La ola feminista parecía estar cumpliendo uno de sus objetivos: interpelar a la población masculina.
Cuarenta y cinco años después de la primera manifestación, ¿qué queda de eso?
Desde Victoria Kent, de Clara Campoamor, de Concepción Arenal son muchas las figuras que han marcado la historia del feminismo español, mujeres que lucharon por la igualdad cuando este era un concepto inaceptable para el poder, cuando para estudiar en la universidad siendo mujer había que disfrazarse o cuando para publicar un libro había que asumir un seudónimo masculino
Es preciso recordar que la primera manifestación feminista en España fue en 1978 bajo el lema “Por un puesto de trabajo sin discriminación“. 6.000 mujeres participaron. En los 90 y, sobre todo, en los 2000 las reivindicaciones comenzaron a ser otras: no a la violencia y los malos tratos contra las mujeres.
Un testimonio de interés: “El 8M de 2018, en medio del furor, mi padre me envió un whatsapp: “Estoy muy orgulloso de lo que estáis haciendo”. En ese plural –“estáis”– yo vi a todas las que ese día salían a la calle, a las que afrontaban esa jornada histórica con ilusión y con valentía.”
Ahora, en 2023, cuando el feminismo desangra la coalición del Gobierno “progresista” es preciso recordar que el desigual reparto del empleo (más contratos temporales, a tiempo parcial, carreras más cortas) y en sectores feminizados, de bajo valor añadido, junto con la maternidad, penaliza a las mujeres en su sueldo y su progresión laboral. Una situación que, en el caso de las trabajadoras sénior, se agrava por la obligación, ya sea insoslayable o autoimpuesta, de ocuparse de las personas mayores o dependientes de la familia, lo que amenaza su carrera, su futuro económico y su pensión. De hecho, 1.488.500 mujeres no están buscando empleo porque tienen que cuidar, al tiempo que son denominadas oficialmente como personas inactivas, cuando en realidad están haciendo un trabajo de inmenso valor.
La ola feminista parecía estar cumpliendo uno de sus objetivos: interpelar a la población masculina. Había señales en lo privado, en lo político, en lo público. Los líderes de los partidos políticos hablaban con más profusión de cuidados, de conciliación, de feminismo, de paridad, …. Politólogos, sociólogos o economistas lanzaban iniciativas para no acudir a eventos donde no hubiera expertas. Muchos hombres reflexionaban por primera vez sobre sus propios comportamientos, eran conscientes de la cosificación femenina que habían puesto en marcha muchas veces inconscientemente.
¿Qué queda de todo eso ahora?
El ruido en el feminismo no ayuda y la batalla parece haber monopolizado el discurso público, al menos en la parte más visible del feminismo, y también en las conversaciones entre particulares. Los propios conflictos dentro del movimiento no han ayudado a sostener el compromiso masculino. Que los hombres participaran del feminismo era más sencillo cuando de cara al exterior era un movimiento más unificado y con una doctrina más clara de cómo actuar. Cuando se convierte públicamente en un movimiento más complejo genera más conflicto en la participación de muchos hombres, que no saben por dónde tirar y que muchas veces reciben mensajes contradictorios sobre lo que es o no feminista. La bronca y la beligerancia en el movimiento ha hecho que muchos echen marcha atrás: los que estaban entrando, despacito, han dado marcha atrás, y los más convencidos se han puesto en modo ‘durmiente’ a ver si pasa el chaparrón..
Lo cierto es que tanto las mujeres como los hombres siguen necesitando esos mensajes de Whatsapp, necesitamos todos el compromiso y el pulso.