LA DEMOGRAFÍA, LA ESPERANZA DE VIDA Y LOS ABUELOS

LA DEMOGRAFÍA: ESPAÑA, UN PAÍS DE VIEJOS

Sabido es que la demografía explica dos terceras partes de casi todo. Si es así, el resto del siglo XXI estará marcado por los profundos cambios en el tamaño y en la composición por edades de la población que se avecinan y por sus consecuencias socioeconómicas, muchas de las cuales todavía están por descubrir.

 

El INE publicó recientemente los datos provisionales sobre indicadores demográficos básicos en 2020. Aun descontando los efectos temporales que la crisis de la Covid-19 haya podido tener sobre natalidad, mortalidad y movimientos migratorios, las señales son dramáticas. Y lo son especialmente porque constatan una disminución muy elevada de la población en edad de trabajar y un crecimiento desmesurado de la población de mayor edad.

La peor noticia es la relativa a la disminución de la natalidad: en 2010, cuando ya la baja natalidad era un motivo de preocupación urgente, hubo alrededor de 490 mil nacimientos; en 2020 se han registrado 339 mil. Las perspectivas son aun peores y el número de nacimientos podría disminuir por debajo de 300 mil.

 

En las proyecciones que ahora contempla el INEla población mayor de 65 años aumentaría en las próximas tres décadas en casi un 70%, mientras que la población en edad de trabajar (de 16 a 64 años) disminuiría en más del 10%. No se trata solo de que en este escenario demográfico la financiación de las pensiones y del Estado del Bienestar mediante transferencias intergeneracionales (de trabajadores a inactivos) se convierte en un problema de primera magnitud.

Se trata también de que la demografía será un lastre importante para el crecimiento económico en el resto de este siglo. Desde la Gran Recesión de 2008-2014, los jóvenes españoles se muestran mucho más propensos a emigrar al extranjero y lo serán todavía más a medida que el bajo crecimiento económico y la permanencia de un mercado de trabajo hostil impidan que muchos de ellos pueden acceder a puestos de trabajo estables y bien remunerados.

 

Además este profundo cambio demográfico va a tener lugar en medio de una nueva ola de cambios tecnológicos que impulsarán la automatización de la producción de bienes y servicios. Los desarrollos de la robótica y de la inteligencia artificial parecen vertiginosos y están cambiando las formas de producción y de organización del trabajo de una manera insospechada hace escasos años. En la jerga de los economistas, estamos ante la posibilidad de que el trabajo deje de ser un factor de producción fundamental en muchos sectores de actividad económica. En cualquier caso, la conjunción de los cambios demográficos con los tecnológicos va a cambiar sustancialmente el mercado de trabajo, en particular, y la manera en la que contemplamos la actividad económica, en general.

 

LA ESPERANZA DE VIDA, EN REALIDAD “EL ENVEJECIMIENTO LENTO”

El ser humano ha tratado de conquistar la muerte, sin éxito, desde que tuvo conciencia de que su tiempo en este mundo era limitado. Sin embargo, aunque la esperanza de vida ha aumentado considerablemente en los últimos años, todavía no lo hemos conseguido. Si sigue de manera ascendente, eso sí, es probable que en 100 años alcancemos unas edades que a día de hoy ni siquiera podemos imaginar.

 

Pero, siendo sinceros, nadie quiere alcanzar la mortalidad con garrota. Si podemos elegir, conquistar la muerte con un aspecto joven y lozano parece mucho más agradable que hacerlo con arrugas. Aunque a día de hoy la medicina intenta frenar el proceso de envejecimiento, nuestra sola condición de humanos y seres mortales, que van descomponiéndose poco a poco, hace que el tiempo se note en nuestro cuerpo, irremediablemente.

 

Un reciente estudio concluye que la tasa de envejecimiento es relativamente fija dentro de las especies, incluso si esas especies pueden encontrar formas de maximizar la supervivencia general, lo que lleva a que los individuos vivan vidas más largas en promedio.

 

Nuestra esperanza de vida ha aumentado constantemente alrededor de tres meses cada año desde mediados del siglo XIX, esto no significa que hayamos descubierto una manera de retrasar el envejecimiento biológico o de superar lo que podría ser un límite fijo en la longevidad. Es decir, la esperanza de vida en poblaciones históricas era más baja porque muchos individuos morían jóvenes, pero los que fallecían en la ancianidad lo hacían con años muy parecidos a los que mueren en las mismas circunstancias actualmente.

