Con la evolución de la pirámide poblacional, nuestros mayores van a ser el colectivo socioeconómica y democráticamente predominante. Es por ello por lo que, dada su capacidad de voto, en un futuro no muy lejano van a tener en su mano regir los designios del país.
Uno de los problemas clásicos de la democracia es que corre el riesgo cierto de degenerar en una simple dictadura de la mayoría como han puesto en el candelero a raíz de la situación política del Brexit o de la cuestión catalana, llegando a denominar la ecuación democrática como la “Dictadura del 50+1”.
Lo cierto es que, comúnmente, en una socioeconomía envejecida se asume como natural que los sistemas de pensiones de reparto sean inviables (en cada momento los cotizantes jóvenes mantienen las pensiones de los mayores), puesto que sin jóvenes no hay ingresos, y sin ingresos no hay pensiones. Pero algo que normalmente se pasa por alto es que un entorno de decrecimiento poblacional también puede ser letal para un sistema de pensiones que no sea de reparto, como de hecho puede ser para los sistemas de cotización (cada trabajador se cotiza año a año su pensión futura, que el sistema irá ahorrando para entregarle en el momento de su jubilación).
Las premisas más básicas para encontrar la mejor solución a este problema, al menos desde un prisma capitalista, son que una socioeconomía debe producir para ser viable económicamente.
Si la socioeconomía tiene que producir, entonces debe haber fuerza laboral que produzca, y que pague impuestos y/o cotizaciones. Lo primero que puede venirnos a la mente es que, como ya plantean nuestros políticos, se alargue la edad de jubilación. Si bien este escenario es planteable hasta cierto grado, especialmente en un entorno de alargamiento de la esperanza de vida con mejores facultades que hace unas décadas, lo cierto es que tiene un claro límite precisamente en que esas facultades no se mantienen de forma indefinida.
También nos poder poner tener hijos como si no hubiera un mañana. El tiempo corre inexorablemente y se está agotando, y a los que están en edad de traer esos hijos y sacarnos del atolladero, los Millenials, sólo les entran ganas de echarse a correr cuando ven su saldo a fin de mes.
Paradójicamente, tal vez la gerontocracia pueda precipitar el advenimiento de la sociedad robótica en toda su plenitud: no sólo teniendo robots funcionando en fábricas como hasta ahora, sino integrando la robótica hasta la última hebra de nuestro tejido socioeconómico. Curiosamente, el ocaso de la vida humana en su aspecto más personal, puede alumbrar el origen de la vida robótica en su aspecto más socioeconómico. “¿Sueñan los androides con jubilados eléctricos?”. Si no lo hacen, deberían hacerlo, al igual que el resto de todos nosotros: puede que los más jóvenes seamos el futuro de la sociedad, pero nuestro futuro estará en breve en manos de nuestros mayores.