo, para liderar respuestas efectivas a estos retos, los partidos socialdemócratas históricos deberán reinventarse desarrollando nuevas propuestas de política industrial; poniendo más acento en la regulación del sector privado en numerosas áreas desde las finanzas a la salud; buscando nuevas formas de incorporar a los migrantes; y vinculándose de forma más activa a los movimientos sociales. Si no lo hacen, serán poco a poco reemplazados por nuevos partidos con mayor capacidad para impulsar estas agendas.

Cada país es un mundo pero existen algunas razones que explican los problemas estructurales que enfrentan estos partidos:

EL SOCIALISMO FRANCÉS, HECHO TRIZAS

El verdadero problema del PS es más estratégico e ideológico siendo su dilema el seguir coaligado con el ecologismo radical y la izquierda extrema o bien, intentar que el partido vuelva a ser eje y fuerza mayoritaria de toda la izquierda.

Desde el sector moderado dicen que, de acuerdo a la experiencia el poder solo se ha alcanzado cuando el PS ha sido la fuerza hegemónica de la izquierda. De ahí la necesidad de reconstruir una formación de corte socialdemócrata, reformista, dispuesta a llegar a acuerdos electorales y programáticos con el resto de las fuerzas de izquierda, pero desde la plena independencia orgánica.

RÉQUIEM POR EL SOCIALISMO ITALIANO

El socialismo italiano (el partido demócrata -PD-) lleva un periodo amplio de debilidad, sin liderazgo claro. Tiene connotaciones reformistas y progresistas, que forma parte del Partido Socialista Europeo, pero no tiene tradición socialista.

Si echamos la vista atrás, tras la guerra, con las elecciones del 48, el PC le arrebató el liderazgo de la izquierda al PS. En los años 60 surge una generación de jóvenes  con la necesidad de arrebatar el alma de la izquierda a los comunistas y moderniza el socialismo coqueteando con los liberales. El escándalo Tangentopoli, la financiación ilegal de partidos políticos se llevó por delante el sistema en 1992, lo que posibilitó el ascenso de un publicista de cierto renombre que venía de ganar Copas de Europa como presidente del Milán: Silvio Berlusconi., Bettino Craxi (el nuevo líder socialista italiano) se fugó a Túnez tras caer un conglomerado podrido que trajo múltiples suicidios y murió exiliado en África en el año 2000. El país, desde entonces, dejó de tener partidos políticos con ideales grabados a fuego. Lo de hoy son sucedáneos.

Con la fundación del PD, en 2007, desaparece incluso la palabra socialismo. Hay fenómenos recientes que confirman la defunción del socialismo italiano: en Italia el 40% de la población ya no acude a las urnas , es el enésimo epitafio, el último réquiem -eterno ya- por un partido que ya no sabe qué hacer para nacer. Si volver la vista a Marx o agrandar la bandera arcoíris.

LAS FASES DEL DUELO GRIEGO DEL PASOK

El sistema de partidos griego se vio afectado por la crisis de la deuda soberana y provocó una caída en picado de los socialistas de la formación Pasok, quienes perdieron su posición dominante a la izquierda en favor de la Coalición de la Izquierda Radical (Syriza), dirigida por Alexis Tsipras. Diez años después, la triste caída en desgracia del Pasok puede compararse con el paso por las cinco etapas del duelo.

Poco después de su victoria electoral de octubre de 2009, Papandreu, tras descubrirse que el déficit anual era del 12,5% en vez del 3,7% declarado optó primero por la negación, pero Papandreu renunció a su cargo de primer ministro.

 En las elecciones de enero de 2015 el Pasok cayó hasta su mínimo histórico del 4,7% y Syriza alcanzó su máximo también histórico, el 36,3% de los votos nacionales. Los socialistas han permanecido en la oposición durante más de siete años consecutivos, más que en cualquier otro momento de su historia. Hoy en día, el Pasok cuenta con posibilidades de gobernar, pero como un socio menor.

EL PSOE ACTUAL TIENE UN GRAN PROBLEMA: PEDRO SÁNCHEZ

Fundado en 1879 por Pablo Iglesias, durante cien años se definió como un partido de clase obrera, socialista y marxista, hasta el Congreso Extraordinario de 1979, en el que abandonó el marxismo como definición ideológica. La colaboración socialista con la dictadura de Miguel Primo de Rivera (1923-1931) es considerada como difícil de entender desde la óptica actual. Durante el primer bienio (1931-1933) de la II República española el PSOE fue una fuerza fundamental en la coalición que sostuvo los gobiernos de Manuel Azaña, gestionando diversos ministerios.

