El mercado laboral y las mujeres

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La fuerza laboral era predominantemente masculina en 1976, si bien no es cierto que apenas hubiera entonces mujeres que trabajaran fuera del hogar.

En las siguientes dos décadas, el desempleo se disparó en España y la ocupación de las mujeres era prácticamente la misma en 1995 que en 1976, porque el desempleo femenino alcanzó cotas altísimas. La situación mejoró después y la tasa de ocupación femenina en edades 16-64 pasó del 33,6% en el tercer trimestre de 1976 al 58,9% en el primer trimestre de 2020.

Las diferencias entre la ocupación femenina y la masculina se detectan sin más que comparar la distribución según el sector. El 88,5% de las mujeres ocupadas lo está en el sector servicios, con tan sólo un 8,2% en la industria y un 2,0% en la agricultura. Algo parecido ocurre en el nivel profesional, pues en la categoría de “Directores y gerentes” las mujeres representan tan solo el 33% (la diferencia es sensiblemente inferior a la histórica, y está en línea con la de otros países europeos. Así, en Noruega, según el SSB, un 36% de los puestos directivos los ocupan mujeres). En “Ocupaciones elementales” las mujeres representan el 58%. En “Empleo doméstico” hay 47,2 mujeres por cada varón. Los oficios mayoritariamente femeninos están en la enseñanza, en los relacionados con el sector sanitario, el funcionariado y el servicio doméstico.

Es en estas diferencias donde reside la llamada “brecha salarial” y no tanto en la discriminación, pues en España, desde hace muchos años, está prohibido pagar distinto salario para el mismo tipo de empleo en función del sexo del trabajador. El empresario que lo hiciera, además de al reproche social en los tiempos que corren y de dificultarse atraer y retener en su empresa talento del sexo peor pagado, se expondría a castigo legal por parte de las autoridades. Esta legislación nunca se cita cuando, con gran soltura, se escribe sobre la “brecha salarial”, que sólo usa medias aritméticas.

Para hacer comparaciones nunca se deben utilizar medias aritméticas, sino que han de hacerse ceteris paribus, es decir, todas las demás cosas iguales, en este caso, los sectores y el nivel profesional. Aunque también conviene saber que la diferencia salarial media masculina respecto a la femenina no es superior en España a la de países teóricamente modélicos en igualdad entre mujeres y hombres, como Noruega, donde fue de un 31% en 2017 según el SSB (Statistisk Sentralbyrå, el INE noruego), por un 22% en España, según la estadística de “Mujeres y Hombres en España”, del INE.

En una España en la que la inmensa mayoría de las mujeres en edad activa trabajan fuera del hogar, parece lógico pensar que el reducido porcentaje femenino en el total de empleos agrícolas esté muy ligado a la masculinización del campo.

Pero la gran diferencia en toda Europa Occidental entre sexos es en el porcentaje de ocupados a tiempo parcial. En todos los países europeos hay muchas más mujeres que trabajan a tiempo parcial que hombres. Y conviene saber que en España hay menos diferencia que en la Europa rica, y menos uso del empleo a tiempo parcial en los dos sexos.

Si se quiere ir hacia la igualdad, lo primero que es preciso conseguir es que las mujeres y los hombres tengan una formación profesional pareja, y eso no sólo depende de la cultura, también de la biología.

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