Para qué preocuparnos si el empleo va bien, nos dicen, las empresas ganan dinero, repiten, España va como un cohete, pontifican. Y, en parte -aparentemente al menos -, es cierto. El número de cotizantes bate récords y el desempleo baja, acercándose progresivamente a nuestros mejores momentos.
Sin entrar en un exhaustivo análisis numérico, la realidad es que el artificio del cómputo de los fijos discontinuos – una criatura artificial que entorpece la transparencia y adaptación del mercado del trabajo – ha impulsado la paradoja del crecimiento de cotizantes sin incremento de las horas trabajadas en cómputo global. O sea, que en teoría trabajamos más, pero en verdad, al menos en horas trabajadas, no lo hacemos en idéntica medida. Pero más allá de esta distorsión estadística, tres características añadidas: la baja productividad de nuestro empleo y la pérdida creciente del poder adquisitivo de los trabajadores y del margen de las empresas.
La baja productividad, la inseguridad jurídica y la falta de inversiones
La baja productividad está motivados por varios factores. El primero, nuestra estructura económica, y por ejemplo, el pujante sector turístico, con su inherente baja productividad. Pero el problema no es la mucha actividad turística, sino el escaso vigor y peso relativo de sectores de alta productividad, como el tecnológico. Nuestro crecientemente rígido marco laboral entorpece, cuando no directamente espanta, el desarrollo de unas inversiones que precisan de alta flexibilidad creativa. Nuestro control horario, pensado para empresas del XX, de horarios fijos, es totalmente inadecuado para la economía digital en la que se dirime un futuro del cual nos alejamos progresivamente. La inseguridad jurídica, las normas fiscales y laborales crecientemente intervencionistas y controladoras, no nos hacen atractivos para las inversiones de empresas punteras, como desgraciadamente comprobamos en las estadísticas económicas. Padecemos de anemia inversora.
Aparte de nuestra estructura económica y de la falta de inversión la productividad sólo se puede incrementar con la innovación y con tecnología, un enorme reto colectivo que no terminamos de asumir.
Salarios y fiscalidad del trabajo.
Si somos menos productivos, tendremos salarios inferiores de los que disfrutan los sectores más productivos y de mayor valor añadido y por eso, nuestra renta per cápita retrocede comparativamente frente a la media europea, siendo ya superados por algunos países del Este, hasta hace pocos años mucho más pobres que nosotros. Es decir que, aunque crecemos algo, en renta per cápita retrocedemos comparativamente con la media de nuestro entorno.
Pero, por si fuera poco, esa renta comparativamente menguante se ve reducida por una creciente cuña fiscal, que pesa como una losa sobre los salarios. Los recientes datos conocidos muestran cómo la suma del IRPF más las cotizaciones sociales se incrementan en mayor medida que lo hacen en nuestro entorno. Aunque es cierto que no somos de los países con la cuña total más elevada para los empleados –sí para las empresas-, también es cierto que nuestros salarios son menores, por lo que la creciente voracidad fiscal es una pésima noticia, que merma nuestra capacidad adquisitiva, renta disponible y capacidad de ahorro.
La última reforma de las pensiones, alejándose de los principios contributivos del Pacto de Toledo, ha vuelto a subir las cotizaciones, tanto por destope como por el conocido como MEI, Mecanismo de Equidad Intergeneracional, hermosas palabras para justificar un bocado a las pensiones de un porcentaje significativo de asalariados, que verán como su pensión merma en relación con lo cotizado. Esta vuelta de tuerca a unas cotizaciones ya de por sí elevadas, incrementa la cuña fiscal y disminuye la renta disponible. O sea, vayamos ahorrando, si es que podemos, porque falta nos hará. El Estado ha roto el pacto implícito en el que crecimos y confiamos, no nos fiemos de él más que lo estrictamente necesario.
Empleo
Aunque a corto plazo el empleo puede crecer, a medio plazo sufrirá. Desde luego en calidad. La desglobalización y el creciente rosario de guerras que jalonan el planeta, incrementarán la actividad económica en Europa, algo nos tocará de ella, aunque no lamentablemente– si seguimos como vamos – de la de los sectores más productivos. Una pena, una auténtica pena.
Por eso nuestro empleo tiende al de los países mediocres condenados a un paulatino empobrecimiento. La titular de Trabajo, que dedica mucho tiempo y esfuerzo a sus otros múltiples quehaceres políticos, está empeñada en continuar rigidizando nuestras normas laborales, sin importarle la creciente pérdida de productividad y de competitividad.
Todas y cada una de las leyes y reglamentos aprobados complica la actividad de las empresas, erosionan sus márgenes y su capacidad de inversión, al tiempo que merman el poder adquisitivo y las posibilidades de los trabajadores. Despreciando el diálogo social, impone normas en materias que, como el tiempo de trabajo, deberían dirimirse en la negociación colectiva, mucho más adaptada a la realidad de cada sector, territorio o empresa. Todo ello nos hace ser pesimistas de cara al empleo del futuro.
No vamos bien, a pesar de la fiesta aparente en la que nos dicen que vivimos Disfrutemos de la fiesta mientras dure. aunque tendremos que apretarnos muchos años para pagarla.
Fuente: The Objetive Empleo: ¿vamos bien?, por Manuel Pimentel (theobjective.com)