Es común que los parados holandeses que reciben una prestación sean invitados a participar en talleres donde se les enseña a vestirse bien, impartidos por una organización local llamada Vestidos para el Éxito. La máxima es comportarse mientras buscan trabajo como lo harían si ya estuviesen en su puesto. Nada de gorras, abrigos en espacios cerrados, ropa de deporte, cascos para escuchar música o auriculares. La actitud es un tanto paternalista: en una ocasión, uno de los responsables del programa mandó a casa a uno de los parados para que se cambiase. No fuese a ser que se presente una empresa buscando gente, algo que ocurre con relativa frecuencia.
“Este programa es como tener un trabajo. No tienes por qué llevar traje, pero tampoco puedes venir con un chándal. Tenemos cazatalentos dando vueltas por aquí. Son gente que pueden ficharte y que nos dicen: ‘No pienso hablar con nadie que tenga mala pinta‘”.
Así describe uno de los funcionarios públicos de los Países Bajos cómo funciona el nuevo sistema de prestaciones que lleva en funcionamiento desde 2015. Conocido como ‘Participatiwet’ o Acta de Participación, garantiza un ingreso mínimo a todos aquellos que no dispongan de medios suficientes para mantenerse por sí mismos. Está sujeto, claro, a ciertos requisitos. Algunos obvios (tener más de 18 años, vivir en Países Bajos, no disponer de un patrimonio que exceda determinada cantidad…) y otros no tanto: según el programa, “si recibes ingresos por asistencia social, debes hacer todo lo posible para encontrar trabajo”. Para ello, cuentas con la ayuda de uno de estos funcionarios.
Dentro de “hacer todo lo posible” se encuentra “tener buena pinta”, un asunto espinoso que ha sido investigado por la socióloga de la Universidad de Ámsterdam Marguerite van der Berg junto a Josien Arts.
“Ahora, las oficinas locales pueden sancionar a los receptores que ‘impidan su empleabilidad’ a causa de su apariencia”, algo que podía resumirse en el Triángulo de las Bermudas (valga la redundancia) chanclas-escotes-oler mal.
Hasta hace relativamente poco, la mayoría de las prestaciones de desempleo eran incondicionales o, al menos, resultaban bastante laxas a la hora de juzgar el comportamiento de los parados. Siempre y cuando no se incumpliesen reglas básicas (recibir ingresos por un trabajo no declarado, por ejemplo), era raro que se le despojase de su prestación. En el caso que nos ocupa, no solo se exige la búsqueda activa de empleo –algo cada vez más común–, sino también, qué comportamiento debe tener e incluso cuál debe ser su apariencia.
Este nuevo enfoque en los sistemas de prestaciones tiene varias implicaciones. Por una parte, que en los mercados de trabajo postfordistas tanto los trabajadores como los parados deben realizar “una labor estética diaria”, que deben comportarse como si ya estuviesen trabajando. En definitiva, recuerdan los autores, “se espera que los receptores de esta paga proporcionen una muestra estética de sus ganas de trabajar y de su adaptabilidad”. Estas implican aspectos de la vida privada de los candidatos. Uno no puede aparentar ser un parado, sino un trabajador, solo que sin empleo. “El objetivo no es solo ‘tener buena pinta’ para los potenciales empleadores, sino también, como uno de los funcionarios decía, para ponerte en ‘modo de trabajo’”, explican los autores. En estos programas de activación del empleo, se les adoctrina a los que buscan trabajo “para que movilicen aspectos de sí mismos que suelen ser considerados como privados: sus deseos, su naturaleza bondadosa o su personalidad dispuesta a tomar riesgos”.
El desempleo, por lo tanto, se ha convertido en un trabajo más. “Reuniones, voluntariado obligatorio, entrenamiento de trabajo… el desempleado raramente ‘hace nada’ cuando no tiene empleo”, recuerdan los autores. De ahí que los Estados se vean de repente legitimados para evaluar si sus ciudadanos están haciendo (o no) lo suficiente para encontrar empleo, a través de unos requisitos (subjetivos) cuyo incumplimiento puede provocar que pierdan su medio de subsistencia. O, dicho de forma más llana, es probable que lo más importante para dejar de ser un parado sea no aparentar ser un parado. La adaptación pública del lema ‘fake it till you make it’ de la autoayuda que nos anima a comportarnos como ricos o personas felices si queremos ser ricos o felices.