Parece que hay gente que haya nacido para pedirle cuentas a otros.
Alguien ha creído que tratar de conseguir que la población dé por buenos todos los pensamientos defendidos por un grupo es buena idea
WOKE: “DESPERTÉ”.
Ese es el significado literal de la palabra “woke”, el pasado de “wake”, que significa despertar. Pero el término es mucho más complejo y ser o estar woke en la jerga estadounidense puede hacer ver con qué posturas políticas estás más alineado. El uso de woke surgió dentro de la comunidad negra de Estados Unidos y originalmente quería decir estar alerta a la injusticia racial. Desde finales de la década de 2010, también se ha utilizado como un término general para los movimientos políticos progresistas o de izquierda y perspectivas que alegan enfatizar la política identitaria de las personas LGBT, de la comunidad negra y de las mujeres.
En 2017, el diccionario Oxford agregó esta nueva acepción de “woke”, definiéndolo como: “Estar consciente de temas sociales y políticos, en especial el racismo“. Debajo de la definición, agrega lo siguiente: “Esta palabra a menudo se usa con desaprobación por parte de personas que piensan que otras personas se molestan con demasiada facilidad por estos temas, o hablan demasiado sobre ellos de una manera que no cambia nada”. O como apunta el diccionario Merriam-Webster, se usa con desaprobación para referirse a alguien políticamente liberal (como en asuntos de justicia racial y social) especialmente de una manera que se considera irrazonable o extrema.
Es decir, que mientras que para algunos ser “woke” es tener conciencia social y cuestionar los paradigmas y las normas opresoras impuestas históricamente por la sociedad, para otros describe a hipócritas que se creen moralmente superiores y quieren imponer sus ideas progresistas sobre el resto con métodos coercitivos que utilizan algunos “policías de la palabra” contra quienes dicen cosas o cometen actos que ellos perciben como misóginos, homofóbicos o racistas. En particular ha generado mucho malestar el uso de un método conocido como la “cancelación“: un boicot social y profesional, que suele realizarse a través de las redes sociales, contra individuos que actuaron o dijeron algo que para ellos es intolerable.
Para las personas “woke”, se trata de una forma de protesta no violenta que permite empoderar a grupos históricamente marginalizados de la sociedad y corregir comportamientos, sobre todo de los sectores más privilegiados, que hasta ahora eran parte del stato quo y persistían sin castigo ni cambio. Pero para los críticos es corrección política llevada al extremo, que atenta contra la libertad de expresión y los valores tradicionales y consideran que “woke es la nueva religión de la izquierda“.
Uno de los detractores más famosos es el expresidente Barack Obama (2009-2017): “Tengo la sensación de que ciertos jóvenes en las redes sociales creen que la forma de generar el cambio es juzgar lo más posible a otras personas. Basta“, dijo. “Si todo lo que haces es tirar piedras, probablemente no llegues muy lejos. El mundo es desordenado y hay ambigüedades. Las personas que hacen cosas realmente buenas tienen defectos”.
También se ha criticado a las empresas que priorizan las inversiones que tienen impacto medioambiental, social y de gobernanza (conocidas como ESG), catalogándolas como “capitalismo woke”.
LA IZQUIERDA LÍQUIDA
Uno en su ingenuidad a pensaba que habíamos aprendido hacia dónde íbamos y no, parece que ha sido todo lo contrario. Alguien ha creído que tratar de conseguir que la población no razone y dé por buenos todos los pensamientos defendidos por un grupo es buena idea.
Gente con mucho tiempo libre y poca cabeza, ponen a parir a alguien por lo que sea, y el peligro es que en muchos casos están dirigidos, o son fieles seguidores de determinadas personas o partidos —te diría que es algo que abunda más en esta izquierda líquida que tenemos en nuestro país donde priman las identidades sentidas frente al razonamiento y, claro está, es donde anida el feminismo de corte identitario que se ha puesto de moda. De pronto una no es lo que es, una mujer con sus cromosomas que la diferencian del hombre, sino que es lo que se siente. Y ahí es donde radica el mal, sí, el mal, como si del demonio se tratara. En el momento en que los sentimientos han pasado por delante de las realidades ha empezado la locura y ha llegado al cénit al hacer de eso ley.
La gran decepción, es que, acostumbrados a que eso lo practique la derecha ahora se ha puesto de moda, y le gusta practicarla a la izquierda líquida vacía de ideales y huérfana de ideólogos. Lo que existe hoy mañana desaparece y afecta así a sus comportamientos y por lo tanto a esa política cada vez más débil, con ideas poco profundas que a veces recuerda al famoso diálogo de los hermanos Marx: “Estas son mis condiciones (ideas), pero si no le gustan tengo otras”..
La derecha hace lo que ha hecho toda la vida, censurar, prohibir, cancelar… Lo novedoso no es que lo hagan ellos, lo novedoso es que lo haga la izquierda. Que exista esta doble vara de medir, qué malos ellos, qué buenos nosotros, y, sobre todo, que solo nos parezca mal una de las dos conductas, eso sí es preocupante.
A veces me pregunto cómo a esa izquierda un par de generaciones anteriores a mí, y hasta a los supuestos herederos ideológicos ya más cercanos en edad, no se le cae la cara de vergüenza sumándose a esos planteamientos que antes habría criticado sin dudarlo.
Hace 20 o 30 años se podía decir sin problemas lo que se pensaba, discutir, dialogar con los que no pensaban como uno y luego irse de cañas con ellos. Ahora eso parece imposible, es más, ahora hay temas de los que ni se nos ocurre hablar en grupos en los que no conoces a todo el mundo. La misma liquidez observa en nuestro país, con un PSOE a la deriva de ideas más allá de permanecer en el poder a toda costa y un Podemos/Sumar que no acaba de encontrarse ni así mismo ni a sus compañeros de viaje a ninguna parte.
Detrás está siempre aquello de la superioridad moral de la izquierda, que es otra barbaridad que utilizan como argumento para defender su ataque y cancelación (censura).
Una de las grandezas de la libertad de expresión consiste en que a fuerza de hablar con todo el mundo, escuchar todas las opiniones, quizás uno puede darse cuenta de que no estaba en el lado correcto del pensamiento y cambiar de planteamiento algo que parece difícil que suceda si no podemos dialogar con libertad.