LOS NUEVOS JÓVENES AIRADOS

La izquierda mediática está más preocupada porque los jóvenes salgan «de derechas» que por las noticias sobre la corrupción del Gobierno, el PSOE y el entorno familiar del presidente. Les importa más esa deriva juvenil que el impacto que pueda tener el uso de la prostitución en boca de quienes se dijeron adalides del feminismo. Tampoco parece que  les afectan el gravísimo problema de la precariedad laboral, los sueldos miserables y la escasez de vivienda asequible. Los jóvenes, al menos una parte significativa, piense que esto no funciona y que es un timo.

Esos jóvenes observan a Yolanda Díaz, la comunista que disfruta de una residencia oficial de 500 m², vestida siempre como si estuviera esperando a un fotógrafo del ¡Hola! de los 70, con bolsos que valen la mitad del sueldo de un repartidor de Uber. Soportan a un presidente que alardea de moralidad cuando saben que hizo carrera con el dinero sacado de negocios de prostitución masculina y que falsificó su tesis doctoral. Ven al Gobierno de Sánchez a rendir pleitesía al prófugo golpista  Puigdemont. Recuerdan que Pablo Iglesias hablaba de «casta» hasta que se enriqueció y se convirtió en «casta». Y han visto que el Estado les ha abandonado en cada tragedia, desde la covid hasta la dana de Valencia o los incendios de este verano pasado.

 

El PSOE gobernante ha conseguido que los jóvenes piensen que las Cortes son un teatro inútil, que los jueces son prevaricadores, que la prensa miente, y que la administración se puede colonizar para colocar a los peones del partido. ¿Qué van a pensar si estos socialistas han conseguido que se consolide la idea de que el Estado es un negocio del que beneficiarse de forma espuria, y que por tanto no merece respeto alguno? ¿Si la clase dirigente no respeta el Estado, cómo pueden esperar que lo hagan los ciudadanos?

 

La antipolítica crece como la espuma entre los jóvenes. Es imposible que empaticen con esta clase política, que se vean defendidos con estas leyes, que crean que la continuidad de lo existente va a beneficiar sus vidas. Encima escuchan que no cobrarán la pensión de jubilación por mucho que ahora se esfuercen, mientras otros, los mayores, disfrutan. O leen que los inmigrantes irregulares llegan y reciben un mínimo vital. Sienten que todos viven mejor que ellos. Están cansados de los privilegios del resto, y piensan que nadie les atiende, o que cuando lo hacen es para sacar unos votos. La sensación de hartazgo es palpable.

 

El CIS nos desveló que solo el 21% de los jóvenes entre 18 y 24 años está satisfecho con el sistema, lo que casi se equipara con los que prefieren un régimen autoritario. No olvidemos que esa juventud conoce el despegue de China en las dos últimas décadas, que no es un país con una democracia liberal. Mientras la Unión Europea no hace más que prohibir y anunciar chorradas que nadie ha votado, y se muestra acomplejada frente a Rusia y Estados Unidos, esos jóvenes ven a una China eficaz, que genera bienestar material e infunde respeto.

 

Esa juventud antipolítica, que va creciendo, no ve utilidad a los derechos políticos, especialmente a votar. Cree que ir a las urnas solo sirve para alimentar a esa clase dirigente que vive, no al margen de la realidad, sino muy por encima de ella. Es por esto que esos jóvenes acaban prefiriendo un gobierno que les procure bienestar material aunque sea autoritario, antes que uno que solo hace promesas entre prohibiciones y efusión de arcoíris, y donde se sienten engañados.

 

El fenómeno no está ocurriendo solo en España, aunque esto no consuela. La clase política no puede mostrar tanta ostentación arrogante combinada con ineficacia, en medio de problemas sociales y laborales tan graves.

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