La deriva radical del PSOE culminó en la Revolución (en puridad un golpe de Estado armado contra la República) de 1934, en la que el PSOE y la UGT lideraron un violento movimiento insurreccional que sólo triunfó en Asturias. En 1935, el PSOE participó en el Frente Popular, que aglutinaba a fuerzas republicanas de izquierdas, socialistas, comunistas y nacionalistas. Esta obtuvo un ajustado triunfo en las elecciones de 1936, pero su gobierno se vio interrumpido por el alzamiento militar del 18 de julio de 1936 y la posterior guerra civil. Tras el triunfo de los rebeldes y el establecimiento de la dictadura franquista, el PSOE fue ilegalizado junto con el resto de partidos. De hecho, en los años del franquismo la actividad del PSOE fue muy limitada y el peso de la resistencia antifranquista recayó básicamente sobre el Partido Comunista de España. En los últimos años de la dictadura, el PSOE acometió una renovación generacional que se hizo efectiva en el Congreso de Suresnes de 1974, cuando Felipe González se puso al frente de la Secretaría General del partido

Tras la reinstauración de la monarquía parlamentaria en España, el PSOE se convirtió junto al Partido Polular en uno de los dos grandes partidos del panorama político, habiendo gobernado el país durante la mayor parte del régimen constitucional iniciado en 1978, con las presidencias de Felipe González (1982-1996), José Luis Rodríguez Zapatero (2004-2011) y Pedro Sánchez (2018-actualidad).

En julio de 2014, Pedro Sánchez se convirtió en el nuevo secretario general del PSOE, pero en octubre de 2016, tras la celebración de un tenso Comité Federal, presentó su dimisión. Finalmente, en junio de 2017 Pedro Sánchez consiguió de nuevo el apoyo mayoritario de la militancia en las primarias de su partido recuperando así su cargo orgánico. A  finales de mayo de 2018 Sánchez presentó una moción de censura contra el presidente Rajoy  que consiguió el apoyo mayoritario de la Cámara y se invistió automáticamente como presidente del Gobierno. Convocó elecciones generales en abril de 2019, en las que a pesar de salir victorioso con 123 escaños no logró formar gobierno y produjo la que sería la cuarta convocatoria a elecciones generales en menos de 4 años. En noviembre de 2019, obteniendo 120 escaños, finalmente es investido presidente en enero de 2020, formando el primer gobierno de coalición de la historia de la democracia española, con Podemos.

Dos acontecimientos súbitos e inesperados –la pandemia y una guerra a las puertas de Europa– han hecho que la situación tome un giro de imprevisibles consecuencias El PSOE poco a poco ha perdido el favor mayoritario de los votantes. Ahora, para gobernar se ve en la paradoja de tener que pactar con partidos minoritarios que no esconden su radicalismo antisistema ni la voluntad de ruptura de la unidad nacional. El tronco mayoritario de la sociedad comienza a añorar con creciente fuerza, la sensatez y capacidad de concordia de la que España hizo gala en la Transición. Desde su victoria en las primarias para ser secretario general del PSOE después de su salida abrupta, Pedro Sánchez ha convertido al PSOE en un instrumento personal para permanecer en el poder. Sánchez ha sometido al socialismo español a tal grado de tensión que lo normal es que explote y se parta en pedazos, sería el final a 144 años de existencia de aquel PSOE fundado por Pablo Iglesias en 1879.

¿ PERO ÁUN EXISTE LA SOCIALDEMOCRACIA EN ESPAÑA ?

El PSOE se ha convertido en una estructura monolítica, unipersonal, y, por tanto, indivisible

 Muchos están contando el cuento de que el problema del PSOE es Sánchez, solo Sánchez y nada más que Sánchez y que una vez esté fuera el actual secretario general, todo se arreglará porque el PSOE es inocente y benéfico. Pero no, la culpa de la situación del partido es de los barones del PSOE y de sus bases (¿de quién si no?). Los barones territoriales son incapaces de levantar la voz de verdad y sólo lo harán cuando Sánchez se haya ido por perder todo el poder.

