La calidad de los empleos temporales acumula dos décadas en caída libre
Tras la última reforma laboral siguen empeorando y retroceden en 8,1 días
La reforma laboral parece haber tenido un efecto secundario sorprendente: la duración media registrada de los contratos ha caído a su mínimo histórico en 2024, según los últimos datos recopilados por el Servicio Público de Empleo Estatal (SEPE). Quedó exactamente en 45,26 días, 8,1 menos que 2021. Aunque lo de ‘sorprendente’ admite dos importantes matices. El primero, que el dato solo engloba contratos temporales cuya fecha de caducidad se establece en el momento de la firma. Es decir, no incluye a los indefinidos. El segundo, que el de los últimos años no es ni de lejos el mayor retroceso: desde 2006 el indicador acumula una caída de 33,9 días, arrastrado por un desplome en la industria y la construcción. Todo un misterio que dice tanto acerca de la evolución de la precariedad de la economía española como de la eficacia de los cambios legales que pretendían erradicarla.
El que entró en vigor hace tres años atacó la contratación temporal por varias vías, empezando por la desaparición de los contratos por obra y servicio, que hasta entonces agrupaban la mayoría de la categoría de los temporales de «duración indeterminada». Es decir, que se firman sin fecha de caducidad cerrada y, por lo tanto, tampoco cuentan para esta estadística. La norma también reforzó la causalidad para justificar hacer un contrato eventual y endureció las condiciones para prorrogarlo, lo que también repercute en la duración registrada.
Entre 2021 y 2024 el número de contratos temporales ha caído un 48%, hasta los 8,9 millones y los indefinidos se han disparado un 207%, hasta los 6,4. Pero el acumulado de ambos tipos ha caído un 20%, lo que se explica porque la proporción de contratos fijos sobre el total ha pasado de 1 a 4 de cada diez.
¿Cómo se justifica que se firmen menos temporales, pero duren menos? Hay que tener en cuenta que la duración se calcula sobre los contratos existentes, con lo cual el dato no fluctúa solo porque aumenten o disminuyan, sino que refleja otras causas, como una crisis económica que afecta las decisiones de contratación, o un cambio legal. Es decir, reflejan las circunstancias que llevan a las empresas a hacer contratos eventuales más largos o no, lo que también influye en su posible conversión a indefinido.
La reforma de hace tres años buscaba que solo se puedan hacer estos contratos cuando esté plenamente justificado y, además, siempre se concrete la fecha de caducidad en el momento de la firma. Los únicos contratos eventuales de ‘duración indeterminada’ son los de sustitución, que sumaron 1,1 millones. En 2021, contando los extintos de obra y servicios, la cifra llegaba a 6,7 millones y suponían el 38,7% del total de los temporales. En 2024 apenas llegaron al 12,3%.
Por tanto, parece claro que la estadística está aflorando ahora empleos de muy corta duración que antes quedaban ‘enmascarados’ bajo los de obra y servicio. Pero también que las restricciones a la contratación temporal llevan a que las empresas que siguen recurriendo a ella lo hagan solo para puestos de menor duración que antes. En este sentido, el retroceso en la duración media no es necesariamente una mala señal porque responde a una ‘recomposición’ del modelo de contratación. Con un matiz importantes.
Pese a los buenos resultados de la reforma laboral, los contratos temporales siguen siendo seis de cada diez. En este sentido, que su duración media haya descendido sí supone problema para los trabajadores. Expresado con una imagen sencilla, los asalariados atrapados en este tipo de empleos se encuentran con que tienen 8,1 días de trabajo y sueldo menos que en 2021. Un cuestión que se complica cuando tenemos en cuenta que, como hemos contado en el Economista.es, apenas un 5% acaba convertido en indefinido y solo un 13% se prorroga. Es decir: el 82% restante caduca al llegar a la fecha determinada.
Un fenómeno que viene de antes
Sin embargo, si ampliamos el rango de análisis y nos fijamos en lo ocurrido desde el inicio de la serie histórica, en 2006 descubrimos que es una tendencia que venía arrastrándose desde mucho antes de la última reforma laboral. El descenso en esos 18 años acumulado es de 33,9 días. De hecho, la caída arrancó con la crisis financiera, y no se revertió con la recuperación a partir de 2013. Todo lo contrario.
El de los últimos ejercicios no es tampoco el mayor retroceso. Es más, si comparamos los ocurrido en los tres primeros años de la última reforma laboral con los tres primeros de su predecesora de 2012 (es decir, comparando la situación de 2011 y 2014), vemos que hace una década el descenso de la duración fue aún mayor: 9,6 días. Con la importante diferencia de que no se produjo por un recorte en la contratación temporal, sino que aumentaron un 15,4%. Además, queda la duda de que si cuatro de cada diez eran de duración indeterminada (por obra y servicio) el desplome en este caso pudo ser aún mayor.
