La fabricación y reparación de redes ha sido desempeñada históricamente por mujeres, pero las malas condiciones del oficio hacen que esta labor manual y cualificada carezca de relevo generacional. En Galicia las rederas llevan realizando durante años una labor imprescindible para el colectivo pesquero de la región, pero son todavía las únicas trabajadoras del sector que no cuentan con jubilación anticipada.
Las rederas llevan realizando durante años una labor imprescindible para el colectivo pesquero y hoy en día continúan luchando por mejoras laborales, así como por el reconocimiento de su oficio. Esta labor cualificada y manual ha sido desempeñada históricamente por mujeres, más la fabricación y reparación de redes no se consideraba profesión; la mujer que se quedaba en casa debía reparar los aparejos para el hombre que salía a la mar.
Según datos del Boletín Anual de la Red Española de Mujeres en el Sector Pesquero un total de 691 personas se dedicaban a esta profesión en 2018, 599 mujeres y 92 hombres. Aproximadamente el 80% de las trabajadoras se concentra en Galicia, pero también tienen presencia en otras regiones como Asturias, Cantabria o País Vasco.
La mayoría de las rederas trabaja de manera autónoma para diferentes barcos y lo hace desde casa si se trata de artes menores, aparejos pequeños fáciles de manejar, o bien en naves adquiridas a la autoridad portuaria si se trata de redes más grandes como el cerco o el arrastre. Muchas mujeres comenzaron este oficio de adolescentes manteniendo el vínculo heredado con el mar, y hoy en día la media de edad se sitúa en los 55 años. Las rederas, que cobran entre tres y siete euros la hora, cotizan según el Régimen Especial de Mar, pero son las únicas trabajadoras del sector que no se benefician del coeficiente reductor, que indica la deducción de su vida laboral debido a la dureza del oficio y supone por tanto la jubilación anticipada.
El pasado año, tras acudir al Ministerio de Trabajo, el Instituto Social de la Marina denegó la solicitud presentada por la Federación Gallega de Rederas para iniciar el proceso para la obtención del coeficiente reductor, argumentando que el oficio carece de peligrosidad, así como de «indicios de elevados incrementos en las tasas de mortalidad o morbilidad». Esta decisión fue tomada después de que el colectivo acreditara la precariedad de sus condiciones laborales así como las enfermedades y lesiones derivadas de la realización de su profesión. La reparación de redes implica pasar muchas horas en naves húmedas y frías en una misma postura, así como la ejecución de movimientos repetitivos y gestos forzados que derivan en trastornos musculoesqueléticos y otras molestias físicas.
Según explica Verónica Veres, presidenta de la Federación Galega de Redeiras Artesás O Peirao, tras denunciar la decisión de Trabajo el entonces director general de la Seguridad Social, Borja Suárez, les envía una carta explicando que la desestimación del proceso se debe a un fallo de forma, momento en el que el colectivo decide empezar de oficio el procedimiento administrativo para poder adelantar su jubilación. Posteriormente son informadas de que el proceso será iniciado desde la Federación Nacional de Cofradías de Pescadores, organización mayoritariamente masculina en la que las rederas no tienen apenas voz en lo que atañe a la toma de decisiones.
Han escrito a Carmen Calvo solicitando su intervención, pero tras varias reuniones con Trabajo, Igualdad y Pesca siguen sin tener respuesta. «En el peor de los casos denunciaremos por discriminación de género, pero es a lo último que queremos llegar, porque nuestras mujeres tienen más de 50 años, y si el proceso tiene que llegar a Estrasburgo llevaría unos diez años. Así no beneficiaríamos a las mujeres que ahora lo necesitan», comenta Verónica. El pasado 11 de febrero José Luis Escrivá, Ministro de Inclusión, Seguridad Social y Migraciones anunció en el Congreso de los Diputados su compromiso a la hora de buscar soluciones para la deducción de la vida laboral del colectivo de rederas, promesa ya hecha por el anterior Ejecutivo.
Pero la batalla por el coeficiente reductor es también la lucha por el reconocimiento de las enfermedades laborales fruto de las duras condiciones de trabajo. Las rederas ejercen su oficio en la humedad de las naves portuarias o bien en el mismo muelle, trabajando durante ocho horas al sol en los meses de verano
Nieves Lorenzo, jefa del Equipo Técnico de Medicina Laboral del Instituto de Seguridad y Salud Laboral de Galicia, explica: «Si una redera acude al médico de atención primaria y este tiene dudas de que la enfermedad sea de origen profesional se puede iniciar el proceso de reconocimiento por sospecha, que se deriva a inspección médica. En el caso de que no reconozcan ni la enfermedad profesional ni la sospecha, lo que puede hacer la trabajadora es solicitar una determinación de contingencia en el INSS para que la baja sea reconocida como enfermedad profesional o accidente laboral».
egún las rederas, mucha gente no reclama ni recurre a lo judicial porque conlleva tiempo y gastos. Soni, de 44 años, acaba de volver al trabajo tras una baja debida a un cáncer basal. Las largas exposiciones al sol le provocaron cáncer en la piel, pero tampoco se lo reconocieron como enfermedad laboral, «no interesa reconocer ni el coeficiente reductor porque sería afirmar que el oficio es más precario».