Si se puede aumentar la igualdad de la esperanza de vida, con menos personas que mueran jóvenes, entonces, en general, la población tiende a vivir más tiempo, pero hasta ahora hay poca evidencia que sugiera que el envejecimiento lento o retrasado en los mayores tenga mucho efecto en la esperanza de vida.

La investigación sugiere que es poco probable que las mejoras en el medio ambiente, por ejemplo, el acceso a la medicina moderna y una buena nutrición en el contexto humano, se traduzcan en procesos de envejecimiento más lentos que podrían conducir a un aumento substancial en la esperanza de vida. Queda por ver si los avances futuros en la medicina pueden superar las limitaciones biológicas y lograr lo que la evolución por ahora no ha logrado.

 

LOS JUBILADOS NO SON SÓLO “ABUELOS”

Las personas de más de 55 años sufren estereotipos sociales, pues se considera que dedican su tiempo libre a jugar al bingo, pasear, dejar pasar el tiempo y cuidar de sus nietos, además de estar desfasados tecnológicamente. Sin embargo, esta etapa de la vida de 50 a 70 es una de las más plenas que se pueden tener y «no han pasado sus mejores años», pues es un momento en el que todavía tienen salud y pueden cuidarse por sí mismas para prevenir enfermedades (haciendo deporte y llevando una buena alimentación), no tienen presiones sociales, disponen de recursos económicos, pues ya han trabajado toda su vida, y pueden dedicar sus ahorros para sí mismos y, lo más importante, tienen tiempo libre para viajar, aprender nuevas aficiones y redescubrirse a sí mismos.

 

Uno de los cambios producidos en España por nuestro peculiar modelo de sociedad industrial afecta al papel de los abuelos en la crianza de los nietos. Al trabajar tanto el padre como la madre y al aumentar el número de las familias monoparentales, muchos abuelos se han visto obligados ampliar las tareas de asistencia a sus hijos y nietos. Tras la crisis financiera del 2008, constituyeron un auténtico dique social de contención.

 

Hasta la llegada de la actual pandemia, era habitual que muchos abuelos recogieran a los niños del colegio, los llevaran a actividades extraescolares o, simplemente, estuvieran con ellos hasta la llegada de sus padres Pero con la COVID, nuestros mayores se han vuelto una especie protegida y se han visto liberados de aquella agradable carga, ante un posible contagio.

 

De hecho, nuestra especie es una de las pocas donde se llega a ser abuelo. Desde el paleolítico, la transformación cultural y biológica tiene mucho que ver con la posibilidad de aprovechar la sabiduría de las personas de mayor edad, permitiendo el desarrollo y transmisión del conocimiento, Y esto ha sido así durante miles de años.

 

Los abuelos han sido siempre fuente de experiencia para sus descendientes y, en especial, un modelo de envejecimiento cuyo contacto cotidiano enseña tolerancia a los jóvenes y les muestra como son las personas mayores, con sus rutinas, achaques y diferente pensamiento. Un enriquecimiento mutuo. Ya se sabe, los abuelos se enfadan menos que los padres, son más pacientes y permisivos y practican un enfoque algo distinto al que practican los padres marcados por el estrés profesional, con la responsabilidad de su educación y disciplina filial.

 

Hasta hoy, abuelos y nietos podían llegar a convivir tres o cuatro décadas. Una relación que contribuye al soporte emocional, social e incluso económico de las familias, pero hoy, la mitad de los jóvenes españoles menores de 30 años vive con sus padres, lo que añade un voluntario retraso del nacimiento de los niños por motivos laborales, aumenta la diferencia de edad con los ascendientes en todo el mundo desarrollado. Nuestra sanidad pública, junto a la famosa pirámide poblacional invertida (el desplome de nuestra tasa nacional de natalidad) están favoreciendo un abuelo de mayor edad y, por tanto, con menor posibilidad de ayudar.

 

Las personas mayores están comenzando a ser asertivas a la hora de cuidar de sus nietos; es decir, sí quieren ayudar, pero no cargar con la obligación. Y no se debe culpabilizar a los abuelos de querer tiempo para sí mismos, hay que ser conscientes de todo el tiempo que han dedicado ya a los demás. Hay momentos puntuales en que pueden hacerse cargo de los nietos, pero «hay que saber distinguir entre echar una mano e imponer la obligación de criar al nieto». Con este planteamiento se conseguirá una mayor gratificación a la hora de interactuar entre abuelos y nietos, y la disfrutarán mucho más ambas partes.

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