Sánchez desarticuló la democracia interna y nada se mueve en el partido sin la aquiescencia de su secretario general porque ya no hay disidencias ni corrientes, sólo palmeros: los barones territoriales:

  • aceptaron los votos de Bildu aunque Sánchez prometió que no lo haría, pues eran «progresistas.
  • sonrieron cuando Sánchez se desdijo y pactó con Pablo Iglesias, aunque esa decisión no la inventó Sánchez con su «no es no», sino Zapatero en 2003 con su Pacto del Tinell.
  • han estado en silencio viendo a los ministros de Podemos proponer leyes nefastas, y aguantaron los insultos de Pablo Iglesias porque era el socio del jefe
  • aceptaron el indulto de Sánchez a los golpistas de 2017 para pactar con ERC la gobernabilidad del Estado.
  • bajaron la cabeza tras la indecente “carta a la ciudadanía” (¡en dos fases!) de su líder
  • siguen tragando con la Ley de Amnistía y, muy probablemente, con la “fiscalidad singular” comprometida con los independentistas indultados y amnistiados

Por primera vez en democracia, las elecciones generales del 23J no giraron en torno a cuestiones económicas y sociales, fueron de jugarnos la Constitución, es decir, la convivencia pacífica entre los españoles porque durante estos últimos años Sánchez y sus pandilleros del PSOE han querido sustituir a la reconciliación nacional y aspiran, por las buenas o por las malas, a destruir la unidad del Estado, para lo que exigen referendos de autodeterminación en los territorios que lo soliciten.

No sabemos qué quedará del PSOE tras Sánchez, porque Sánchez es producto del PSOE. La duda es si este PSOE, con esos dirigentes y la deriva radical de su militancia, será capaz de alumbrar algo diferente que sea útil a la democracia española, no solamente útil a una persona o a su propio partido.

Solo lo que es complejo puede descomponerse, por eso el Partido Socialista no va a romperse. Conviene fijar previamente el camino recorrido para que el PSOE se haya convertido en una estructura monolítica, unipersonal, y, por tanto, indivisible. La uniformidad del discurso es un objetivo deseado por todas las fuerzas políticas de las democracias liberales, como la española, pero la unidad de criterio no puede ser el resultado de una imposición, sino del diálogo entre las partes, del debate y de la confrontación de ideas.

Ha sido la degeneración del sistema de elecciones primarias la que ha eliminado los contrapesos tradicionales del PSOE para instaurar este modelo que algunos llaman “cesarista”, precisamente aquellos que promocionaron internamente la implantación de este modelo de organización interna. El resultado ha sido este Partido Socialista no va a romperse porque lo conduce un líder, Pedro Sánchez, que tiene el favor de la militancia que lo respalda y que nada le reclama. Todo lo demás queda al margen.

La última demostración de la planicie ideológica en la que ha caído el PSOE nos la ha ofrecido un expresidente, José Luis Rodríguez Zapatero, que es, a su vez, quien más jalea a Pedro Sánchez y quien más veces se ofrece para dar la cara por él, aun en las peores circunstancias. El comité federal del PSOE, como es sabido, es un órgano compuesto a la medida de su líder pero aun así sigue siendo “el máximo órgano entre congresos”, con competencias exclusivas en el seguimiento y control de la acción del Gobierno y en la determinación de las alianzas electorales. El último comité federal que se ha celebrado fue hace dos meses, el 24 de abril, y todo el mundo lo recordará porque no ha existido nada igual en la historia centenaria del PSOE. Unos días antes, Pedro Sánchez hizo pública aquella carta en la que amenazaba con dimitir, porque un juez había aceptado investigar a su mujer, y el PSOE reunió al comité federal para que, uno por uno, sus integrantes más destacados fueran desfilando delante de los micrófonos para alabar, implorar y elogiar a su líder. Pedro Sánchez ni siquiera asistió a la reunión… El expresidente González extraña sus tiempos, en los que en el Comité Federal había un «20% o 30%» de voces discrepantes y «los debates duraban un día, o un día y medio». «Eso se ha acabado», lamentó.

Desde entonces han pasado en España unas elecciones catalanas y unas europeas; las elecciones vascas se celebraron un poco antes, igual que las gallegas. El Congreso ha aprobado la ley de amnistía y el secretario de organización del PSOE sigue negociando su aplicación, fuera de España, con quienes se fugaron de la Justicia. En todas esas circunstancias, el PSOE, como partido, no ha existido; ni siquiera ha reunido a sus principales órganos para revestir todo lo anterior de, al menos, una apariencia de democracia interna.

