La Semana Santa es una festividad del siglo XIX aunque se suele presentar como una tradición muy anterior.
El mayor crecimiento exponencial de la historia de esta celebración se ha producido en un tiempo caracterizado por el abandono de los templos y el avance de la secularización.
El discurso “oficial” y de buena parte de los celebrantes es que la Semana Santa es una celebración ancestral medieval y barroca. Estas narrativas nostálgicas de tiempos que nunca existieron explican el auge actual de la Semana Santa. En una época marcada por la incertidumbre, el desarraigo y la aceleración del tiempo, las procesiones permiten viajar al pasado, que personas se arraiguen, se imaginen antiguas, se tradicionalicen.
Con independencia de lo que cada uno crea a nivel religioso la fiesta católica de la Semana Santa posee múltiples significados en los que se mezcla lo político y lo antropológico. La Semana Santa tiene significaciones confusas, incluso contradictorias. y los datos que tenemos nos decantan por las interpretaciones identitarias.
La principal característica de las procesiones en la Edad Moderna, es la continuidad formal: pasos barrocos, imágenes, incienso. Desde mediados del siglo XVIII, por la presión de ilustrados, las procesiones de Semana Santa fueron perdiendo el esplendor que alcanzaron en el XVII y a así a inicios del siglo XIX, las procesiones de Semana Santa habían prácticamente desaparecido. La Semana Santa que hoy conocemos tiene su origen a mediados del siglo XIX y durante el primer tercio del siglo XX se convierte en expresión de casticismo.
A mediados de la centuria, la fiesta se reinventa por completo y lo devocional deja paso a lo identitario, se carga de nociones de tradición más que sagrado. Así se convierte también en una celebración transversal socialmente.
Tras la proclamación de la II República dos diputados sevillanos del Partido Radical salvaron las procesiones en la Constitución, alegando que no se trataba de una fiesta religiosa, sino transversal a toda la sociedad, que además generaba múltiples beneficios y empleo por el turismo que atraía. Lo cierto es que bajo la Segunda República, algunos católicos se negaron a celebrar la Semana Santa y algunas autoridades republicanas hicieron todo lo posible para que tuviera lugar.
La cofradía del barrio, esto se ve muy bien en la del arrabal de la Macarena y de Triana en Sevilla, servía para reivindicar simbólicamente la pertenencia a la ciudad. Los días de Semana Santa, el arrabal “conquistaba” el centro. Se producía algo muy carnavalesco: la suspensión de órdenes sociales y la alteración controlada de jerarquías.