Si hubiéramos escrito este artículo en 2014, tocaría hablar de más contratos temporales y más precarios. A pesar de que aquella norma pretendía incentivar la contratación indefinida abaratando el coste del despido y limitando las prórrogas. Pero sus cambios en el diseño de los contratos fueron más modestos que los de su sucesora, que, si bien no revertió el recorte en las indemnizaciones, sí atacó el andamiaje legal del empleo temporal.
Ahora bien, que las empresas no puedan hacer contratos temporales no significa que esos empleos no lo sean ‘de facto’.Las críticas a la última reforma laboral se han centrado sobre todo en el trasvase de la precariedad de los temporales a los indefinidos, en especial a los fijos discontinuos, que encadenan periodos de actividad con otros de inactividad den los que ni cobran salario ni están dados de alta de afiliación. Aunque también se percibe en un repunte sin precedentes de las dimisiones, despidos y bajas por no superar el periodo de prueba entre los indefinidos ordinarios. ¿Más contratos fijos, pero más precarios?
Lo cierto es que, aunque estas son señales preocupantes y hablan mucho de la calidad real del empleo, los mismos datos de Seguridad Social muestran que la duración efectiva del empleo, es decir, el tiempo que transcurre entre el alta y la baja de afiliación, ha aumentado.
Como ya contamos en elEconomista.es, el último Anuario de Estadísticas Laborales, correspondiente a 2023, revela que los asalariados han ‘ganado’ 48 días desde la duración media registrada en 2019, pasando de 189 a 237. Esta es una variable volátil (por ejemplo, durante la pandemia se vio muy distorsionada por los trabajos ‘congelados’ bajo ERTEs) pero la evolución marca un impacto positivo de la reforma laboral.
Pero también muestra que el 55,3% de los empleos dura menos de un mes. Es una mejora relativa desde el 60,2% de cinco años antes, si bien la elevada tasa explica la aparente contradicción entre los datos de contratos y los de afiliación: la dualidad del mercado laboral.
Un análisis en profundidad de ambas estadísticas muestra que las dos reflejan que la brecha entre empleos precarios y estables se ha reducido en número de empleos afectados (hay más indefinidos y menos temporales, lo que lleva a que la media de duración de los empleos aumenta por puro efecto composición) pero no en calidad. Los indefinidos son algo mas inestables y los temporales siguen recortando su duración.
La diferencia es que al reducirse el peso de los de duración indeterminada por la desaparición de los de obra y servicio, la información es más completa que antes. Y esto permite avanzar en la comprensión de una de las grandes paradojas del mercado laboral español que se traduce en que, pese a la reforma laboral ha reducido la temporalidad, mantenemos la mayor tasa de volatilidad de la UE.
La precarización de la industria
Una de las claves más esgrimidas para explicar este fenómeno es la composición del tejido productivo. Desde el arranque del siglo, se ha visto un proceso en el que la industria (que firma empleos más estables, incluso entre los temporales) ha perdido peso, primero a manos de la construcción y, tras la crisis, desplazado por el sector servicios, con empleos de corta duración (sobre todo en hostelería, comercio y educación).
Sin embargo, un análisis de los datos de duración de los contratos temporales por sectores muestra que la realidad es algo más compleja. Así, entre 2006 y 2011, coincidiendo con la primera fase de la crisis financiera, se produce un desplome sin precedentes de la duración media de los contratos en la industria y en la construcción, En agricultura y servicios hay un retroceso, pero mucho más suave.
Esto no se explica por la abultada destrucción de empleo en esos años (la duración no varía porque se firmen menos contratos) sino con la situación económica, que frena proyectos y altera las decisiones de la contratación. Pero con la recuperación económica y de actividad, las horas no vuelven a los niveles previos. En servicios y agricultura mantiene una tendencia similar (con la única excepción en el resbalón de la pandemia en 2020) .
En construcción hay una cierta remontada, lejos de los años anteriores marcados por el ‘boom’ crediticio. Ahora, muchas empresas se reorientaban hacia la rehabilitación y proyectos de sostenibilidad, regados por los fondos Next Gen. Pero tras la reforma, vuelve a caer y es el sector que más lo hace. De hecho, se puede intuir que el retroceso de los últimos tres años se debe a este sector. Pero aquí conviene recordar que la reforma introdujo los nuevos contratos indefinidos ligados a obra, diseñados ad hoc para las características del sector, incluyendo un tipo de cese propio.
Mientras tanto, la industria reduce sus horas hasta acercarse a un nivel muy similar al de los servicios. Ha pasado de un máximo de 188 horas en 2008 a 47 en 2024, apenas un tercio y que, como hemos explicado, no es achacable a los cambios introducidos por la última reforma. Un desplome sorprendente en 16 años que ilustra la creciente precariedad de este sector, no solo en términos de empleo, sino de actividad. Y muestra uno de los mayores desafíos de la modernización de la economía en España.