Desde Zapatero, el PSOE lleva sufriendo una deriva populista que lo ha acercado, tanto por necesidades electorales como por razones ideológicas, a posiciones protonacionalistas. Zapatero hizo posible el nuevo estatut por espurios intereses electorales cuando en Cataluña nadie lo reclamaba, lo que terminó provocando el crecimiento del separatismo y el inicio del proceso independentista. Fue la época de la plurinacionalidad, el federalismo asimétrico, la nación de naciones y el confederalismo, esa cacharrería que el socialismo español ha hecho definitivamente suya. España era, según Zapatero, un concepto discutido y discutible. Y ser vasquista o catalanista era indiscutiblemente progresista mientras que ser españolista era lo más reaccionario del mundo.

Durante los últimos tiempos, Sánchez ha concedido el indulto y después la amnistía a los líderes del proceso independentista que se saltaron la Constitución Española y pretendieron romper el Estado, corruptos incluidos, a cambio de que lo mantengan en la Moncloa. En estos mismos momentos, el PSOE negocia con ERC la concesión de una financiación singular (o sea, privilegiada) o un concierto económico para que Cataluña aporte menos de lo que le corresponde aportar a la solidaridad interterritorial, lo que no será sino el final de la igualdad, la solidaridad y la redistribución entre territorios y personas. Y a continuación puede darse, si el PSOE lo necesita, el ejercicio del derecho a la autodeterminación, lo que significaría la destrucción definitiva de España.

Las elecciones primarias, implantadas hace dos décadas con la intención de abrir el partido a la sociedad, son las que, paradójicamente, han acabado constituyendo el modelo de organización más cerrado y excluyente; el modelo perfecto para quien, en vez de promover el debate y la diversidad interna, lo que busca es aniquilarlas para fortificar su liderazgo. Uno de los principales ideólogos del PSOE de los primeros años de la democracia, el gaditano Ramón Vargas Machuca, acabó admitiendo abiertamente su error: “Me equivoqué. Me guiaba una buena intención; una más de las que el infierno está empedrado. Pedro Sánchez es hoy un caso paradigmático de cesarismo y caudillismo”.

Lo tienen claro, pero ni Vargas Machuca, ni Felipe González, ni Javier Lambán, ni García-Page, ni Cándido Méndez, ni Alfonso Guerra van a abandonar el PSOE, ni va a caer en el inmenso error de querer fundar un partido alternativo pues fuera de esas siglas, no hay nada que ampare a la socialdemocracia. El último intento, Izquierda Española, se presentó a las elecciones europeas y consiguió exactamente 32.717 votos, de modo que el destino del PSOE será uno u otro, pero lo que no va a ocurrir es que se rompa.

El proyecto de la derecha es eterno por definición y que exista en nuestro país una izquierda que defienda a la vez los servicios públicos, la igualdad y la unidad de España sigue siendo indispensable. La izquierda nació para resolver conflictos laborales de los siglos XIX y XX que hoy están obsoletos, aunque no resueltos. Los actuales líderes de la izquierda ni siquiera fingen ya tener solución para ellos: en vez de afrontarlos, tiran por un camino mucho más sencillo y apostar por las llamadas ‘políticas de la identidad’, la defensa de grupos subalternos presuntamente oprimidos. Resumiendo mucho: la izquierda cada vez tiene menos músculo cuando necesita el doble de fuerza para cada paso. En cualquier caso lo cierto es que la izquierda se desintegra porque ha desintegrado los cimientos que la sostenían.

El peor enemigo de la izquierda española en este momento es la propia izquierda, y ella sola se basta y se sobra para devorar sus entrañas. Nuestro progresismo vive sometido al separatismo burgués de Cataluña y País Vasco. Parece que no hay lesión que nuestra izquierda no esté dispuesta a autoinfligirse. Primero se hizo compatible ser de izquierdas y nacionalista y después se hizo obligatorio. Es todo eso que algunos han llamado «izquierda reaccionaria» en contraposición a la izquierda progresista e igualitaria que vemos tan necesaria. Si uno defiende la unidad de España es considerado automáticamente de derechas, y si uno se acerca o asume las posiciones de nacionalistas, separatistas o independentistas, entonces es más de izquierdas que nadie. Y esa guerra es una guerra perdida de antemano que solo lleva a la melancolía.

 

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